domingo, 5 de agosto de 2012

Reconocido prestigio


En el ámbito público lo reconocido no es una repetición de lo ya conocido sino de aquello cuyo conocimiento rinde algún provecho. Y el provecho público es algo consustancial a la política. De ahí que el reconocimiento quede sujeto normalmente a la libre interpretación de los políticos. Por no decir que no es sino un instrumento más en sus manos, un medio del que se valen para demarcar la línea que separa la lealtad del azar, para alinear voluntades, para fijar posiciones en el tablero. A nadie de la calle se le pide reconocer algo o a alguien, pero si lo hace será amparado en algún criterio de autoridad. En realidad lo reconocido no es lo que reconocemos nosotros sino lo que reconocen en nuestro nombre para que asumamos con ello una escala de valores y con ella las personas que coronan la cúspide de la ejemplaridad social. Ser ejemplo no sale gratis, hace falta una “larga y consolidada ejecutoria”; en el peor de los casos al servicio de intereses mendaces y en el mejor haciendo camino propio, movido a veces por la curiosidad y otras por afanes más o menos altruistas. Para la promoción de lo que merece ser reconocido no basta con facilitar su conocimiento, hay que dotarlo de un aura de méritos en la que se re-conozca. Sería ingenuo admitir como órgano calificador de alguna virtud a alguno de los tentáculos de alguno de los gobiernos. ¿Qué tal uno independiente y depositario de verdades incuestionables? Si sus verdades están fuera de duda, sus decisiones pueden aspirar a indiscutibles. Entrar en discusión sería como mancillar el buen nombre del soberano tribunal. Sin embargo, estas credenciales, generalmente universitarias, no siempre funcionan. Entre los candidatos meritorios son muchos los que se conocen de sobra los entresijos y las palancas que el poder acciona para lograr la anuencia de esos complacientes organismos. Como no siempre parece oportuno mermar su crédito, a veces porque esas instituciones apenas si disponen de él, se hace necesario un último recurso prácticamente inapelable. El lenguaje oficial puede ser en muchos casos mucho más persuasivo que el favor de los orates. En boca de un particular el brillo y el prestigio son percepciones sospechosas. Si calificas a alguien de brillante y prestigioso, es creíble que te sirvas de él como apoyo. Pero si lo hace una declaración oficial, atribuyendo al anónimo escudero el título de “profesional de reconocido prestigio”, inmediatamente aparece como por encanto una soberbia carrera que le avala como paladín. En realidad, nació para ello, te dirán. Así que no hablamos de una carrera cualquiera, sino de una animada por una decidida vocación de servicio, que felizmente el buen gobierno que le otorga el título ha conseguido atraer. La publicidad hará del así nombrado una figura providencial, y como por encanto político pasará a reconocido sin necesidad de haber sido conocido. No rebusques dónde pusiste tu voto de confianza; aunque no lo sepas, lo tiene él.

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