jueves, 30 de agosto de 2012

La casta de los vigías


Watchtower (2012), Timothy J. Reynolds
Cansados de capear sus propias tormentas sin más recursos que las tímidas emociones, los viejos maestros acaban por volverse impasibles. Luego, pasado un tiempo, cuando ya nadie los reclama, los vemos desfilar con gesto ausente, como solemnes esfinges, camino del ocaso. Nada más desaparecer empiezan a ser buscados angustiosamente. La gente nos mira entonces como si pudiéramos responder a las preguntas que tras su partida han ido quedando flotando en el aire. Somos fáciles de reconocer: ayer éramos sus discípulos y hoy seguimos con la mirada fija vigilando sobrecogidos el destino problemático de toda esa herencia suspendida. Suponen quienes nos preguntan que estamos preparados para enfrentarnos con determinación a ese cielo turbio y sus enigmas. Pero, por mucho que miremos, no llegamos ni a peritos en nubes y, aun así, nos requieren como maestros para atajar azotes y tempestades. ¿Porqué no esperar a ver quiénes sobreviven al próximo temporal? En ellos se encontrará al menos una prueba fiable de maestría. Nosotros sólo somos vigías y, aunque es verdad que indagamos en la vida más allá de donde la vivimos, lo nuestro es más una apuesta obsesiva que un pronóstico seguro. Son muchos los que, al igual que Thoreau, cifran su esperanza en vivir «el milagro de mirar a través de los ojos ajenos por un instante». Mas detrás de nuestra mirada no hay más que el abierto horizonte de nuestras emociones venideras. A duras penas bosquejamos mapas de ciencias y conciencias allá donde los maestros los abandonaron, pero más por temor a perder definitivamente el juicio que por amor a la razón. Poco podemos decir a esta gente que se empeña en seguir nuestros pasos, que nos declara sus maestros, que nos absuelve con benevolencia de todas nuestras torpezas. Cada día que pasa, la gravedad de ese cielo que a todos nos amenaza nos va haciendo más parcos y sombríos. Hay un momento en que decidimos detenernos para no dar falsas pistas, en que enmudecemos para no alumbrar mayores esperanzas, en que ya sólo miramos lo que se ofrece a nuestra cansada vista. Advertidos por ese opaco silencio, nuestros seguidores, mayormente decepcionados si no enojados, poco a poco se retiran. Al igual que otros vigías vemos tras esa señal llegar la tarde y con ella la hora de la partida.

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