viernes, 29 de junio de 2012

Ciencia luminosa


Cuando vives a cielo abierto, cuando los márgenes te son amplios, cuando no se te piden cuentas, explorar o investigar es como observar y clasificar, motivo de curiosidad que distrae tus pasos, ciclos de fe en los que tan pronto revives como te hundes, horizontes encendidos de súbito con las pesquisas, memoria fugaz para esos prodigios que el papel siempre arruina. Como nada de lo descubierto tomarás como algo propio, pasarás por sobrio; como nada te apremiará, te beneficiarás de la suprema quietud; como nadie te interpelará, te amigarás con tus fantasmas. Reunido con esas sombras de gabinete, valdrán los juegos y experimentos donde entre luces la verdad intrigue. A ratos quizá hasta la entreveas, pero no te ilusiones, y sobre todo recuerda que nadie te perdonará maniobras y conjuros que hagan aflorar el engaño para que radiante triunfes.

jueves, 28 de junio de 2012

El nuevo eje


Con el cambio de siglo, la historia ha pasado página y ha dejado atrás el viejo eje Nueva York-Londres. El cambio se lleva también la dorsal atlántica y su océano como eje de ordenadas. Los más observadores nos alertan de que las coordenadas mundiales ya no vienen referidas a esos ejes sino a unos nuevos. Es un hecho bastante evidente e irreversible que el eje horizontal está actualmente más próximo a la línea que une Nueva York y Hong Kong, y que la línea de distribución vertical atraviesa como meridiano el Océano Pacífico. Estas intuiciones suelen verse confirmadas como hechos de forma sutil y poco aparatosa. La mayoría no repararía nada sensible si, tras la subasta en Shoteby's del ajuar visigótico de Guarrazar o los bajorrelieves del Partenón, esos tesoros embarcaran con destino a un nuevo museo de cultura universal, en Seul por ejemplo, pero algunos lo percibirían como prueba de un claro viraje en la hegemonía económica. Hasta finales de siglo, los periódicos de los países marginales ofrecían una versión en inglés para intentar llevar su opinión a los foros mundiales de decisión. La situación parece haberse invertido y uno de los periódicos más reconocidos en habla inglesa, The New York Times, ha pasado a ofrecer una edición en chino.

Se podría tomar el traslado de ejes antes señalado como una declaración geopolítica de corte más bien especulativo, si no fuera porque hace tiempo que para nosotros tiene efectos bien visibles. No es que estemos exactamente fuera de onda, pero avanzamos hacia los márgenes del nuevo encuadre, nosotros y nuestro modelo social. Los voceros del neoliberalismo vienen avisando de que si queremos seguir a flote —estos vienen a ser los términos empleados— deberemos aceptar las nuevas reglas del juego económico que se practica. O presentamos en oferta mercancía novedosa o aceptamos para la resto de nuestra oferta las condiciones de producción que rigen para los demás, o sea las condiciones globales. Esto supone, en la medida en la que China progrese sin necesidad de mejoras sociales y con unas condiciones laborales sumamente competitivas, que no nos quedará otra que sinificarnos, que seguir el estilo productivo chino y sus consecuencias. Las pantallas, las defensas y las asimetrías históricas empiezan a ser inútiles. Mientras seamos consumidores entusiastas, los únicos que llevan real ventaja entre nosotros son los que transfieren bienes y servicios. El origen de la mercancía, el entorno en que se genera, el arraigo y buen hacer de sus operarios o la fidelidad a la marca comercial que los representa, todo lo que aún recuerda a la vieja artesanía, son detalles casi románticos cuando pensamos en términos de mercado. Países enteros se explotan, se esquilman y se abandonan con todos sus habitantes como si fueran tierra lleca. Pasados unos años en barbecho recuperan atractivo y merecen nuevo riego, porque tras ser forzados a la astenia, dicen los planificadores, consiguen dar sus mejores flores.


lunes, 25 de junio de 2012

Moral ratonera


Pese a las apariencias, los consejos no se ofrecen desinteresadamente, ni siquiera los que pretenden sentar principios morales. Entre dos personas predomina siempre la perspectiva, incluso para el bien y el mal. Recuerdo bien a un consejero que me insinuaba con propósito regenerador: «Creo que no te haría mal hacerme algo de bien». Otros más directos se dedican a juzgar nuestra integridad moral partiendo de su integridad y bienestar personal: «Harás bien el bien, mientras a mí no me hagas el mal». Nunca han faltado sabios monitores que hacen de su beneficio la medida de nuestra bondad. Sus palabras pueden llegar a ser tan halagadoras que, tomadas como consejo, resultan moralmente confusas y cegadoras. Como las del clérigo que alentaba a su criado a la santidad con el siguiente elogio: «Haces el bien de manera tal que nada de lo que por mí haces consigo ver mal».

domingo, 24 de junio de 2012

El terror, desde fuera


Cuando oigo hablar de aniquilación del terror no puedo menos que preguntarme si con esa determinación no se desembocará inevitablemente en un nuevo modo de propagarlo. Palabras tan resolutivas como derrota, aniquilación y exterminio parecen quedar bendecidas si lo que niegan, al punto de intentar anular, es el mal absoluto. Probablemente ni el éxito de esas intervenciones pondrá fin a ese mal, sino que conducirá a males relativos, pero como siempre hay quien confía incluso en el absoluto bienestar. Declarándolo absoluto pasamos a hablar de un mal del que se han eliminado resquicios y excusas, a tal punto que se presume claro y definido, por más que la imposible graduación haga arbitraria su absolutismo. Su dinámica percepción es fruto de una estricta asociación con el miedo, que ensancha los márgenes del terror, a tenor de las circunstancias, y redefine su existencia. El terror podrá estar en boca de todos, pero no es simple introducir en una norma legal una sensación de estas características. Entrar a definir el término terror y sus variantes, siguiendo el hilo del miedo, puede ser tan aventurado como explorar un pozo insondable. En la mayoría de los casos, lo aterrador comienza con un atentado a la vida de proporciones y significación variables. Normalmente y para mayor claridad, necesita el terror ser aducido en perjuicio de la inocencia. De una inocencia virginal, que ofrezca un contraste nítido y que dé al terror un sinsentido inequívoco. Gracias al reflejo en ese espejo límpido, al espanto provocado por la muerte de un inocente, podemos hacer de nuestro miedo personal un terror universal. Esto no sacará al concepto de la indefinición, aunque los hechos puedan servir para declararse aterrado y para juzgar a partir de ahí el acto como una aberración moral absoluta.

Tener miedo está en nuestra naturaleza, pero extremarlo no nos lleva al terror universal del que hablamos. Es la agresión a la inocencia, a una inocencia reconocible y alejada de toda duda, la que da al acto su dimensión social y propaga el miedo. Es ese temor de ver al inocente atropellado el que alimenta el terror social y políticamente activo. La persecución jurídica es un modo de rechazar el miedo y con la criminalización del hecho buscamos mayor margen de seguridad, respondiendo de esa forma a nuestro instinto de conservación. Ahora bien, lo que vale para un miedo concreto, no puede con el terror indefinido, porque ese terror, como hemos dicho, solo existe en virtud de una inocencia mancillada. La más inmediata y aparente es la de la víctima, pero se impone después la sensación de que lo que se ha violentado es la inocencia colectiva, y esa inocencia no es tan fácil de calibrar. En realidad es tan inaprensible como la culpabilidad, tan inaprensible como imposible sería la imputación colectiva de crímenes a una sociedad, por muy agresiva y devastadora que se muestre. Otra cosa será establecer en qué medida cuestiones como la aceptación general de un abuso preventivo sobre los extraños pervierte esa inocencia social. Evidentemente es complicado, pero hay signos que deberían alertarnos cuando nuestra sociedad moralmente descarrila. En concreto, esa inocencia social va camino de malograrse cuando se hace circular, se vota y se consagra el intento de aniquilar terrores como quien elimina del espejo los espectros que distorsionan su despreocupada imagen. Hay síntomas del malestar que nunca pueden perseguirse, porque nunca acaban de definirse.



viernes, 22 de junio de 2012

Cambio orteguiano


Elegí nueva y favorecedora circunstancia para ver si al salir de la pesadilla no volvía a ser yo.

jueves, 21 de junio de 2012

Un aforismo de Fuster


Se ha hablado últimamente del escaso impacto y autoridad que en la actualidad tiene la figura del intelectual. No parece, sin embargo, que hayan sido las nefastas versiones y perversiones del siglo pasado, en el que algunos intelectuales llegaron a actuar como consejeros áulicos o como comisarios políticos, las que han alejado su figura de la estima pública. Una explicación mejor de ese deterioro se tiene si observamos que, en proporción inversa a la autoridad intelectual y moral perdida, está el impacto mediático ganado por el intelectual tras verse reciclado como personaje farandulero. Mientras que algunos, en esa mutación, han optado por hacer definitivamente mutis, otros siguen en escena, si bien con un papel más cercano a la retórica visual que a la auténtica dialéctica.

Andreu Alfaro, Logotipo para el año Fuster
Lo que de ningún modo creo que haya desaparecido es la necesidad de voces que reflejen por escrito el malestar cultural y social. Ahora que nos invaden y acaban por prevalecer las valoraciones económicas, los puntos de vista un poco más penetrantes resultan más necesarios que nunca y, pese a ello, los acontecimientos se imponen en medio de silencio intelectual bastante alarmante. Viendo toda esta evolución, nos entra cierta nostalgia y nos vienen al recuerdo los intelectuales de la vieja escuela; y entre ellos, hoy en concreto, el ya desaparecido Joan Fuster.

Se da el caso de que en día tal como hoy, 21 de junio, de hace 20 años, Fuster se despidió de este mundo. Este año se cumplen también 90 de su nacimiento y 50 de la aparición de Nosaltres, els valencians, una de sus obras más significativas. No podría valorar sus aciertos en esta línea de pensamiento, pero sí apreciar su valentía y desenvoltura para abordar un tema tan delicado como el sentimiento identitario valenciano en una época tan poco propicia. Sólo así se explica la tormenta desatada por sus libros y artículos entre los estamentos oficiales, a la que se dio fin con su condena al ostracismo, un ostracismo que con los actuales dirigentes, y aun después de muerto, parece no haber concluido. Esta condena oficial fue bastante temprana y tuvo una escenificación grotesca, más propia de los antiguos autos de fe, al quemarse el ninot que representaba a Fuster en medio de la plaza del Caudillo. Aquello fue el 9 de marzo de 1963.

A pesar de todas las inquinas instigadas entre sus propios paisanos por las autoridades franquistas, Fuster continuó su tarea. Puede que le salvara del desánimo su espíritu sarcástico y burlón, desplegado con una gama completa de registros literarios, que van de la rigurosa crítica de casi todo a la ironía más desgarrada. El núcleo principal de su obra está compuesto por sus numerosos ensayos. Con ellos, con sus diarios y su correspondencia puede obtenerse seguramente un retrato bastante fidedigno de lo que entonces se entendía —sin términos tan altisonantes como el de intelectual— por compromiso cívico. Fue en torno a gentes libres como él, donde se fue tejiendo una red de complicidades que sirvió años después de alternativa y más tarde de soporte a la sociedad que hoy tenemos —que hoy tenemos en serio peligro, debería decir.

No diré que con gentes como Fuster saldríamos del atolladero en que estamos. Pero si la parálisis actual tiene una componente moral, si puede ser derivada del desprecio por nuestro antiguo y humilde oficio, por nuestra condición personal, con el abandono de nuestra dignidad y la nuestro entorno, y con el vergonzante rechazo de la lengua común y modesta; pues bien, si estamos aquí y así porque de lo que éramos abominamos, no estaría de más que echáramos la vista atrás y nos reconociéramos. De hecho, el retorno a los ambientes espesos, en los que Fuster y muchos otros se vieron obligados a moverse, podría estar más próximo de lo que creemos. Así que necesitamos a Fuster y a todos los demás, por su probada perspicacia para abrirse camino haciendo oficio de su sorna y desapego, como nuestros mejores guías.

En otro orden están sus aforismos. Muchos de ellos señalan las palancas que es preciso remover para ponerse en marcha y salir de la atonía. No podemos volver a revivir tiempos pasados, pero debemos examinar todo lo sucedido, aunque sólo sea para no recurrir, acuciados por el miedo, a los dogmas del biempensante como si fueran nuestra única vía de salida. Hay un mecanismo antiguo, que se instala con demasiada comodidad en la mente de los peninsulares, que tiene que ver con ese santo temor al libre pensamiento imbuido por la Iglesia y que hace que cualquier aventura intelectual se convierta en un acto de osadía. En vez de pensar con libertad, parece siempre más juicioso aferrarse al dogma. En uno de sus aforismos más reveladores, Fuster apuntaba certero a la clave de esta sumisión y ofrecía un diagnóstico que, en cierta medida, todavía sigue vigente. Decía lo siguiente:
Com que no m’atrevesc a dir el que pense, m’esforce a dir el que hauria de pensar.
Como no me atrevo a decir lo que pienso, me esfuerzo en decir lo que debería de pensar.


martes, 19 de junio de 2012

Nuevo en el mercado



Leo en la prensa que Inglaterra entera espera con curiosidad el lanzamiento a comienzos de julio de una nueva marca de cerveza, la bebida que en su despensas goza de más antigua y acreditada tradición. Si Dios no lo remedia, en unos meses bien podríamos encontrarnos ante un nuevo y deslumbrante icono comercial, ante la bebida favorita entre los entendidos, ante la marca de referencia en su sector. Desde que en tiempos de Enrique VIII se cerraran monasterios y abadías, ni un barril de cerveza había salido de sus sepultadas bodegas. Los propios monjes tuvieron que emigrar a Francia y otros países años después, y no hubo quien les tomara el relevo con la misma dedicación y fiabilidad. Gracias a su destreza en este oficio acabaron por «salir al mercado» francés, donde pronto consiguieron, frente a la competencia, alcanzar alta estima y cotización para su cerveza inglesa. Los tornas se volvieron con la revolución francesa, que les hizo de nuevo emigrar a finales del XVIII con destino a su país de procedencia. Desde 1802, año en que un grupo recala en Ampleforth Abbey, hasta hoy, no habían vuelto los benedictinos ingleses al negocio de la cerveza. Se declaran buenos conocedores del proceso de elaboración y poseedores de una fórmula ancestral y magistral, probablemente única, que combina sabiamente el lúpulo y la cebada malteada con el agua clara, y llegan dispuestos a inundar, si es posible y a mayor gloria de Dios, el mercado universal con este producto de época, con esta bebida genuinamente vintage. Ni que decir tiene que el producto viene además provisto de un sello de garantía que sólo pueden ofrecer quienes visten los sagrados hábitos y que en el paladar de los consumidores se convertirá de seguro en saludable ambrosía divina. Para quien sigue la regla de San Benito, la producción de cerveza no es propiamente un cometido profesional, sino una vía personal hacia la santidad, así que su calidad final da también la medida pública y exacta de su acendrada beatitud y viceversa. Cualquier negligencia de fábrica pasaría a tener un alcance moral tan devastador para sus píos autores, que no parece que sea previsible, ni siquiera sospechable. Aun sin haber catado el producto, me atrevo a pronosticar que, con su graduación alcohólica del 7%, va a tener en su retorno a mercados y tabernas, tanto entre expertos como en legos y amateurs, una aceptación general, una pegada soberbia y gancho comercial seguro. La caja de 12 unidades de a tercio de litro se ofrece a 44,64 euros, precio más que razonable, si descontamos ese 20% de IVA impuesto de modo implacable, con saña isabelina, por el fisco británico, dicen que para graduar en lo posible las multitudinarias excursiones del consumidor a ese nuevo paraíso monástico.

domingo, 17 de junio de 2012

Aires domésticos


Siempre ese olor a vida consumida; a ratos, hasta creo oírla crepitar, mordida por la lumbre del hogar, siempre inerme frente al tiempo muerto.

sábado, 16 de junio de 2012

A la espera del rayo


Inmerso en la multitud que se asoma ansiosa al filo de la sombra, ni yo ni nadie sabe a ciencia cierta cómo nos veremos liberados por el rayo, si llegará tímidamente para iluminarnos o simplemente caeremos fulminados.

jueves, 14 de junio de 2012

A ras de suelo


Son ya muchos días, conozco la aurora y empiezo a dudar de sus efectos.

miércoles, 13 de junio de 2012

Otra vez lo niegan


Es que la batalla actual se libra con la intención de hacerse con las palabras, como si estas fueran cotas fortificadas desde las que barren las ametralladoras. Muy especialmente las que están situadas en posiciones cruciales, abiertas a distintas perspectivas. Son palabras que algunos sólo consiguen ver de frente, como un obstáculo que les cierra el paso. Para batirse en esas escaramuzas semánticas mejor sería que un pelotón de aguerridos filósofos abrieran el debate. Francamente no creo que sirva la actual tropa de intelectuales, siempre tan metidos en su cantina. De ese modo el debate sería de verdad, no esos argumentos corales, que al unísono y prescritos se cantan para dar espectáculo. Estamos hartos de esas operetas de enredo. De nada nos sirve que se digan bien entonadas, si para justificar el libreto se invoca a la academia como fuente soberana de autoridad lingüística. «No hay recortes ni rescate» oigo en su recitativo a la ministra frente a un escéptico odeón. Siempre igual, negando y trastornando las palabras. Ya podemos andar listos, porque si se hacen con ellas, querrán mandarnos de relleno a una versión muelle de nuestro mundo ingrato y además cobrarnos por vivir en ella. Todo mientras damos vueltas encantados y subidos a su atracción.

Reír


Hicimos unas risas y con ellas saldamos nuestras deudas. No hay otro modo de hacerlo.

martes, 12 de junio de 2012

Escribir en directo


Usando el ordenador, los modos de escribir se multiplican, no sé si decir que afortunadamente. Si uno observa el manuscrito de una obra del siglo XVIII por ejemplo, puede seguir con interés las correcciones introducidas por su autor. En unos casos se trata de recombinaciones de lo escrito, en otros de cambios de una palabra por otra semánticamente más precisa y con frecuencia de la equilibrada administración de pausas con puntos y comas. La impresión que normalmente sacamos es que las correcciones no son tantas —aunque según qué autores también ponen de su parte—, que el hilo discursivo estaba muy presente al ir escribiendo y que lo escrito no es un ejercicio experimental o especulativo. Si con el procesador de texto, a modo de comparación, pudiéramos reflejar de una manera visual todas las idas y venidas a las que sometemos lo que inicialmente escribimos, obtendríamos una memoria bien expresiva de nuestras andanzas con las ideas que sirvieron al principio de fulminante. Habrá casos, como es lógico, en que el texto original sobreviva limpio y terso, sin mácula que decía aquel, como fiel reflejo de una mente clara servida por una expresión precisa. Es probable que en casos como estos cierta retención mental contribuya a que el discurso fragüe con mayor facilidad en escritura. Para algunos es doctrina que, cuando al escribir logramos trasvasar en directo nuestras ideas a la primera y sin correcciones, estamos ante la escritura natural. Decimos natural en el sentido de que con ella se ofrece el retrato más fiel de nuestro discurso mental. En él lo que antes llamábamos el hilo discursivo parece no haberse entrecortado y luego reanudado. Probablemente la retención, o la simple reflexión con el apoyo de la memoria, favorece la aparición y seguimiento de este hilo, pero no son estos los instrumentos más usuales, y mucho menos imprescindibles, en la época del ordenador. En la actualidad, no creo que ese trasvase directo del discurso interior natural sea el modo de escribir que más se emplea. Casi nadie retiene las ideas, interioriza combinaciones y les aplica la sintaxis antes de que todo fluya por la pluma, y no precisamente porque hayan desaparecido las plumas. La nueva actitud con la que muchos encaran la escritura más parece la de salir al encuentro de las ideas que florecen en medio de las combinaciones sintácticas; combinaciones que deben ser insólitas para que el resultado, a falta de peso ideológico, tenga algo de originalidad y pueda ser exhibido como un nuevo enfoque. Como el salto a la hoja en blanco es siempre, incluso en el ordenador, problemático, el desarrollo del escrito está jalonado de avances vertiginosos, parones más o menos drásticos y retrocesos odiosos. Dependiendo de la necesidad que se tenga de sacar adelante un texto, nos mostraremos también más o menos piadosos con ciertas incoherencias surgidas en la relectura y en general con la endeblez de nuestras ideas. No pocas veces nos sentiremos apremiados a conservar in extremis lo escrito ante la imposibilidad de recuperar las ideas originales, lo que viene a ser tanto como no saber recomponer el hilo que las desarrolla, o como ahora diríamos no saber estructurarlas. El conflicto suele solventarse introduciendo ortopédicamente largos circunloquios sin otro fin que salvar lo ya escrito y que el tinglado al completo se sostenga. Otra treta común para evitar la temida reescritura completa es reordenar, por exigencias lógicas en el peor de los casos o por capricho estilístico en el más común, enunciados o frases que hemos dado por cerrados e intocables, como si fueran sillares. En este punto habría que recordar el uso adictivo y el carácter casi milagroso que se les concede a herramientas de procesamiento como el «corta y pega», que pueden completarse a la hora de «remover experimentalmente» el texto con otras como la búsqueda y sustitución automática de sinónimos. Luego está ya cada cual con su criterio económico en la última etapa de relectura y corrección. Hay gente rigurosa e insaciable, cuyo drama permanente consiste en comprobar que su listón de exigencia queda a una altura muy alejada de su discurso natural. Su régimen corrector, guiado por un instinto depurador, desemboca en un terrible ejercicio de descuartizamiento y reconstrucción en vivo, prácticamente en un despiece que apenas deja oír la voz original de la criatura. Otros, más complacientes, decidimos llegado el momento no seguir aplazando la salida. Ese momento puede llegar tras un plazo convenido, sobrevenir a causa de una urgencia fisiológica o gestarse en medio de un aburrimiento agotador. Y lo que se decide con la salida no es otra cosa que ofrecer al compasivo lector lo que ha quedado por escrito, sin más retoques ni miramientos, sea o no de su aceptación.

lunes, 11 de junio de 2012

Megalomanía


Cuando me entienden es magnífico y cuando no me entienden es aún mejor, porque entonces en solitario el magnífico ya sólo puedo ser yo.

domingo, 10 de junio de 2012

Hacia la confusión


Vista la guerra que se ha entablado apelando a palabras tan serias y bien asentadas como «rescate», «crédito», «apoyo», «intervención» o «préstamo», con las que se venía a describir una y la misma penosa situación, creo que deberíamos de empezar por redefinir para el mundo entero la palabra «confusión». Aunque mucho me temo que nada aclaremos si los de púlpito y tornavoz exigen que en esa nueva «confusión» queden salvadas la compatibilidad de sus enfoques y su muy libre interpretación, sin que en ningún caso sean consideradas esas voces bajo el estricto prisma de la «contradicción».

sábado, 9 de junio de 2012

Fin de primavera


A pocos días del final de la primavera seguimos bajo el empuje de aquel primer impulso. Si para medirlo miramos a los signos de vida rampante todavía visibles en bosques, campos y riberas, pienso que este año su efecto aguantará hasta bien entrado el verano. Cualquier parque de los que tenemos a mano nos enseña que si queremos concretar el final de la estación no vale con señalar un día, que seguramente durará más allá de lo que manda el calendario. El cambio permanente y continuo complica mucho la posibilidad de poner final preciso a la primavera, a diferencia de lo que sucede con su principio.

Comparando, hay señales que nos sitúan lejos de aquellas primeras eclosiones florales, de aquella entrada de nuevos colores, de aquel despertar furioso. Nadie de los que seguimos atentos a las secuelas de aquel primer estallido vegetal piensa aún en buscar sombra bajo su árbol favorito para darle a su manzana un buen mordisco. Eso es cosa del verano. Hasta que ese momento llegue, vamos viendo discurrir en tiempo de primavera una serie de acontecimientos, llamativos al principio y sucesivamente menores, que afianzan el curso de la vida tras aquel impulso inicial. Hoy que esa vida parece haberse confirmado, cuando el fruto está ya próximo, resulta estimulante recordar el recorrido hecho y revivir en imágenes aquellos inicios primaverales.

Los óleos, acuarelas y dibujos de David Hockney reunidos en la exposición presentada en el Guggenheim de Bilbao tienen como eje temático el paisaje de su Yorkshire natal. De ese conocimiento del paisaje, nacido de la cercanía y la familiaridad, surgen al menos dos formas bien distintas de percibirlo, contemplarlo y hacerlo propio. Para quien se reconoce en todos los elementos y combinaciones que componen su paisaje cercano, así como en las imágenes y sensaciones que procura, se establece una suerte de comunión, la que suele asociarse a la entrada en sagrado, la que da acceso al dominio primigenio, al foco de nuestra vida. Frente a esa asunción litúrgica del paisaje al alcance de cualquier alma sensible, estaría la penetración analítica del artista, del que va viendo desprenderse de la visión inicial facetas y tonos, objetos y personajes, rasgos y detalles.


The Arrival of Spring in Woldgate (2011), D. Hockney
Más allá de trazos y colores, la meditación sobre el paisaje, de la que la obra del artista será deudora, siempre parece girar en torno a dos asuntos no tan subalternos, la vida y el tiempo. No es extraño entonces que la irrupción de la primavera sea un motivo predilecto, y decisivo a la hora de extraer conclusiones sobre el ideario del artista. Disponemos de una versión de este tema en el caso de Hockney. Se trata de la obra que arriba se muestra, un enorme cuadro de formato panorámico, formado por 32 piezas. Es importante saber que no se encuentra solo, sino rodeado de gran diversidad de paisajes de la misma región, con los que mantiene estrecha sintonía tanto temática como estilística. Puede ser destacado entre todos ellos, sin embargo, como culminación de un proceso de indagación con el que el autor ha dado expresión propia al paisaje de Yorkshire. Los lienzos y acuarelas que lo acompañan reflejan con profusión el devenir temporal, el cambio de las estaciones. Hay incluso una colección de lienzos en el que un conjunto de tres árboles se va viendo, desde un mismo punto de observación, con su ramaje alternativamente vestido y despojado de follaje en cuatro momentos significativos del año. Sin embargo, por riqueza plástica, probablemente sea de entre esos momentos la llegada de la primavera el más singular y, junto al otoño, uno de los que da pie a una reflexión conjunta sobre el tiempo y la vida. Gracias a esa reflexión —sólo comprensible en medio de ese entorno expositivo— el paisaje mostrado parece expresarse con su propio lenguaje como un argumento cabal y, trascendiendo lo encuadrado, como una visión del mundo.

Por último, apuntaré tres o cuatro detalles que en medio de la exuberancia ahí exhibida han llamado mi atención por encima del resto. En ellos veo confirmarse el profundo compromiso de Hockney con un lenguaje paisajístico, aprendido a través de esos parajes, esos climas y esos ambientes que por familiares desde siempre le inspiran. Como cuestión de principio, nadie puede hacerse ver en un entorno hostil o problemático, y menos sosegarlo, sin un camino. No faltan en sus cuadros caminos bien marcados, en tonos malvas y granates, siempre actuando como un eje decidido que apunta y se agota en su centro. Son esas las vías de acceso a sagrado de las que antes hablaba, la entrada a un mundo de reglas imprevisibles. Tampoco falta aquí, a decir verdad, el toque carrolliano, pero sin su Alicia, escurridiza en este cuento para el que todo parece haber sido dispuesto. El escenario del juego se compone aquí de un doble plano. El fondo nos remite a un bosque antiguo, que se diría inmerso en la bruma de la memoria. Para el primer plano, sin embargo, el trazado es nítido y casi cartesiano, con un horizonte amarillo como línea divisoria y con un variopinto elenco de troncos singulares que como verticales y entallados asistentes nos miran desde la escena. Por delante de aquel fondo durmiente, este arbolado parece avanzar y magnificar con su presencia el espacio que le distancia del bosque profundo. Aviva el carácter de cada árbol, por lo demás siempre firme y apacible, su distintivo color, y también todas las estrías, muescas, escamas y nudos que lo señalan. Pero donde la primavera más se hace notar es en el follaje que formando curiosas guirnaldas envuelve toda esa columnata hasta darle el aire recogido y festivo de un templo. Frente al rigor de esas rectas, describen las ramas elegantes curvas de las que prenden las hojas nacientes, apuntando todas acogedoras, y en todos los verdes posibles, a la única vía de entrada a escena. A sus pies, el cielo es tan firme como ese suelo floral y alfombrado, un suelo argumentado con tal ingenuidad que, además de pagar aduana a Rousseau, libera de seguro los pasos de quien se atreve a visitar y explorar este cuadro espléndido.


jueves, 7 de junio de 2012

Tener y tenerse en estima


Sobrestimamos lo que no tenemos sin que ello nos haga necesariamente estimar lo que tenemos. Todo empieza a entenderse al aceptar que nada de lo que tenemos es más importante que nuestra capacidad de estima. Cuando esa estima no encuentra apoyo material en lo inmediato, la sobrestima viene a ser el obligado resultado especulativo. Una realidad a la que podamos llamar nuestra estará más cerca del apoyo que nos concedemos a través de lo que estimamos en nuestro entorno que del muestrario que podamos exhibir como propio. Es absurdo evaluar la realidad empezando por separar lo que tenemos y lo que no tenemos, porque por regla general nadie es un agente extraño a lo que estima ni el tenedor exclusivo de lo que muestra.

miércoles, 6 de junio de 2012

De los límbicos


Seráfica arrogancia, sobrevuelas más allá del bien y del mal, mientras los demás se ahogan entre dos aguas. ¿Cómo imaginarte haciendo pie en ambas orillas, salvando el bien con tu derecho y el mal por el siniestro? Solemne extravagancia, si buscas refugiarte en el limbo con tu equívoco.

martes, 5 de junio de 2012

Liderazgo


Vi su foto. Hay algo preocupante en ese gesto rígido y contenido de su boca. Ese hombre nunca ha dejado de masticar. Si mueve las comisuras y todo cruje, te aseguro que son huesos. Si lo ves ausente, es que rumia callado insultos, exabruptos y venenos. Guarda con celo una expresión en la que su faz se afloja, y a un solo toque. Es disciplina gestual, es coherencia en el credo, y es unidad de criterio. No lo mires, podría ser tu líder caníbal. Sólo advertirte, porque corres severo riesgo.

lunes, 4 de junio de 2012

Palabras que olvidas


He dejado atrás palabras que un día fueron mis fiadoras amigas. ¿A cuántos tendría que explicar qué es «avieso», qué significado le doy a «envenenar», por qué prefiero «eludir» que «obviar» o por qué con un «quizás» abuso quizá hasta de mis dudas? Otras palabras revolotean ante mí, pero sólo son voces anodinas, que arrastro a mi charla con urgencia, sin haberlas llegado a elegir. Mi tono ha pasado a ser remiso y quedo, por temor a no acertar con ellas, y un poco monocorde y seco, como quien emite sin música ni sentido. Así que me oirás soltar las palabras como un murmullo inquieto y entrecortado, en el que cada silencio va seguido de un «yo quería decir», como si nada de fiar se hubiera dicho. Cuando ya no resuenan las voces que desde siempre te acompañaron, dejas de sentir como propia la lengua con la que fantaseabas, con la que departías y con la que amabas, y entregas tu áspero parloteo al vacío como un extraño gemido.

¿Reconoces a Aristóteles?


Lo molesto de cualquier tipo de descubrimiento es que actualiza un potencial que la mente mantenía indeterminado e intacto en forma de una previsión o una imagen más o menos vagas. Con el descubrimiento el oscuro objeto queda despojado de su velo sagrado para ser sometido a escrutinio lógico; todo gira en torno a las limitaciones que lo determinan, definiendo de algún modo los rasgos de su finitud, lo que no deja de ser una experiencia tan realista como frustrante. Es como si para intentar un acuerdo, ciencia y melancolía asieran a la vez el objeto y acordaran tablas estrechándose la mano.

domingo, 3 de junio de 2012

Un apagón disputado


A primera hora de la mañana de hoy un nutrido grupo de jóvenes con neuronado paralelo se enfrentaba a dispositivos de cálculo profundo en las proximidades del Instituo Cibernético. La disputa que se inició ayer por la tarde, tras la precipitada salida del regulador energético, ha desembocado en un enfrentamiento abierto. No se conocen bien sus causas, pero parece ser que el objetivo táctico de las partes enfrentadas es el subsistema de control que en este centro se custodia. Fuentes del Instituto han salido al paso de los persistentes e inquietantes rumores en circulación, que situarían incluso al articulador general fuera de onda y control, y han querido tranquilizar a todos los usuarios con un mensaje en el que declaran que el sistema en su conjunto no corre ningún peligro con estos disturbios, ya que el subsistema de control sigue de momento activo, aunque bajo la tutela cooperativa de los subsistemas de mantenimiento prolongado y de proyección pública. En cierto modo, nos aseguran, el sistema, tras ser derivado y sometido a este pilotaje compartido, ejerce una regulación más eficaz y competente que la que todo el conjunto conectado haya tenido nunca. Paladinamente han reconocido también que antes de pasar a depender de este comando derivado, el sistema ha sufrido, como consecuencia de las escaramuzas, un episodio de sede vacante que se ha prolongado durante un interminable segundo. Tanto los neuronados como los computantes se han lanzado, sin aparente éxito, a aprovechar esta circunstancia con la idea de de hacerse con el control general a nivel subsistema para posteriormente proyectarlo a nivel gobierno. Aunque los primeros, más lúcidos, han conseguido descifrar el código de ordenanza manual, no han podido culminar su propósito operativo al quedarse a oscuras en la sala central de enlaces. La argucia utilizada como réplica por los computantes tampoco les ha hecho ganar clara ventaja. Sus células de tránsito diáfano —las famosas 'cetradias'— no han respondido como se esperaba, debido al agresivo y devastador ataque desatado por los neuronados sobre este instrumental. De hecho, y pese a moverse a ciegas, han llegado a neutralizar la mayoría de ellas. El bloqueo conseguido ha puesto de manifiesto la indudable competencia de la acción en paralelo. Se ha visto, por otro lado, que estos grupos combinan sabiamente el potencial neuronado de sus miembros con una capitanía espectacularmente hormonada, que con sus toscas herramientas ha resultado ser decisiva en algunas fases de la refriega. A pesar de los buenos oficios de los agentes de mantenimiento y de publicidad, la disputa por el control en plena sala de enlaces está dando lugar a una secuencia de flujos intermitentes que confunden la polaridad convenida en los elementos conectados. De momento, la contienda sigue abierta en el interior del Instituto, que se ha visto rodeado, a medida que avanzaba la mañana, por una multitud de curiosos que observa el choque con atención y espera impaciente un desenlace, que confían acarreará cualquiera que sea su signo la pronta reanudación del servicio.

sábado, 2 de junio de 2012

Tierna luz


     Tierna luz
     para la espera que le alcanza
     en su vidrioso rincón
     en sí mismo y sin razón
     de la que alimentar esperanza,
     tierna cruz.

     Tanta luz,
     que azuza los ligeros sueños
     agota con su algarabía
     el paso de aquel día
     en el que asume como dueño
     tanta cruz.

     Ciega luz
     aterida frente a los fríos espejos
     queda rendida a sus pies
     pero reclama cuanto ves
     y levanta al frente de su cortejo
     ciega cruz.


viernes, 1 de junio de 2012

Acotado albedrío


No sé si el cambio de paradigma, como diría un polemista fino, conlleva la completa renovación de los conceptos que dan soporte a nuestra actividad social, lo que sí creo es que cualquier cambio en ese sentido debe ser tenido por un síntoma de que algo extraño sucede y como un aviso de que podemos encontrarnos ante el final del ciclo en que inconscientemente hemos vivido. Podría ser este el caso de la divisoria entre el bien y el mal, que siempre hemos tenido por fundamento de la moralidad. Seguramente porque siempre hemos imaginado que su percepción es un signo propio de los humanos y su distinción está impresa en la conciencia de cada uno de nosotros. A esa distinción hay que añadir la posibilidad de elegir libremente entre ambas opciones, a la que denominamos libre albedrío y que está en el origen de nuestra responsabilidad moral como seres humanos. Lo corrobora la propia Declaración Universal de Derechos Humanos cuando señala en su primer artículo: «Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros».

En torno a este principio básico, que rige al fin y al cabo nuestro buen juicio y determina la responsabilidad por nuestros actos ante la justicia, caben dos objeciones que cuestionan su carácter universal. La primera nos conduce a un territorio sumamente indefinido en el que se libran con frecuencia decisivas controversias jurídicas. Al hablar de todos los humanos y de sus respuestas damos por sobrentendidos los rasgos que definen la normalidad humana. Sin embargo, la normalidad puede llegar a veces a ser tan flexible como las circunstancias en que el individuo responde a los hechos. Se viene aceptando como excepción que alguien sometido a cierta enajenación o a una presión insoportable en su entorno, puede llegar a ver confundida su capacidad para juzgar y para dirimir su posición en la divisoria moral. Con ese criterio más o menos laxo de normalidad humana, que médicos y psicólogos se ven obligados a analizar en ciertos encausados, o con valoraciones generales sobre la excepcionalidad de la situación social en la que se han dado los hechos, se ha jugado en muchas ocasiones a construir eximentes de culpabilidad penal. Los grados de locura y las situaciones bélicas han sido exhibidos ante los tribunales, entre otras circunstancias, como factores limitadores de esa normalidad presupuesta y consecuentemente como atenuantes de la responsabilidad penal en un principio reclamada.

Hasta aquí el ciclo del libre albedrío ha continuado, con esas salvedades y paréntesis, pero sin que se vislumbrara el final de su vigencia. Hoy, sin embargo, en base a nuevos estudios neurológicos acerca del funcionamiento cerebral, se duda de que la conciencia dicte ineluctablemente nuestro comportamiento. Ya no se trata de de que el criterio moral de un individuo haya quedado afectado u oscurecido por una patología mental o por un temor desmedido, lo que ahora se pone en cuestión es la capacidad de cualquier persona para tomar conciencia de su acto antes de decidir actuar. Si la secuencia se invierte, colocando la decisión, o mejor la acción, por delante de la toma de conciencia, no habría propiamente volición. De ser esto una ley generalizada, nuestros actos no serían propiamente voluntarios y nuestra responsabilidad, pongamos criminal, quedaría relajada o incluso liberada. Algunos afirman, basándose en estas consideraciones, que el libre albedrío no deja de ser una mera ilusión, una entelequia filosófica. Vayamos, pues, a los fundamentos neurológicos en los que basan esta objeción.

Neurólogos como Sam Harris han corroborado mediante imágenes obtenidas por escaneo con resonancia magnética el resultado de experimentos anteriores sobre este asunto como los del fisiólogo Benjamin Libet. De todo ello deducen básicamente que el cerebro toma la decisión de actuar antes de que uno sea consciente de su acción, por lo que esta acción y su resultado difícilmente podría depender de su voluntad. La representación de la secuencia en regiones del córtex, a las que vamos viendo iluminarse coloreadas en pantalla, parece convertir el tema en un juego de efectos causales y abona la tesis de un reduccionismo moral, que de aceptarse alcanzaría enormes consecuencias sociales. Si el impulso motor inconsciente es la chispa que está en el origen de cualquier acto criminal, actuaciones de prevención social como las mostradas por la película Minority Report estarían en un futuro lamentablemente próximas.

Obligados a retroceder hacia lo inconsciente, después de quedar la lógica jurídica desasistida y sin soporte neurológico que ofrecer al libre albedrío, la tarea consiste en encontrar para ese axioma moral un nuevo asiento digamos físico. Pero en las conjeturas que se manejan, los conceptos introducidos son de difícil conciliación con el edificio legal que aún mantenemos. El propio Harris ha explorado la posibilidad de un libre albedrío más cercano a la intuición que a la lógica, volviendo a concluir de nuevo en el carácter ilusorio del libre albedrío en esa moral intuitiva. Esto le ha hecho dudar de que una línea causal pueda llevarnos ante un principio consciente o subconsciente, determinante de la elección moral fundamental. Como alternativa a este fundamento ético que parecía común a todos, y que fue sugerido con carácter axiomático y con derivaciones jurídicas impecablemente lógicas por racionalistas como Leibniz, Harris hace a cada individuo propietario no exactamente de un criterio propio sino de un paisaje moral personal. Es de estas expresiones, todavía prendidas a una metáfora, de las que hablaba al principio como síntoma de que se acercan cambios insospechados.

Como Harris señalaba en una reciente entrevista, el panorama moral al que nos vamos asomando es demasiado ambiguo como para formular algún tipo de criterio y menos uno que se apoye en lo subconsciente, por entender que un acto volitivo:«… alcanza a todo lo que pensamos y hacemos y decidimos. No hay un sitio en que podamos decir, la pelota se detiene aquí. La pelota nunca se para. Tus deseos emergen de una selva de causas que tú mismo no puedes inspeccionar. Los únicos medios de que dispones son los que heredas de tu pasado. Hay cosas sobre la moralidad y el sistema legal que cambian cuando se considera que no hay libre albedrío».

En realidad, la desaparición del libre albedrío, de aceptarse, vendría a suponer la pérdida de uno de los últimos de criterios binarios de elección y la consiguiente devaluación del contraste, entre lo bueno y lo malo en este caso, como factor de argumentación. Evidentemente esto trastoca de forma radical la lógica que permite imputar responsabilidades legales a una persona. El ineludible ejercicio de la justicia obligará a que dicha lógica sea reformada, pero su evolución puede ser problemática. Sin el supuesto del libre albedrío, tal y como hoy se emplea, la lógica jurídica será técnicamente más compleja, socialmente más opaca y probablemente más sujeta a errores, extravíos y abusos de poder, al menos mientras la ciencia no nos la haga un poco más transparente.