miércoles, 8 de agosto de 2012

El embrujo de la voluntad solidaria


Pirámide negra, Dahshur, Egipto
En tiempos en que las verdades estadísticas parece que son las únicas ecuménicas, hay algunos hechos que aun sorprenden. Están en este caso los que rodean a la voluntad, que con tantas dificultades admite los efectos multiplicativos. Podemos hacer valer paradójicamente la estadística para afirmar — por constatado hasta mil veces o más— que no consiguen cien voluntades lo que una sola, siempre que sea lo bastante decidida. Lo que llamamos voluntad colectiva es un efecto muchas veces virtual y casi siempre misterioso, que hemos emparentado sin mucho acierto con la perseverancia personal, pero que resulta más difícil remitir al esfuerzo físico e individual. Llevada al ámbito moral su misterio no se desvela, más bien se consolida. Pensemos en el dominio, por ejemplo, como ejercicio en el que la voluntad muestra su soberanía. Una voluntad compartida haría mucho por la consistencia de los condominios y los dotaría de firme respaldo. Pero lo cierto es que esa voluntad compartida tiene poco de voluntad y menos de compromiso colectivo, por no hablar de pacto contractual, con lo que es difícil fijar soberanías. A lo sumo podemos hablar de un clima social, favorecido por la ruidosa y ocasional convergencia de voluntades individuales. Atornillarlas bajo un escudo para hacer frente a la adversidad, o incluso para esgrimirlo en aventuras guerreras, puede ser útil. Pero con la relajación de esa militancia el conjunto pronto volverá a la disputa por una expresión voluntaria del dominio, cuyo código exige establecer límites y decisiones. La concurrencia de voluntades es valiosa y a veces fructifica en proyectos, esos edificios levantados con irreprochable lógica. Otra cosa es que la lógica que en ellos impera responda a criterios de habitabilidad y convivencia. Y es que la lógica nunca nace ajena a premisas, muchas de ellas impregnadas de una idea de dominio que fija de manera determinante esos criterios y donde la voluntad, la personal, es además decisiva. Salvar los proyectos, a través de las obras visibles, como ejercicio de realización social, como resumido ejemplo de una voluntad soberana y colectiva, encubre en la mayoría de los casos el impulso de una voluntad dominadora, sin el cual lo demás no pasa de ser una amable falacia reivindicativa.

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