jueves, 23 de agosto de 2012

¿Por dónde se escapa?


Si cada día nos aporta su modesto gramito de sabiduría, a estas alturas casi todos deberíamos de ser sabios. Como no parece que en ese censo entremos todos, será cuestión de indagar por dónde se esfuman esos saberes. Propongo tres direcciones, a ver si así no me pierdo. Puede que nuestros organismos, genéticamente fatigados o por alguna disfunción merecedora de más amplio estudio, no sean ya capaces de asimilar ni esas ínfimas cantidades. Sería esta la hipótesis de los organismos reactivos o alérgicos. Aun siendo capaces de asimilación, puede también que asimilemos por otro lado y sin esfuerzo hasta un kilo de estupidez, medida que contrarresta cualquier logro y nos educa sensu adverso. Hablaríamos entonces de un caso claro de balance negativo. Por último estaría la hipótesis que tengo por más probable entre todas. A saber, para no caer en catastrofismos penitenciales, preguntémosnos si sabemos de lo que hablamos. Y, si ya sabemos qué es sabiduría, preguntémonos a continuación si podemos saber cuánta es nuestra sabiduría. Quizá sea mejor seguir por la senda de las preguntas que pretender lo que no se puede llegar a saber, y es que nadie puede realmente saberse sabio sin venir a parar en estúpido. Bueno, dije tres, y ahí lo dejo.

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