jueves, 9 de agosto de 2012

Colocando lo exótico



Para una vez que tienes película que contar, aunque sea en calidad de figurante, te entusiasmas sin remedio, sin tasa alguna, sin acudir a la asistencia protectora del ridículo. Son días de mucho hablar, con versiones repetitivas de misiones previsibles y escasamente intrépidas, vendiendo tu paso por los hoteles como hazañas aventureras. Y aún si lo cuentas con gracia y contagias tu entusiasmo, colocado frente el oyente pero con las imágenes exóticas de fondo, puede que haya quien te escuche. Porque ese contraste de algún modo les sosiega, al tiempo que te favorece. No en vano, eres tu con todo lo cotidiano lo que ven por un momento alejarse, y son tus sobresaltos en ese horizonte hostil lo que sienten en carne propia. Mejor no te infundas aires de personaje. La literatura puede ayudarte, pero no te salgas de la crónica, tu a los hechos. De poeta y sin la foto, dejando tu mirada extraviarse en evocación aproximada de aquel rapto gozoso ante el Taj Mahal de turno, cargas las tintas y aburres. El drama, sin heridas o cicatrices fehacientes que mostrar, tampoco viene al caso. ¿Te robaron? Claro, por bobo, pensarán los de enfrente. No olvides que el hastío de quien permanece a la espera, de quien te regala cortesía, se aviva rápido. Serás muy libre de confundirlo con sus frustraciones y envidias, pero si encima te envaras y pides reverencia como si se encontraran ante Livingstone redivivo, te equivocas. Conozco uno que empeñado en cantar grandezas aburrió sañudamente y abusó de la condescendencia ajena hasta que quiso la fortuna que ya sin aliento concediera una pausa providencial. Entonces uno de los torturados amigos puso cara de repentino interés, decidió alabar el tono épico del relato y propuso que lo completara, y sin decaer, con los atroces peligros que le habían perseguido por las aceras, las escaleras y los pasillos más próximos, obligándole a refugiarse e ir con su temible cuento a los amigos.

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