viernes, 10 de agosto de 2012

Cada ciudad crea su tirano


Dionisio, tirano de Siracusa
1. Casi todas las ciudades tienen un sello propio, más o menos acentuado, más o menos definible. Eso no quita para que se observe en ellas una tendencia a la clausura del modelo actual, algo que ya es visible en muchas de las ciudades más modernas, y que viene determinado por que la complejidad de su estatus urbano crece en todas ellas mediante idénticos patrones y medios tecnológicos.

2. Las diferencias entre ciudades se perciben a simple vista. Está el territorio en que se asientan, su tejido urbano, el estilo de construcción, la singularidad de sus emblemas arquitectónicos. Esto por lo que respecta a lo externo, a lo definible, porque luego están sus habitantes, que representan con su diversidad un magma circulante y difícilmente definible, y que, sin embargo, marca el espíritu de la ciudad.

3. Suponer que la gente que habita una urbe es fruto sociológico directo de ella parece sencillo, establecer en qué medida es una cuestión complicada. En todas las ciudades la huella humana es patente, y más evidente quizá en las antiguas, en las que la población se ha acumulado en oleadas. Eso no significa, por muy visible que sea la huella, que sea fácil rastrearla y aún menos sopesar la importancia de lo que en ella se aprecia.

4. Decir que una ciudad tiene tal o cual carácter es un sinsentido si no se entiende la afirmación a través de su geografía o de la idiosincrasia de sus habitantes. El carácter marinero o portuario de una ciudad, por ejemplo, tiene su origen en el marco marítimo en que se encuentra, pero se traslada de manera insensible a todos los que viven en ella, sean o no pescadores, marineros, navegantes o comerciantes.

5. Esto invita a pensar que la elección del marco, además de ser un principio fundacional, marca decisivamente la evolución de un proyecto urbano y su eventual éxito. Es cierto que depende de la riqueza de su entorno y de su emplazamiento estratégico, pero no siempre son estos los factores más importantes. A veces resulta que las difíciles condiciones del escenario estimulan inexplicablemente la capacidad de respuesta de los actores.

6. No faltan casos en que principios de inspiración mitológica han marcado el destino urbano de un paisaje desvalido e inhóspito. Esto solo es posible si en ellos se redobla el vínculo que une los habitantes a su ciudad. Se sienten obligados a defender el símbolo fundacional en torno al cual se mantienen unidos, por creer que en reciprocidad sólo los poderes míticos que representa podrán salvarle de la decadencia o la destrucción.

7. Con mayor certeza el éxito depende de la afluencia de vecindario y de su participación en actividades como el comercio o la industria, o en tareas destinadas a mantener su cohesión. El modo en que las desarrollan es probablemente el más ajustado a las condiciones que el entorno urbano les impone. Nace entre esa ciudadanía un estilo propio, una forma de expresarse, que hace que, con intereses similares, unas ciudades resulten tan distintas a otras.

8. Frente a los vecinos que afluyen para prosperar desde lugares más o menos lejanos están los fundadores. Es frecuente oírlos manifestarse como augures o, si no, como estrategas. Son los miembros patricios de la ciudad, los garantes de su supervivencia y reviven en cada decisión la decisión institucional primera. Convertidos en legítima institución encarnan la ciudad como su triunfo o su derrota, en virtud del aprecio en que se tienen a sí mismos.

9. El tirano ve el acta de fundación como un acto de asunción de dominio y responsabilidad territorial. Con su ley convoca a un juicioso acuerdo de respeto a esa autoridad bautismal. En el ejercicio del gobierno se obliga a acoger a todos y a ofrecerles en su beneficio los avances de la prosperidad. Pero la deuda real es para los de su sangre, llamada a conservar el impulso primero y a activar todos los órganos de la ciudad.

10. Cuentan que un día el ciudadano abolió el patrocinio de tiranos, aristócratas y demás familias. Habrá que preguntarse, pues, quiénes son estos que hoy vuelven vistiendo toga senatorial y envolviendo la ciudad con sus ensueños. Se dicen herederos del viejo espíritu democrático para usarnos como capital propio. En nombre de quien dicta, el resto de ellos busca su dominio y beneficio convirtiendo nuestro patrimonio ciudadano en su providencial empresa.


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