lunes, 31 de diciembre de 2012

Un triángulo solar


Para los que creen que el escenario no prefigura los personajes del drama, que se imaginen por un momento habitantes de una tierra orbitada por tres soles, en uno de esos planetas que los astrónomos han descubierto recientemente. Con ese firmamento de fondo, no veo motivo para que en ese mundo vivan entregados al monoteísmo solar y tampoco creo que su gente entienda de dialécticas o de éticas maniqueas. Mitómanos o no, sus obsesiones, sus creencias serán de otra naturaleza, porque los efectos de tres soles casi nunca son lineales, dibujan nuevos campos de fuerzas y dan lugar a sociedades cuyo drama es normalmente más complejo. Las relaciones no mejoran sin un bien y un mal absolutamente opuestos, la cosa simplemente se complica con más de dos polos cuando hay que encontrar la posición y el valor de lo intermedio. Creo que, de haber figuras míticas en ese mundo a tres soles, se construirán en torno a sus ciclos astronómicos, que para sus habitantes serán vitales. Parte del credo girará en torno a convergencias, eclipses y alineaciones solares, y se verá inducido por los efectos de esas efemérides, ya sean reales o presumidos. Inútil compararlos con nuestro insensible paso por las casas del Zodiaco, puesto que los tres soles mantienen ante los habitantes una presencia indiscutible. Esta razón nos lleva también a creer que el aspecto externo de estos astros solares debe ser un asunto decisivo. Como los colores difícilmente serán similares, estamos obligados a entrar en interpretaciones. Habrá un sol rojo y fogoso, aunque solo sea por una cuestión de brillo, y frente a él otro más atristado y gris, quizá hasta purpúreo, y mediando entre ambos, pero alejado de ellos, uno que parece más cálido y meloso, como un rostro casi humano. Hay mucho sitio para interpretaciones distintas, no lo niego, al fin y al cabo de los triángulos nacen muchas variantes, algunas de ellas bien insólitas. Con todo, lo más común es fijar la atención en dos de los soles y tomar el tercero como catalizador y árbitro de los impulsos generados por los primeros. El cuadro no nos es del todo extraño, pero no suele crear mitología ni ningún tipo de culto. Entre tres el equilibrio resulta ser siempre tan dinámico que ni llegan los soles a cuajar en mito ni merecen iconografía o estatuaria alguna. En ese marco no se pueden cultivar creencias firmes, tan sólo contemplar su peculiar juego. Un juego escénico que tiene algo de constante farsa, en la que como arquetipos solares bien podrían servir nuestros Arlequín, Pedrolino y Colombina. Tomándolos como dioses tutelares, la fidelidad pasaría a un segundo plano y toda relación sería una comedia para tantear la verdad, convertida en rehén solar y sin equilibrio posible.

domingo, 30 de diciembre de 2012

¿Qué había que cantar?



Generalmente mis sueños son recurrentes y poco novedosos, insisten en algún tipo de falla personal y se aplican puntualmente a recordarme o a alertarme sobre algo que no consigo entender bien del todo o que directamente olvido apenas despierto. Uno que se viene repitiendo es aquel en que me veo enrolado de manera fortuita en una compañía que interpreta un musical y paso sin pretenderlo a ser voz cantante con sorprendente éxito. Este sueño me ha sobrevenido en épocas muy distintas, adornado con matices diversos, cercanos a los asuntos y personajes de diario, que hacían variar los compañeros de reparto, la fachada del teatro y hasta el mundo entre bambalinas. En ese tronco onírico se injertan de vez en cuando como extensiones nuevos sueños que remiten, por sabido, al primero, al de la función musical. El detalle de hoy estaba en el programa de mano, en el tríptico de presentación de la obra, que incluía también la letra de la canción principal que yo como protagonista debía interpretar en cierto momento. De forma vaga recuerdo que el momento llegó, estando yo absolutamente convencido de cuál era mi papel, a pesar de no haberlo ensayado en su nueva versión. Sin embargo, no pude emitir sonido alguno, mientras con el tríptico en mano la música sonaba e incluso el apuntador me iba susurrando la canción. El público, muy numeroso, comenzó a quejarse y lanzar objetos. Aquello se convirtió en una especie de levantamiento del que todos los de la compañía intentamos escapar. Del final sólo recuerdo que estábamos en un callejón sin salida, esperando la llegada de los sublevados. A remolque del grupo, nadie me prestaba demasiada atención, salvo cuando alguno, en medio del barullo, se cruzaba ocasionalmente conmigo y me lanzaba una mirada de inquina como culpable de la situación. Como de costumbre en estos casos he despertado con enorme alivio, aunque esta vez he vuelto al poco al duermevela, atraído por un eco que me llegaba lejano y que parecía prendido a mi sueño. En él he creido reconocer las voces de un formidable coro entonando La varsoviana.

sábado, 29 de diciembre de 2012

Mínima 8


Entre los favores recibidos, a la larga el más gravoso es el consejo amistoso y gratuito, por el que se pedirá permanente compensación en cuanto se desoiga y constante reconocimiento mientras sea atendido.

Mapa interactivo


Retrato sobre un mapa, Ed Fairburn
Una manía bastante extendida: desplegar un mapa cualquiera y escoger un punto en el que hacerse ver. Luego viene la broma: desde ese punto alguien nos mira.

viernes, 28 de diciembre de 2012

Desde mi ventana


No eres una ventana desde la que se avista el mundo, tu ya eres un mundo y lo que buscas tan ansiosamente es una ventana abierta a otro mundo.

jueves, 27 de diciembre de 2012

Día de gloria


Miraba sin salir de su asombro. Miraba una y otra vez para comprobar los detalles. Miraba sosteniendo fijamente su mentón, con su brazo izquierdo cruzado oprimiéndole el pecho. Miraba desasosegado a un lado y a otro, de vez en cuando a su colega con extrañeza, hasta que se dió la vuelta completamente desolado haciendo un gesto de renuncia. Su compañero se aprestó a darle una palmada en el hombro para consolarle: «¿Crees tú que es normal que alguien se ponga así por un triste teorema?». No hubo alivio, no parecía que fuera para él banal y no prosperó demasiado esa llamada al desenfado. Como un sonámbulo dio un par de pasos en la tarima intentando una discreta retirada. Fue entonces cuando en la pizarra pudo verse, bajo el inequívoco título de Contraejemplo, todo un enjambre de enmarañadas fórmulas entre las que resaltaba una más sencilla, metida en un recuadro. A su lado, con aire cínico y tiza en mano, su discípulo aventajado contemplaba la escena junto a la mesa, intentando mantenerse ausente, como quien mira sus notas, pero muy consciente de su victoria.

miércoles, 26 de diciembre de 2012

El tiempo abusa


Un día tras otro dices que el tiempo te maltrata. No deberías permitirle que te humille. Así que mata tu tiempo sin reparo y déjate llevar por tu espíritu intemporal, como un asesino sublime.

lunes, 24 de diciembre de 2012

De pensar a penar


No deberías ponerte a pensar cuando estás en medio de ninguna parte. No hay ancla que te enganche y te mantenga si a tu alrededor no hay camino ni horizonte. Desde luego deseo no te faltará, porque el deseo rara vez se desvanece. Estamos, pues, en que piensas y deseas, y te imagino atascado en una charca de tu elección. Toda tu lucidez se tensará entonces, a medida que las turbias aguas te llegan como una marea hasta el cuello. Un momento crítico, sin duda, en que fácilmente se confunde lo bueno y lo malo, en que lo que viene llegando no viene y lo que se va yendo no se va. Estás ante la impronta de tu deseo, siempre oscuro, y lo que te anuncia es que estás listo para crecer. Si lo rehúyes e intentas sólo pensar para más saber, tampoco te será fácil decidir si es el tiempo lo que se ensancha o es la acción lo que se detiene. En casos como éste la vida pasa a defenderse concentrada en un punto álgido para que todo en nuestro interior resista próximo, creyendo que nuestra mente aguantará sujeta a nuestra voluntad. Sin embargo, en ese espacio tan diminuto todo acaba trastocándose, las emociones se confunden con las razones, las razones con los deseos, los deseos con las obligaciones. Siente uno entonces que todo comienza a crujir y que una amenaza se cierne y aguarda su rompiente. Al despertar en ese dilatado instante, el tiempo pasa a abrir sus puertas en otra dimensión, donde una difusa pasión gris aviva temores al encarnado deseo y nos condena a una adolescencia perpetua, el más silencioso de los tormentos.

domingo, 23 de diciembre de 2012

El secreto de Girizu


Avistando amenazas por el Norte
Es difícil de explicar que, después de subir hasta lo más alto de una montaña, nos encontremos en los venteados pastos cimeros con un extraño pozo circular, como de un metro de diámetro, de paredes bien cementadas en las que se incrustan, a modo de escala, unas oxidadas barras de hierro. La profundidad, sin embargo, parece escasa: me introduzco y la hierba del prado me queda justo a la altura del pecho. El fondo está lleno de tierra y hojarasca, pero no parece muy sólido. Si no fuera porque estoy perdido entre cumbres, pensaría que estoy pisando algún escotillón y que alguien ha excavado aquí debajo una galería. Aunque la obra parece hecha con algún propósito, me cuesta creer que, con el cielo casi tocando nuestras cabezas, tenga que ser precisamente aquí donde se abre una pequeña puerta al mundo subterráneo. Como propuesta misteriosa tiene su atractivo, pero si miro al prado que nos rodea veo más cagadas de oveja que ruinas olvidadas u otro tema de cuento. Además los cuentos, que son las guías más fiables en estos casos, suelen situar estas entradas en profundas cavidades de la montaña, cerradas por una vegetación inextricable y guarecidas por alguna bestia furiosa y celosa de su oficio. Con los pobres indicios que observo en superficie, no diría yo que el ambiente tiene algo de mágico, no al menos como para llegar a imaginarme una montaña minada, repleta de amplias salas, con largos pasillos, flanqueados por innumerables portones e iluminados por siniestras antorchas. Aún así, estas calenturas mentales hubieran podido pasar de hipótesis fantásticas y prosperar en un mito como el de Alicia o Barbazul, si no hubiera descubierto cien metros más allá otro pozo similar. Hecho ya a la sorpresa y alejado definitivamente de fantasías, llega el momento de hacer suposiciones más serias. La cima, con el hito que la corona, debe servir de culmen a una bóveda bajo la cual se encuentra una espaciosa sala de amplias dimensiones. Teniendo en cuenta las vistas que desde aquí se nos ofrecen sobre los valles de ambas vertientes, es probable que debajo de nuestros pies tengamos el centro de operaciones que algún estratega imaginó para hacer frente a embestidas bélicas aliadas más o menos fabulosas. Se sabe que la zona está atravesada por una línea de fortificaciones y que el collado de Ibañeta al que conduce la ladera es travesía antigua en el Pirineo desde los tiempos de Antonino y los vascones y paso luego de monjes y peregrinos. Más difícil era suponer que detrás de los pozos, en esta atalaya de Girizu, puede seguir escondida una estancia con su completo despliegue de mesas, teléfonos, mapas y prismáticos, y quizá hasta con su arsenal. Estoy convencido también de que entre las hayas de sus laderas es aún posible encontrar otras entradas, probablemente a recintos menos suntuosos que atraviesan la montaña formando una intrincada red disuasoria. En plena excursión mañanera estas sorpresas telúricas siempre fascinan, más por lo que prometen a la imaginación que por lo que al final sale a la luz. ¿Quién hubiera podido, si no, imaginar una cámara blindada en la cima de un monte y apostada ahí como un permanente y callado vigía? Según dicen los informes, el recinto lleva ya herméticamente cerrado y oculto unos sesenta años, sin misión que cumplir y abandonado. Pero nadie puede asegurar, conociendo la larga historia del lugar, que el día menos pensado no despierte en él de su letargo como un dudoso espectro entre brezos y nieblas, apuntando con su infernal artillería, el genio marcial que presumiblemente lo habita.

sábado, 22 de diciembre de 2012

Entomología ilustrada


Hacia 1776 escribe G. C. Lichtenberg: «En nuestros tiempos, en que los insectos coleccionan insectos y las mariposas parlotean sobre mariposas». Desde luego, nada como el grabado al ácido para lograr el verdadero contorno —glorias y miserias— de la Ilustración.

viernes, 21 de diciembre de 2012

Insiste el orador


Algunos, con grandes ínfulas, visten su discurso de gala y ahuecan en la tribuna su voz, sin más propósito que confirmarse a sí mismos, mientras que es sabido que en la retórica lo realmente importante es aprender a repetirse, para mostrarse cada vez más sencillo e incisivo.

jueves, 20 de diciembre de 2012

El supermono ofrece su protección


Tarzán, por Harold Foster
Incluso antes del Apocalipsis resplandeciente, corría ya la tropa apresurada a refugiarse en la espesura, bajo la tétrica sombra del impasible Tarzán.

Llegaron arcángeles nómadas que sin mejor tino ni oficio se asilvestraron; luego travestidos de humanoides se entregaron a segar cabezas díscolas.

De espinas armaron sus escudos y por detrás colocaron a los augures para que la sangre derramada ahuyentara entre conjuros cualquier signo de gloria menor.

Mientras vivían para el héroe, las aladas sombras hacían eco y se decían amigas, hasta que la tiniebla se extendió, todo se marchitó y el bosque entero calló.

Un grito despertó a la selva de su letargo, luego se oyeron las trompetas arremetiendo tormentosas y al final, bajo el diluvio, vimos desfilar temblorosos a los fieles.


Carta para la viajera


Postal remitida a Escocia desde las islas Juan Fernández
por Robinson Crusoe
Afortunadamente ahora no hay que acercarse a una estafeta o recoger los mensajes en el casillero de alguna oficina de correos, basta con enchufar el ordenador. Al menos eso hemos ganado. Ya que te supongo ahí, al otro lado, déjame que te hable un poco del tiempo que por aquí has dejado: una mañana de diciembre reticente a presentarse, gris como pocas y encima lluviosa. En días como éste, apenas encontramos estímulo para levantarnos. Sólo los resortes de la rutina nos empujan inexorables y casi despiadados hacia nuestras obligaciones. Para ti que, tras salir del refugio, te mueves como una mariposa de flor en flor, esto resultará cómico o dramático, pero sobre todo lejano. Confío en que, tras haber recorrido medio mundo, no estés frente a una mañana tan opaca como ésta y que te espere algo más que nuestro ritual de diario, anodino, sin más sobresalto que corregir lo que quedó fuera de lugar para volver a nuestro orden calmante. Apura tu que puedes el día, desde el punto de la mañana, con planes bien cruzados que cubran las horas a un lado y otro del mediodía y te las hagan, si no emocionantes, por lo menos gratas e interesantes. No permitas que los paisajes y los monumentos, por deslumbrantes que parezcan, te impidan trabar conocimiento de la gente, de lo que pasa en la calle. Cuando uno abre el oído a sus historias, a sus intenciones, a sus fantasías es cuando verdaderamente empieza a tener la impresión de haber recalado en otro mundo. No te precipites a la hora de juzgarlos. Por exótico que te resulte, su mundo no es más grato que el tuyo. Si por desgracia viven resignados a él, amarrados a creencias o cultos ridículos, a costumbres infames y odiosas, no emprendas de inmediato labores de apostolado. En lugar de eso empieza a mirarte a ti misma desde la extrañeza, imagínate metida en este pequeño, lejano y cómodo mundo tuyo, desde el que ahora te escribo. No hay motivo tampoco para el ejercicio de la compasión o la misericordia, no más del que puedas hacer gala por aquí. Que la miseria parezca allí más evidente, tiene que ver con la amplitud de movimientos con que te mueves y que te lleva por ambientes que en tu ciudad han pasado a resultarte ajenos, peligrosos y desconocidos. Observa, pues, en silencio y con atención cómo evoluciona su mundo, porque no hay espectáculo más fascinante que ver vivir a quienes tienen ansia de vida. Con ese recuerdo, con ese aliento prestado, aunque a la vuelta todo te resulte más monótono, lo encontrarás sin duda superable. Por contra, donde siempre te habías creído libre te verás repentinamente limitada, tan limitada como segura, y tan segura que ya sólo te harás a lo previsible. En poco tiempo, todo serán razones para volver al camino y reconocerte, una vez más a la intemperie, respirando hondamente el aire de otros mundos. Disfrútalo, pues, ahora que puedes, porque esa clase de aliento reanimará siempre tu memoria. Mientras tanto, por aquí no nos queda otra que mirar el correo y seguiros por el mapa, sacar del cajón alguna foto —no el album, por favor— para animar recuerdos y recomponer la mesa disimulando los vacíos.
Recibe tanto tú como tu hermano un fuerte abrazo


Oltremare, Ludovico Einaudi.

miércoles, 19 de diciembre de 2012

Mínima 7


Lo que hace peligrosa la fe es que alimenta convicciones, nunca certezas.

Caídas poéticas


Cuando hablando tensas demasiado el verbo, afinas tan mal que suena como un violín.

martes, 18 de diciembre de 2012

Mínima 6


Las ruinas siempre levantan rumores sobre su brillante porvenir.

Dale a esa palanca


Los perdedores libres de complejo son los únicos que tienen algo útil que enseñar.

lunes, 17 de diciembre de 2012

El irresistible toque navideño



El uso disuasorio de la «fragancia a lobo», colocado en pasos estratégicos, ha logrado, al decir de los experimentados cazadores de Cardona, que los jabalíes de sus montañas reculen y no asomen el hocico fuera de su habitat boscoso. Como método de ahuyentar merodeadores el tufo puede que funcione, pero hasta que no lo pongamos en el mercado navideño, no sabremos realmente si será capaz de cumplir el principal mandato de cualquier fragancia que se precie: atraer a las hembras y, en Cardona, aumentar la cifra de lobas cazadoras y federadas.

domingo, 16 de diciembre de 2012

Dando la novedad


Es verdad que los hechos se suceden, incluso diría que la actualidad se recrea en ellos dejándolos al alcance del testigo que pasa. Solo que al verlos de cerca, suena a intriga poética ese intento de reflejarlos como imágenes que arrastrara un devenir anónimo y ciego. En realidad los hechos no cesan de cambiar y generar actividad productiva, llevan la huella de nuestra mano: la actualidad es un producto que constantemente se crea y que presentado como novedad simplemente se consume. Pero nunca podrán ser novedosos los hechos, cuando vienen a surgir como actos rutinarios de un espectáculo perpetuo; a lo sumo serán reincidencias de sus eternos actores. Además de desvelar esas constantes vitales, los archivos, las crónicas, las hemerotecas demuestran su indestructibilidad, su persistencia.

viernes, 14 de diciembre de 2012

Nos esperan los exoplanetas



Leo en prensa más o menos lo siguiente: «El Planetary Habitability Laboratory presentó el año pasado el Habitable Exoplanets Catalog para dar medida de la idoneidad de estos mundos emergentes para la vida y como una forma de organizarlos de cara al público». Supongo que el siguiente paso será organizar al público sobrante, colocarlo de cara a esos mundos emergentes y ayudarle con una propulsión meteórica en el culo a buscarse la vida en esos prometedores exoplanetas. La banca estaría considerando esta remisión de excedentes humanos como un proyecto de alcance estratégico, consciente de que es urgente lograr un mínimo equilibrio entre el ingente mundo de su propiedad y los emergentes, sin propiedad aún definida. Ante la creciente amenaza de ese desequilibrio, gana enteros la posibilidad de abrir al gran público una nueva línea de crédito, conocida internamente con el lema de Tu casa, en el otro mundo. Por su parte, los bancos regionales se comprometerían a correr con todos los gastos logísticos del desalojo de esta gente, autobuses y bebidas incluidas. A los gobiernos únicamente les correspondería organizar al personal, mantener el orden y fomentar un sano espíritu colonial entre los bravos expedicionarios.

Mínima 5


Nada se hace esperar, cuando es lo bastante odioso. Nadie se hace esperar, cuando se siente imparablemente gracioso.

jueves, 13 de diciembre de 2012

Poderosos gigantes morales


Como las acusaciones de comportamiento anormal exigen de quien las vierte cierta autoridad moral, hay quien las usa sin rebozo para recomponer y prestigiar su autoridad o para presumir de un criterio moral que nunca ha seguido.

miércoles, 12 de diciembre de 2012

Aguatriste


Tanto y tanto suspirar, para que vuelva la nube. Y ahora que ha venido, va y la haces llorar.

martes, 11 de diciembre de 2012

Felpas banderizas


Con el colorido estandarte nos enjugamos los sudores, que otros ven luego escurrirse gota a gota con un punto de emoción, como si fueran lágrimas.

lunes, 10 de diciembre de 2012

El mundo en el catálogo


Abro un viejo catálogo de libros, son libros de bolsillo de los años 60 y 70, un material definitivamente pasado de moda, como de otros tiempos. Sorprenden algunos de los títulos que se ofrecían, pero sorprende aún más la insistencia con que en ellos aparecen palabras como introducción. Hay ahí introducciones para casi cualquier tema, como si el lector medio partiera en conocimientos de cero. Las hay en gran abundancia de economía, que si capitalista, que si socialista, que si de la España medieval, que si de la Sicilia normanda. Pero tampoco es el único tema, ya digo que hay un amplio abanico de introducciones con las que se puede estudiar desde el sistema de producción asiática a la ecología de los crustáceos pasando por la poesía china y el Africa Occidental francesa, sin olvidar, claro está la filosofía, toda la gama de filosofías.

Indudablemente la palabra introducción tenía su gancho, sonaba a invitación para legos, para curiosos, para entusiastas, para hambrientos en aquel erial. Vivíamos en esa onda, porque dependíamos de ese tipo de fuentes para intentar contemplar el mundo e imaginar uno nuevo con un mínimo de conocimiento. Hoy las introducciones se han convertido en cursos en las universidades, ofrecidos en muchos casos por aquellos lectores de introducciones de entonces. En otros muchos casos se han visto sustituidas por las austeras páginas de la Wikipaedia. Cualquiera puede suponer que, con ese giro hacia las materias normadas o la cultura digital, lo que ahora se ofrece no tiene desde luego el mismo aliciente que aquellas lecturas. Yo hablaba de entusiastas, a diferencia del ambiente previsible y gris que preside normalmente los cursos universitarios. De las enciclopedias y su apoyo anónimo y puntual frente a la fría pantalla digital no creo que haya mucho que decir.

No está claro, viendo por donde van las cosas del mundo, que hayamos sacado mucho provecho de aquellas introducciones. Por lo menos no más allá de los cursos magistrales que impartimos, de los cursos y de nuestro vano intento por alcanzar un mundo mejor. Pero nadie puede negarnos algún conocimiento, y de tenerlo es porque alguna vez fuimos lectores, diría que apasionados, de aquellos libritos. Entrábamos como exploradores en toda clase de temas, normalmente leyendo como de puntillas obras muy por encima de nuestras discretas posibilidades intelectuales, a base de lecturas parciales, sesgadas y a veces fragmentarias, que contrastábamos con nuestros iguales en discusiones a deshoras, siempre animadas e inacabables. De muchas cosas sé poco más de lo que aquellas introducciones me dejaron, en otras creo haber progresado un poco más, pero sólo
por oficio. A algunas obras llegué intentando emular a otros que se había atrevido con ellas, sin mediar demasiado cálculo sobre sus dificultades. En la mayoría de los casos, una curiosidad impulsiva, alimentada por noticias y referencias, nos guiaba en nuestras pesquisas para localizar el libro. La tarea podía llegar a ser laboriosa, hurgando a veces en los rincones de la trastienda de ciertas librerías. De ahí el libro pasaba, una vez leído, a un circuito de lectura formado por un amplio círculo de lectores amigos y abastecido por un catálogo enciclopédico mutuamente compartido.

En aquel ambiente vi cómo algunos entraban en la psicología de la mano de Freud para acabar llegando a Lacan y a otras honduras. A otros les daba por Brecht y Stanislawski, o por gentes de las que ya nadie habla como Antonin Artaud o Peter Weiss. Hizo furor, por ejemplo, El hombre unidimensional de Marcuse, aunque no sé cuantos lo acabaron de leer realmente. Y lo mismo por lo que se refiere a Althusser, por no hablar de Marx y Engels, respetados hasta la veneración pero apenas leídos. Había editoriales imposibles como Ruedo Ibérico, libros míticos como Rayuela de Cortázar, libros obligados como El laberinto español de Brenan, todo podía caber en esa ansia incorregible de lecturas. El catálogo de libros que tengo entre manos viene a ser como uno de los mapas de aquel territorio lejano y, continuando con el símil, podríamos imaginar como puertos de acceso las múltiples introducciones. Fuera por esas o por otras puertas, conseguimos finalmente entrar a aquel mundo, aunque un poco desarrapados, como aventureros, y lo cierto es que acabó siendo más grande de lo que nunca imaginamos. Ahora que lo habitamos, podemos afirmar que es también más laberíntico de lo que nos anunciaban aquellas introducciones que leímos como entrada. He recorrido parte de ese territorio y no puedo decir a estas alturas que me guste. Por eso ha llegado quizá el momento de volver al catálogo de libros y rebuscar entre los títulos para encontrar alguno que vaya en dirección contraria a la introducción, de esos que hablan de despegue, de evacuación, de salida.


sábado, 8 de diciembre de 2012

El juez y su membrillo


Sopesando la madurez del membrillo
Hablan como si fuera ley natural, seguramente emparentada con el principio de supervivencia, que los astutos desplumen sin piedad a los confiados. El engaño, que es el instrumento del que se valen esas naturalezas, admite, no obstante, muy varias proporciones según la piedad que entre en juego, más escasa a mayor cantidad desplumada y casi siempre insensible a la publicidad generada. Como el desplume bien publicitado se ha convertido en fuente segura de ganancias, son muchos los que despiertan su ingenio atropellando al ingenuo y sometiéndolo a pública vergüenza. De sí mismos dicen que sólo festejan, mientras sacan sustancioso provecho, eso a menos que se les vaya la mano, en cuyo caso querrán que todo sea un rato desenfadado o una lección gratuita de gramática parda. Algunos hacen bien pronto oficio, da grima verlos de astutos aprendices ganando galones de maestro con sus triunfos a costa de sus humillados compañeros. Por ser al cabo una ley natural, la justicia, no siempre tan indulgente en otros casos, deja aquí que todo siga su curso, alegando que ni el ánimo de broma es punible ni el sentimiento de vergüenza es objetivable. Ese trampolín anima a los que viven del timo y de la estafa y los mantiene bien cebados con la gente ingenua. Sólo en el más flagrante de los casos, la justicia, aguantando muy sabiamente la risa, se decide y aparece. Un docto juez de Santander ha dictaminado que «el Derecho no puede ser más protector de los astutos que defensor de los confiados». Alabo su criterio, aunque grande es todavía su fe. Cree que basta con sopesar razones en esa balanza justiciera. Su confianza en la ley le obliga, tras realizar su pesada, a confiar esa misma balanza a otras manos jerárquicamente más diestras, y quién sabe si más astutas, donde la materia que sopesó se verá arteramente trucada y la sentencia que dictó públicamente rebatida. El Derecho sí puede ser protector de los astutos, suele serlo, pero lo peor es que necesita imperiosamente de los confiados. Todo esto es natural y está dentro de lo legal, me comentan los togados con estruendosas risas.

viernes, 7 de diciembre de 2012

Sic transit


El mundo nace hoy de nuevo, sus habitantes somos ya gente venida de otro mundo. La calle bulle llena de espectros.

Épica para desfallecidos


Caballero de la Orden de la Encina
Cuentan y no paran de la batalla de Chapardia, efeméride tan desconocida como decisiva para la historia patria. Entre los muchos lances gloriosos registrados en aquella épica jornada, destaca el protagonizado por el conde de Olexua cuando se internó al frente de una partida de fieles seguidores en un oscuro chaparral para dar caza a las escurridizas guerreras nativas. Sería allí donde, por no estimar su inoportuna flaqueza, acabaron de entre los suyos los más en triste degollina, quedando al final muy sólo él, pero muy gallardo, frente a aquella profusa barbarie. Un buen rato aguantó alzado sobre su caballo, intimidando a todos desde su altura con mirada paladina y entera. Atacó por fin, cegado por su coraje, y fue al recibir la mortal lanzada cuando esgrimiendo su vacilante espada exclamó desolado: «El mismo cielo al que has servido fiel sabrá por qué te has quedado hoy tan corta».

jueves, 6 de diciembre de 2012

Consejos resistibles


Quien no decide, siempre tiene a mano un buen consejo que darte, un consejo que revelará su clarividencia y le otorgará decisiva ventaja si las cosas te salen mal. Frente a estas sugerencias taxativas, nada mejor que seguir los pasos de Alejandro Magno, al que su general Parmenión, tras una oferta del rey de Persia, aconsejaba: «Pues yo, si fuera Alejandro, admitiría esa oferta». Alejandro entonces replicó: «Yo también, si fuera Parmenión».

miércoles, 5 de diciembre de 2012

Mi cabeza histórica


Para evitar un ataque de amnesia demoledor es útil no dejar la cabeza olvidada bajo la guillotina y más saludable aún no olvidar, mucho menos su funcionamiento. Historias inconexas como ésa suelen ser la mejor profilaxis para no perder la cabeza, porque entregados de continuo a la nuestra pronto la memoria se torna evasiva y se nos va en torbellinos.

martes, 4 de diciembre de 2012

La vida en relativo


Self (1991) © Marc Quinn
Retrato de la serie realizada sobre su propia sangre congelada
Cuando arrecian las críticas al relativismo —así sin adjetivos— es del todo saludable preguntarse qué se nos propone como alternativa. Viendo lo que algunos apuntan con sus diatribas, más parece que esa carga crítica haya de ser vista como contrapeso en alabanza de su opuesto, el absolutismo. En boca de los camuflados apologistas del absolutismo, el relativista viene a ser el indeciso, el relajado, el irresuelto; alguien dominado por una mente dubitativa, errabunda, imprevisible y siempre acomodaticia, gobernada ante todo por su debilidad y por la perentoria necesidad de verse aceptado, así como de adaptarse cualquier circunstancia impuesta. Desvelar su visión es tan simple como darle la vuelta a los adjetivos, pasándolos de vicios a virtudes, de las que se obtiene un catálogo inverso, un sólido sistema de valores en expresión de algunos, sobre el que montar una perfecta observancia del absolutismo. La inversión no da para medias tintas, se guía por el principio del extremo opuesto. Con ella se asegura una completa demolición del funesto relativismo personal, exhibiéndose después sus restos como una tenebrosa ruina filosófica. Evidentemente, no se trata sólo del lenguaje, toda esa rigidez lógica revela una clara inspiración moral, y en el fondo dogmática, de toda esa involución crítica. Suele venir acompañada, además, de teatrales reclamaciones de valores, que pretenden encubrir la solapada exigencia de un código de conducta único y de un régimen de obediencia inapelable. Unos dirán que esa exigencia dimana de una unidad, trabajosamente ganada, de criterio social, pero la experiencia nos dice que, sin adoptar ciertas distancias y relativizar mediante acuerdos la propuesta, todo viene a parar en creciente beneficio de un poder absoluto. Ahí ya no puede haber sitio para alguien flexible, cuando será tachado sin matices de relajado o de flojo; ni para el escrupuloso, que es personaje quisquilloso e indeciso; y mucho menos para el crítico, ese que quiere vivir por encima leyes y códigos, como un forajido intelectual. Es verdad que la propia identidad nos impide ser entes relativos, pero, si entendemos nuestras acciones como reflejos identitarios, deberemos también aceptar que cada uno de los espejos con que nos topamos produce efectos más o menos dispares, de los que siempre surgiremos como personajes, como un personaje con una imagen aproximada y necesariamente relativa.

domingo, 2 de diciembre de 2012

Telón oriental


Cisnes nadando en el lago de Qinghai. Foto: Han Yuqing/Corbis
Probablemente ese inmenso y profundo cielo de color miel no sea sino un extraño fulgor, el efecto gratuito de alguna óptica engañosa. Quien quiera puede verlo como un telón imposible, que se abre de par en par al país de las maravillas. Otros, más cautos, adivinamos en esa oscuridad el destino inequívoco y volátil de toda ficción. Las imágenes siempre quieren reflejar hechos, pero acaban proclamando fantasías. Ninguna imagen parecerá completa si no invita a la conjetura. Nadie me sabe decir qué clase de negra geografía penetra suave pero implacablemente desde un extremo de ese horizonte meloso. Si nos rendimos al encantamiento vital de lo que frente a ella brilla, puede que no lleguemos a ver lo que se acerca como una sospecha, como el incipiente presagio de esa severidad que arriba acecha. Nadie me sabe decir si son cien, mil o diezmil los blancos cisnes que surcan indiferentes las aguas plateadas del lago. La armonía escapa a los números, tampoco sabe de mares profundos, la armonía es principalmente una cuestión de contrastes. Muchos creen que basta contemplar el delicado juego entre luces y contraluces para ver alumbrar lo armónico, cuando la armonía, si quiere ser verdadera, vivirá siempre suspendida, gravitando en medio del temor, como la paz amenazada que sobrenada esas aguas calmas.

sábado, 1 de diciembre de 2012

Para indecisos


La decisión más difícil surge cuando uno no sabe si es realmente necesario.

Mínima 4


Si crees que la risa te viste de payaso, vístete de uniforme y no pararás de reir.

viernes, 30 de noviembre de 2012

Hay vida en tu historia


—¿Qué tal, cómo te va?
—¿Cómo me va el qué?
—Pues eso, tú, tu historia.
—Sigo vivo en ella todavía.
—Me refería a lo que escribes.
—No la escribo. Ya está escrita.
—Vaya. Y de mí ¿qué dice?
—Que te espera una tarea ingrata.
—¿Y cuál es, pues, esa tarea?
—Contar esta historia.
—Pero, ¿no estaba ya escrita?
—Sí, pero sólo en mi mente.
—Pues difícil me lo pones.
—Aún así deberías leerla.
—Ya me dirás cómo.
—Mira estos labios.
—Si apenas se mueven.
—Afina un poco el oído.
—Si apenas se te oye.
—¿Y si la imaginas tuya?
—¿El qué, tu mente?
—...
—¡Ah!, creo que te voy entendiendo. Mira, les voy a decir que hablas, que aún estás vivo, o sea que estás vivo en tu historia. Y se la contaré a todos, y así pervivirás, aunque nadie me crea, como ese silencioso fantasma que asalta siempre al cuentista.


jueves, 29 de noviembre de 2012

Bando


Como parte de su nueva política comunicativa nuestra presidenta anunció: «A partir de ahora, como criterio básico de esta casa, que es la vuestra, se admitirán todos los errores, siempre y cuando se presenten uno a uno, por el conducto reglamentario y sin ánimo de faltar». Nada indica que, más allá del anuncio, espere su turno el juez para dictaminar y menos aún que se vayan a subsanar. Nada queda en pie en cuanto ella apura su vaso de agua.

Mi más sincero plagio


Con una copia, buena o mala tanto da, el dudoso artista dice rendir fino homenaje a la visión plural y polifacética, al espíritu iconoclasta y declaradamente informal, valiéndose de una libre y casi desinteresada interpretación paralela del original.

miércoles, 28 de noviembre de 2012

Siempre


La crisis, pasajera; los problemas, superables; la sangría, tolerable; la esperanza, incombustible; los hechos, controvertibles; el porvenir, serio e indescifrable; los apoyos, sinceros e impagables; el suplicio, lento e inmejorable; los avances, sufridos pero imparables; nuestros supremos guías, extraviados y erráticos, su ademán sobrio y contenido, su equilibrio insoportable.

martes, 27 de noviembre de 2012

El encinar sagrado


Encinar de Ollakarizketa
Tiene la encina la rara virtud de alimentar como ningún otro árbol el fuego, tanto ese que se levanta en llamas, y se ve, como ese espíritu etéreo, ese fuego interno que casi nadie ve. El primer fuego apura la madera dejando en el fogón sustanciosas brasas y a su alrededor un ambiente estimulante y bien caldeado. La lenta consunción del combustible, por dramática que resulte, es recibida sin pesar alguno por quienes viven en parajes inhóspitos y se arriman temblorosos al fogón. En esa atmósfera de calurosa y mutua entrega, más lógico que cualquier pesar es la imparable multiplicación de mágicas historias sobre la encina. El árbol es relativamente abundante, nada raro y por tanto al alcance de casi todos. No falta en nuestro paisaje, porque ha probado ser resistente tanto a los fríos como a las sequías. Hablo, claro está, de los bosques y parajes con clima mediterráneo, donde todo ese cúmulo de historias le ha acabado otorgando rango, ya desde antiguo, de árbol providencial. Y es que no se limita a protegernos simplemente del frío, sino que alimenta con su fruto a una numerosa y suculenta fauna con la que cualquiera puede subsistir. No es de extrañar, pues, que a lo largo de los siglos, gracias a esa protección y asistencia constantes, se haya convertido la encina en objeto digno de veneración. En ese sentido, decía de ella al principio que, además de darnos calor, es un inestimable alimento para nuestro tibio espíritu.

Por los territorios en que me muevo, la gente aún reconoce todos esos méritos de la encina. No hablo de su potencia en el fogón, sino de otras virtudes de más largo alcance. Sólo hay que fijarse en algunas costumbres que hasta hace bien poco se daban en ciertas zonas del Pirineo. Ahí la veneración adquiría tintes de sacrificio con motivo de la llegada del solsticio de invierno. En esas fechas se hacía arder en el hogar, con aire ceremonial, un tronco de encina hasta verlo reducido a cenizas. Seguramente el rito quería ser propiciatorio de un año venturoso para los propietarios de la casa. Parece confirmarlo el acto final en el que se esparcían por el terreno aledaño sus cenizas, a fin de que actuaran sobre la tierra como un principio fecundador. Este tipo de ritos parece ser un último vestigio del antiguo culto a la encina, culto que en su día se extendía a los encinares, a los que se tenía por bosques sagrados. Es verdad que entre los celtas, de quienes dicho culto podría provenir, cada árbol tenía su propio carácter distintivo, pero también que, en cuanto al tratamiento de sagrado, la encina no difería en exceso de otros como el tejo o el roble.

Entre los griegos, sin embargo, la encina tiene mayor relevancia, quizá por ser un árbol más frecuente en su entorno. Algunas encinas eran consideradas árboles oraculares, lo que hace suponer que bajo sus ramas le llegaba al hombre el sabio consejo de los dioses. El caso más emblemático es el de la encina de Dodona en Épiro, donde el oráculo se pronunciaba con asistencia de sus sacerdotes. Para sus vaticinios los augures atendían al rumor del bosque, al ulular del viento entre el follaje, al tintineo de las ollas que colgaban de las ramas y al murmullo de los arroyos colindantes. Cualquier cambio observado en el bosque era significativo para estos eremitas, que vivían en contacto permanente con él e incluso pisando descalzos su suelo. Que sólo nos haya llegado noticia de Dodona, no quiere decir que no hubiera otros lugares sujetos a ritos de adivinación parecidos. De la encina y de su ascendente sobre el hombre hablan también Virgilio y Ovidio. Este último ya no cita un lugar de culto concreto, habla en general de las encinas pelasgas como encinas que predicen el porvenir, ratificando los encinares como un ámbito sacral, probablemente digno de protección.

Para los celtas la deidad que tradicionalmente protegía las encinas sería Perkuno, una deidad inconcreta e indivisa que abarcaba el encinar y que posteriormente acabará presentándose pluralizada como las Percunetas. Es este un teónimo que, además de ser fiel reflejo del carácter sagrado atribuido a los encinares, nos queda bastante más cercano que aquellas encinas de Épiro. Se cita concretamente en el bronce ibérico de Botorrita (Zaragoza). El documento es singular, ya que se trata del primer testimonio del que se dispone en escritura ibérica. Pues bien, en esta placa de bronce, de época anterior a nuestra era, se fija curiosamente, entre otras cosas, un conjunto de normas y castigos destinados a la protección de un encinar sagrado. Yendo a sus primeras líneas, que aluden al bosque acotado de las Percunetae, vemos que se establece taxativamente que en él «no es lícito talar, ni es lícito quemar, ni es lícito roturar». Que más allá de lo sagrado esa protección tenga aquí un carácter normativo y que sea esa norma el primero y uno de los escasos testimonios escritos en caracteres ibéricos, habla por sí solo del valor atribuido de siempre a las encinas peninsulares.

Desde luego ya nadie tiene a los encinares en tal consideración ni acude a ellos con semejante unción, como quien entra en territorio sagrado, y menos espera que una ráfaga de aire le venga a susurrar su futuro, por muy clarividente que sea quien nos acompañe. Ahora que los dioses rara vez se manifiestan, sólo uno puede servir para sí mismo como sacerdote o como druida. Es cuestión de aprender a ver los signos de variación y a escuchar el sonido del bosque. No es tarea fácil, pero en cuanto se consigue, se tarda poco en dar expresión a los cambios de largo recorrido. Y hoy lo más inmediato, lo primero que se siente al entrar, es la crucial soledad en que vive el bosque. Soledad que puede ser ruidosa, pero que nadie explora y que nadie entiende, porque apenas a nadie interesa. No es que no se vea a nadie, porque lo cruzan con aire atlético apresurados caminantes y montañeros. Están también los cazadores ocasionales, siempre han estado ahí, pero a esos tampoco les interesa recoger hongos o bellotas, ni acarrear la leña caída. De esos no se puede decir que no tengan fino instinto, que no ven ni oyen, pero gozan con su artillería de demasiada ventaja como para no compadecer a sus presas. Quizá son los únicos, junto a los espíritus vagabundos y atormentados, que ven en el bosque un bien insustituible. Seguramente preferirían que no fuera tan impenetrable e incómodo, pero al menos no lo consideran un espacio improductivo e inútil. Las huellas enigmáticas, los presagios maléficos, los oscuros temores con los que el bosque tomaba posesión de las huidizas mentes de los que por él se internaban, parecen cosa del pasado, se han refugiado en los cuentos. Sólo frente al fuego y oyendo entre llamas crepitar el tronco ardiente de la encina, cree uno escuchar de nuevo la insistente historia del bosque que se agota y ofrece con ese leño su último y más cálido aliento, cuando ya nada más puede dar de sí.


viernes, 23 de noviembre de 2012

Día de puertas batientes


Pasado el día crucial en que buceando a fondo en nuestra conciencia conseguimos por fin entender lo que nos pasa, todo lo pasamos a entender a través de nosotros mismos y ya nada de lo que otro nos diga lo daremos por propiamente entendido.

Paraíso, o la naturaleza en versión pastel


Het paradijs (ca. 1615), Jan Brueghel de Oude
Städel Museum, Frankfurt am Main
La versión empalagosa de la naturaleza, virgen según dicen, empieza a inundar de tonos fantasía las mayoría de las imágenes en las que se quiere reflejar nuestro entorno. Y si esto sucede cuando se usan fotos, que deberían ofrecer el reflejo más verista, mucho más cuando nos embarcamos en evocaciones, por ejemplo paisajísticas, donde la paleta de colorines se amplía a voluntad del intérprete artista. Si ya la flora se nos hace ver como si estuviera venturosamente distribuida en jardines más o menos silvestres, qué decir de los animales, a los que se adjudican rasgos antrópicos infamantes para explicar su anómalo comportamiento en sociedad. Por esta vía llevamos camino de acabar no entendiendo nada, por muchos centros de interpretación de la naturaleza que se instalen. Los griegos, en aquellas fiestas báquicas, las bacanales, buscaban como desahogo, llevados de su lucidez o con fines terapéuticos, zambullirse por un tiempo en lo selvático, probablemente para no perder su naturaleza animal de vista. Las consecuencias eran frecuentemente aterradoras. Aquellas inmersiones han quedado restringidas, en una forma ritualizada y más inocente, a festejos como los de las plazas de toros, y a muchos nos resultan insoportables. Por otro lado, los efectos no son muy distintos cuando, en imágenes cinematográficas ficticias, se simulan episodios violentos o de especial crueldad.

El rechazo, casi general, a esa naturaleza servida en crudo no deja de ser una forma de ponerse a salvo y distanciarse de posibles peligros emergentes colocando de por medio la tranquilizadora norma social. Pero, posando en nuestro refugio y con aspecto seráfico, eludimos cualquier conocimiento de lo que realmente se esconde en nuestra naturaleza humana. De hecho, cuando primamos nuestra diferencia racional, tendemos a ocultar esos rasgos instintivos que siguen presentes y prestos a aparecer en todos nosotros. El instinto de supervivencia, con sus derivaciones por el lado del sexo y de la violencia, estalla ante nosotros como un signo de sinrazón, como algo extraño e irregular, cuando estas manifestaciones podrían ser consideradas a lo sumo como algo antisocial. La prueba es que en cuanto se aleja a cualquier hombre de su entorno social y se le lleva a esa naturaleza virgen, afloran gestos y comportamientos, cuyos códigos venían residiendo en algún trasfondo de la conciencia, que se acentúan ante el urgente interés en defenderse de una inminente adversidad.

Hasta aquí me ha traído un pasaje que leía hace unos días en el libro de William H. Hudson Días de ocio en la Patagonia. En él, el naturalista decimonónico, probable lector del Tratado de las emociones de Darwin, apuntaba algunas de las lecciones que llegó a aprender durante su estancia en la Patagonia. Por encima de todas destacaba la constatación de que con un entorno social prácticamente reducido a niveles primarios su comportamiento se iba viendo sometido a las reglas del medio natural, con su cambiante meteorología, su monótono paisaje y sobre todo sus caprichosas criaturas. Un auge repentino de sus instintos llegó asociado a un refinamiento perceptivo que no le pasó desapercibido: «Ese estado instintivo de la mente humana, en el que parecen no existir las facultades superiores, ese estado de intensa vigilancia que obliga al hombre a estar alerta, a escuchar y andar silencioso y furtivamente, debe ser como el de los animales inferiores: el cerebro funciona como un espejo en el que se refleja toda la naturaleza visible, cada montaña, árbol, hoja, con maravillosa nitidez. Podríamos suponer que si al animal le fuera posible razonar, el pensamiento le resultaría un obstáculo que oscurecería esa percepción clara de la que depende su seguridad». Parece evidente que la percepción de la naturaleza en estas circunstancias dista mucho de la que ofrecen esos cuadros amables, comúnmente compuestos a base de fauna peluche y aves coristas, de bosques de cuento y jardines geométricos, de fieras y ballenas posando para el safari o de escenarios cartografiados cuya travesía se anuncia como una vertiginosa y falsa aventura. Imaginar una de esas naturalezas amaestradas bajo el gobierno de la razón sirve de poco cuando uno se enfrenta a una realidad intensa en la que se ve comprometida su vida. La propia razón pasa a un segundo plano y en ciertos casos puede llegar a ser un trágico estorbo. Ya que no parecemos demasiado interesados en conocer los casos, habría que preguntarse si estamos preparados para asumir la sospechosa utilidad de esa crítica sinrazón, tan razonablemente elogiada como coraje, audacia o valor.


jueves, 22 de noviembre de 2012

Del yo monumental


Desde un punto de vista personal —el único realmente importante para quien lo diseña—, el monumento es una forma libre de abrirse en el espacio un hueco donde albergar y celebrarse con solemnidad.

Ecuación perversa


Al decir que lo que sobra es igual a lo que falta, más parece que establecemos una ecuación contable. Podemos hacer malabares con la física y dejarlo en lo que por allí sobra es igual a lo que aquí falta , como si enunciáramos un principio universal de conservación, o recurriendo al apotegma de Lavoisier podríamos volver a la naturaleza donde es bien sabido que nada se crea ni se destruye. Esta aséptica neutralidad moral se revierte con facilidad si precisamos que lo que sobra a unos es lo que falta a otros. Con esta versión se responde mejor a la realidad, porque a diferencia de las anteriores, no se constata en ella el equilibrio en el desequilibrio, se denuncia directamente un robo.

martes, 20 de noviembre de 2012

Sirenas librescas


Ex libris por Frank Ritter
Hace tiempo que al visitar librerías me puede una extraña sensación, un malestar creciente que se lleva por delante la curiosidad que me ha llevado hasta allí. En cuanto entro en el local noto un leve ruido de fondo, una especie de murmullo parecido a un suave revoloteo de hojas. Poco tiene que ver con el ambiente casi litúrgico que en esos lugares normalmente se respira; no se trata del tímido bisbiseo que el librero dedica a su cliente, ni de los cuchicheos que intercambian unos bibliófilos al fondo, ni de las ahogadas voces que discuten animadamente en la trastienda. Ese ruido es muy distinto, se difunde en un registro, según voy viendo, imperceptible para muchos. Tiene que ver con el letargo al que están sometidos los libros, con las largas estanterías en que esperan mejor suerte, con esa fina lluvia de polvo y olvido que el tiempo deposita en ellos. Aunque ese fondo sonoro es continuo y quedo, cuesta poco hacerlo más vivo y acabar por tenerlo casi presente. Supongo que lo que viaja sumido en él son solo palabras, palabras quién sabe si escapadas de esos muros repletos de libros. Nadie puede verlas mientras se alzan leves para entrecruzarse al azar formando un discurso ininteligible, pero el resultado es ese rumor que a muchos tanto nos seduce. Si se quiere escuchar más de cerca, solo hay que refugiarse en algún rincón, escoger y entreabrir allí alguno de los libros e ir pasando lentamente sus páginas. En cuanto empezamos a leer nos llega más claro el eco de todo lo que en él ha ido permaneciendo retenido y escrito. Construídas con un registro creciente de nombres olvidados, un aluvión de motivos y temas dislocados y un sobrecargado caudal de palabras equívocas, las ideas parecen haberse posado indolentes y burlonas entre esas blancas páginas, y lo peor es que en su vuelo libre nos pasan de largo, prácticamente nos ignoran. Aunque ahora el sonido es más directo, como una extraña voz interior que nos habla, la jerga es tan difícil de desentrañar que nos deja en suspenso por un instante, atroz instante en que no sabemos qué es lo que el libro nos quiere decir ni tampoco lo que contiene. Es como si en ese instante las páginas se hubieran abierto devoradoras como una sima en la que van cayendo una a una nuestras frágiles interpretaciones y cábalas hasta dejarnos con la mirada fija, solos y cegados por nuestra oscura ignorancia. Sentirse atrapado por ese ominoso desconocimiento podría ser tenido por una falta mínima y, sin embargo, lo vivimos como una derrota intelectual. Cuando uno empieza a saber que no sabe, que no entiende, le gana repentinamente la vergüenza y no es raro verse arrastrado al delirio. Ese delirio tampoco es casual, al fin y al cabo ha sido alimentado desde su juventud por un desmedido y omnívoro apetito de lecturas, por un ávido deseo de contar entre la gente ilustrada, por un afán de sobrevolar este insulso mundo.

Con este guion los merodeos por las librerías, antes tan estimulantes, han pasado a convertirse en una auténtica odisea, aunque sólo sea porque nada más entrar en ellas uno se siente arrastrado por ese canto de sirenas. Del eco de un libro, cuando es mudo e indescifrable, sale uno normalmente cariacontecido, pasada la docena de libros aquel agradable murmullo de entrada en el que se confunden sus ecos se convierte en un tremendo griterío que nos hace huir amedrentados y llevados por el diablo de nuestra necedad. Fuera cunde la vergüenza y el desentendimiento, la urgente sensación de que para lo sucesivo hay que evitar esa trampa y nos alivia pensar que nadie puede seguir con la cabeza erguida, mínimamente lúcido, si decide atravesar de punta a cabo esa monstruosa corriente de papel. Con todo, al paso por la siguiente estación librera, las insinuaciones se repiten, los cánticos insistentes nunca cesan hasta que nos dejamos llevar de nuevo al redil. A poco leído que seas, entendiendo por leído lo que tu honra mejor estime, no podrás permanecer del todo insensible a esos autores noveles en los que dicen que se anuncia ya otra cultura, a aquellos clásicos que un día decidiste aparcar y que tantas veces citas, a las obras de referencia imprescindible para darle cuerpo y buen gusto a la salsa de tu propia olla, a lo último en poesía o lo de siempre en prosa, a esa lectura que tan honda y duradera huella dejó en aquel a quien tu más admiras. Luego están las recomendaciones ineludibles, los amigos generalmente sabios, las obras de culto y hasta el alegre color de los anuncios. En fin, todo lo que se te ofrece como un sendero inteligente para llegar a ser culto. Si renuncias, algo dentro te dirá que no ha sido muy inteligente tu decisión, y no solo por lo que haces, sino por lo que lees y escribes, sobre todo si sigues a todo esto sin sentirte verdaderamente culto, o no lo bastante culto. La visita al gremio de libreros debería espabilarte y tienes que aceptar sin excusa que si vas para ilustrado estás haciendo el ridículo. No tienes más que mirarte: atrincherado en tus libros de siempre, escribiendo un poco al galope sin mirar demasiado a tu alrededor, porque temes descubrir que lo tuyo poco vale, que vas en una dirección contraria a la moda, preso de un estilo que nadie más que tu puede seguir. Si te empeñas en lo que ya no se lleva e insistes en beber de fuentes ya muy estancadas, no de un día para otro pero sí con el tiempo, dejarás de expresarte en nombre de este mundo. Y lo peor es que nada de eso se percibe con claridad, llegado el momento sólo el cruel canto de esas sirenas que se sientan en los estantes de las librerías llegará nítido a tus oídos.

sábado, 17 de noviembre de 2012

El perseguido


Una tarde gris, mal soleada,
metido
en las sendas sin más norte,
por mundos
reticentes que se esconden,
busco
montañas que un mal día se perdieron
donde
tímidas luces aún se agitan
al compás
de mis urgentes pasos,
tirando
de una sombra ya vencida.


viernes, 16 de noviembre de 2012

A cuidarse


Para ardores ya está el estómago; si prenden en la cabeza, causan humores candentes y desórdenes, son síntoma claro de inminente enajenación.

jueves, 15 de noviembre de 2012

Pienso luego brillo



Por la presente acuso aviso de la conmemoración, hoy jueves 15 de noviembre, del día internacional de la filosofía, instaurado por la UNESCO a instancias del Reino de Marruecos en 2005. Día grande para el filósofo, para el pensamiento, para Marruecos, para la UNESCO y para el humano en general. En sus tumbas se remueven de gozo, levantan la orgullosa cabeza y desde su lecho nos contemplan con curiosidad las más encendidas mentes de cada época, conscientes de que, por sombríos que sean sus días, lucen durante este jueves, junto al sol y las estrellas, en el cuadro de honor del pensamiento universal. Que nadie busque bajo la luna, aquí en tierra firme, a los titulares del cuadro, porque nunca será público, no al menos mientras siga todo el mundo creyendo que en lo suyo no hay mejor pensador. Y es por eso que, no habiendo en la tierra espacio bastante para encuadrar a tanto meritorio, todos se acaban viendo más holgados y brillantes en el firmamento, aunque no sepan decir qué luminaria son.

¿Qué mejoran o desmejoran los genes?



Un investigador de la muy acreditada Universidad de Stanford, Gerald Crabtree, nos pone ante la siguiente tesitura: los humanos podrían estar perdiendo lentamente sus habilidades intelectuales y emocionales debido a que hoy no existe la misma presión para ser inteligentes que cuando comenzamos a vivir en comunidades hace miles de años. Casi sin acabar de leerlo, sentimos que nuestras neuronas se sulfuran ante esa hipotética, por más que solo gradual, pérdida. Pasado el berrinche, toca interpretar en su justo tono el anuncio del Trends in Genetics. Y para ello será mejor que entremos antes a valorar el meollo científico que sus efectos y trascendencia informativa.

No es nada nuevo esto de dejar caer señales apocalípticas como severas advertencias a «los humanos». La única novedad está en el modo en que se ofrecen. Hoy sólo se juzgan admisibles si son presentadas con el sugerente formato de las proyecciones estadísticas, y siempre bajo los auspicios de un intachable método científico. Atrapados entre la alarma y la ciencia, lo habitual es mirar hacia la primera y dejar por impenetrable la segunda. Pero, si uno quiere sacudirse el espantajo, es conveniente que sea un poco más escrupuloso y fije su atención en los dos extremos de todo ese proceso inventivo. En principio, la dramática pérdida sugerida viene a encontrar apoyo en tres factores: la capacidad mutante de los genes que supuestamente determinan nuestra actividad social y consecuentemente las habilidades citadas, un progreso temporal de esas mutaciones que es de muy difícil determinación y una prefijada idea de inteligencia que actúa en ese cambio como valor patrón.

Solo el primero de esos factores constituye propiamente un hecho constatable, aunque basado en unos plazos temporales muy distintos de los propuestos para las proyecciones a futuro. Calcular en base al comportamiento lineal de un reducido número de parámetros cambios de carácter evolutivo, aun sabiendo que la interacción entre los factores dispara la complejidad del modelo, es un error solapado. Es también el típico modo de hacerle un traje a medida a un llamamiento ideológico o a una intuición previa con el fin de ofrecerlo como una verdad científica. Sospecho, por otro lado, que a efectos evolutivos el tiempo se mide en un escala diferente a la que es relevante en los experimentos de laboratorio y que la traslación de resultados del segundo al primero produce algo más ruidoso que nítido. Hablar del efecto probabilístico de las mutaciones en el plazo de 3000 años o de 120 generaciones servirá para encuadrar lo que hoy parece un problema, pero no mucho más. Digo que parece un problema, porque tras todo este asunto está una idea de inteligencia que parece incontrovertible y no lo es.

Podemos aceptar que las habilidades o los patrones de respuesta social que hoy denominamos inteligencia «surgieron en un ambiente no verbal en grupos dispersos de personas antes de que nuestros ancestros salieran de África», tal y como dice el autor del anuncio. Indudablemente también la capacidad de adaptación a un entorno físico en constante transformación indujo unos patrones de supervivencia que parecen estar de hecho reflejados en nuestros genes. Por la misma podemos pensar que la creciente adaptación a entornos menos exigentes desde un punto de vista físico va a ir variando los patrones de supervivencia y consiguientemente de inteligencia. Evidentemente la genética de la inteligencia no tiene por qué estabilizarse en torno a las habilidades del cazador-recolector. Lo probable es que como cazadores-recolectores tengamos cada vez menos futuro y que no persista ese patrón de inteligencia en los genes durante el ciclo evolutivo. Menos aceptable resulta que en la versión comentada el cambio y las mutaciones que lo impulsan aparezcan como deterioro del patrimonio genético ligado a la inteligencia, algo que además es difícilmente observable, casi indefinible. De ser constatable, tampoco veo por qué esas mutaciones no pueden ser consideradas una mejora si mutan en la línea que los cambios del medio físico le van estableciendo. Tendremos otras habilidades, por utilizar el término del artículo, lo de mejores o peores debe considerarse un añadido un tanto moral.

Esto me lleva de las cuestiones de principio al otro extremo, a las que marcan el final. No voy a entrar en el propósito del artículo, me mantendré en la propuesta científica. Aplazar, como se hace en este y en otros casos, la verificación o rechazo de una hipótesis —que se hace llamar una teoría tentativa— prácticamente sine die y dejarla mientras tanto prendida de un aparato proyectivo de carácter estadístico, es servirse del armamento científico para oscurecer y poblar de fantasmas numéricos el futuro. Afirmar —haciendo de la afirmación la causa eficiente de la teoría— que hoy no existe presión para ser inteligentes no deja de ser un sarcasmo y una confirmación retroactiva del valor concedido a un determinado tipo de respuesta social conocida como inteligencia. No sabemos realmente si esa es la inteligencia requerida para avanzar hacia el futuro. Por otro lado, denunciar que está en peligro es una obviedad. Todo está en peligro, lo está en la misma medida que está en permanente cambio. Esto ya es viejo, en otro tiempo hablaba el sabio de la generación y la corrupción. Entiendo que se quiere ver peligro, porque de por medio hay algo valioso que preservar. Sin embargo, el propio valor de lo amenazado es algo mudable, un factor adaptativo. No le toca al científico actuar como administrador de valores, sino atender en todo caso al curso evolutivo de la inteligencia a través de los indicios genéticos, neurológicos o psicológicos, pero sin dejarse llevar por sentencias proféticas ni por los patrones intelectuales y emocionales actualmente favoritos.


miércoles, 14 de noviembre de 2012

La libertad de elegirse



Parece que Slavoj Zizek, el filósofo eslovaco, es considerado por la parroquia mediática del continente europeo como uno de los mantenedores de la sagrada llama de la crítica social. Realmente no puedo pronunciarme sobre su nervio filosófico, no desde luego con la rotundidad de la que él hace gala en sus declaraciones. Coincido, no obstante, con buena parte de sus diagnósticos, que tienen además la virtud de ser bastante accesibles. Digamos de entrada que no son muchos, en la Europa comunitaria, los críticos —me niego a emplear la etiqueta pretenciosa de intelectuales— que denuncian la progresiva dependencia y subordinación del poder estatal, y todas sus estructuras, para con las redes financieras y la consiguiente erosión de los fundamentos del Estado del bienestar. Nadie sabe a ciencia cierta quién defiende hoy en la palestra dialéctica a la socialdemocracia y al modelo de Estado creado bajo su influencia. Convendría saberlo, ahora que los retrocesos empiezan a ser visibles y que ese silencio resulta aún más sonoro. Aun sin esa guía filosófica, no se vislumbra en la ciudadanía un retorno espontáneo a las barricadas. Eso podría servir para un diagnóstico preliminar. «No soy un ingenuo, ni un utópico; sé que no habrá una gran revolución» decía Zizek el año pasado en una entrevista. Eso no significa que para explicar el cariz que van tomando los acontecimientos debamos obligarnos al estudio exclusivo de los ciclos erráticos de los mercados en detrimento de aquellas contradicciones dialécticas en las que antes veíamos la clave de la evolución de la sociedad. El problema es que esa clave, económica siempre, ya no se presenta en términos de conflicto entre capital y trabajo. Lo desconcertante de la situación actual es que sus dos polos más visibles, la tecnología y los servicios públicos, aparecen revestidos de una aureola igualmente positiva, y que sólo quienes detentan fondos de inversión advierten entre ellos abierta contradicción. Zizek subrayaba este punto al declarar: «Vivimos una época que promueve los sueños tecnológicos más delirantes, pero no quiere mantener los servicios públicos más necesarios». Por lo que vamos viendo, es difícil para la crítica europea llevar su punto de mira a un ente tan etéreo, además de opaco y participado, como un fondo de inversión. Quizá ahí esté la clave, pero el debate actual se sitúa preferentemente en el terreno de ese liberalismo en cuyo nombre se nos imponen todos los sacrificios. Habrá que preguntar a los pensadores afines a la socialdemocracia por qué con un éxito patrimonial público tan sólido nos vemos obligados a jugar hoy en día en campo contrario, como si la libertad que ellos pregonan no fuera asunto de nuestra incumbencia. Algo tuvo que ver en esto el liberalismo thacheriano cuyo primer principio estratégico Zizek resume: «La verdadera victoria sobre tu enemigo llega cuando comienza a usar tu lenguaje, de forma que tus ideas forman la base del campo de discusión». Es probable que la batalla decisiva, tal y como Zizek indica, se esté librando en EEUU y que la figura en la que se refleje el resultado sea Barack Obama. Se espera que su triunfo respalde la posición, no sólo financiera sino ideológica, del modelo social europeo. No obstante, la crisis ha abierto tal brecha en él que convendría recordar su fundamento y defenderse aquí también de quienes proponen una libertad de elección, y de evasión de responsabilidades sociales, profundamente insolidaria. En este sentido coincido con Zizek, cuando en un artículo de hoy mismo (Why Obama is more than Bush with a human face, The Guardian 14/11/2012) afirma que «lo que hay que aprender es que la libertad de elección sólo funciona si existe una compleja red de condiciones legales, educativas, éticas, económicas y demás como fundamento invisible para el ejercicio de nuestra libertad». Me ha parecido particularmente sugerente esa distinción metafórica que observa entre el fundamento de los edificios sociales europeo y estadounidense. En Europa la planta baja siempre se numerará como planta cero, mientras que en EEUU el nivel de la calle es ya la primera planta. En ello consigue adivinar alguna de las sensibles diferencias de modelo. Para el europeo «antes de empezar a contar —antes de tomar decisiones o hacer elecciones— tiene que haber una base de tradición, un nivel cero que siempre viene dado»; para el estadounidense «no hay propiamente una tradición histórica, se supone que se puede empezar con libertad autolegislativa —el pasado se borra». Pero esto supone sobre todo desdeñar todo lo que sirve de fundamento y es requisito previo a esa «libertad de elegir». Admito que esa alusión a la tradición me inquieta de veras, pero es cierto también que sin dotarnos de ese realce, de esa visión general, ciertas libertades pueden quedarse en simples caprichos.

martes, 13 de noviembre de 2012

Lo sencillo nunca es sencillo


Estamos más acostumbrados a escuchar guitarras rasgueadas —cuando no desgarradas, o con el timbre desfigurado al ser amplificadas— que bien tañidas; tanto, que la guitarra ha quedado casi desterrada del dominio del pulso para continuar por el de una percusión al parecer más prometedora. Se ha impuesto de este modo un estilo de toque que resalta el acorde a costa de sacrificar cualquier menudeo o figura sobre las cuerdas. Fiándolo todo a la potencia sonora, puede que haya todavía sitio para el alarde, pero no demasiado para los matices. Las caricias, valga la metáfora, requieren un oficio y un disciplina bien aprendidos, son parte esencial de la interpretación. No es cuestión de articular sonido, sino de entregarlo personalmente según la virtud del momento. Habrá que llamarlo inspiración o talento musical, no sé. A cambio, me conformaré con predicar con un ejemplo.


Canarios, Antonio Martín y Coll,
José Miguel Moreno, guitarra barroca, Juan Carlos de Mulder, tiorba.

lunes, 12 de noviembre de 2012

Por venir


Alice McMurrough,
Stultifera Navis
El porvenir no es un pozo de sabiduría. Hay quien mira en esa dirección ansiosamente, esperando encontrar alguna clave definitiva. Puede que sea inevitable mirar hacia donde se camina, pero es de ingenuos creerse atraído al polo de la omnisapiencia al tiempo que alejado del de la necedad en la misma medida. Con esa creencia nunca se sale de necio, aunque uno se sienta muy sabio. Como vana es la sabiduría de quienes se ven sabios sólo porque escriben consejas o hablan sin parar, y casi siempre solos, a medida que envejecen. El porvenir es un espacio más fértil, así que es mejor imaginar qué historias nuestras caben aún en él.

sábado, 10 de noviembre de 2012

Veo tu rostro de nuevo


Arrancas tenso y es natural, porque sin cierta tensión nada sale a flote. Te muestras sensible y eso te hace vulnerable, porque las emociones son grietas por donde perjudicarte. Decides ser afable para parecer firme, porque es modo infalible de aplacar el gesto. Actúas embalado ante tu acuciante miedo, porque así puedes pasar por actor enérgico. Tenso pero insensible, atento pero despreocupado, ansioso pero controlado, activo y desactivado. ¿Es tu cara un mapa o tu argumento, tu conquista o una paradoja, una huella o tu conclusión?

jueves, 8 de noviembre de 2012

Polonio, evaluador externo


—Ven Polonio, ven y aliéntales a seguir este intermitente cuento, igual que hiciste con Hamlet aquel día. Recuerda con qué tino calificaste su parlamento: «Aunque todo es locura, no deja de haber método en ello». Con eso me valdría. Es justo lo que aquí prometí hace ya unos meses: una metódica locura para huir de la delirante cordura.

Breve escena teatral


La escena se ilumina en cuanto el ladrón se lleva el telón. Este es un teatro de posibles, pero con personajes auténticos. La policía está en todo, cierra por tanto las puertas y se presenta en el escenario del robo descolgándose por el cordaje de la tramoya. En el patio de butacas, el público entusiasmado aplaude la plástica intervención, salvo un despistado espectador que se ha tapado la cara en un gesto ladino, raro. Se procede a su identificación y se le cachea in situ por si oculta lo robado. No se han equivocado y pronto sale a relucir un pañuelo de importantes dimensiones. Para evitar su reacción violenta, se le cubre la cabeza con la propia prueba y se le conduce al coche policial a fin de que confiese toda la verdad, si es posible antes de llegar a comisaría. La alarma se pone finalmente a sonar cuando la policía se retira atravesando con el arrestado el pasillo con aires de triunfo. Palcos y platea, el teatro entero estalla en encendidos aplausos al grito de «bravos, bravos, bravos».

La vieja partida


Amanece fría la esperanza
paseándose entre densas brumas,
yacen los valles ateridos
resignados a su rincón,
todo es pesadumbre
en la cruda luz que trae el día.

Donde las huellas acaban
se abren sospechas infinitas,
urgentes preguntas
abandonadas por la noche
se dirigen precipitadas
hacia el bosque acogedor.

Sabemos que se fueron,
a su marcha nos dejaron
enigmas embebidos
en ciegos magnetismos,
menos cuesta saber
por dónde se fueron
cuándo se fueron,
quiénes se fueron,
por qué se fueron.

Se fueron,
a sus imaginarias mañanas,
y nos queda la amarga tarea
de ver amanecer los días
velados por ese gris trastorno.

Siempre son sus pasos, al compás,
cuando el viento atraviesa el monte oscuro,
cuando irrumpen por nuestro camino
esas albas fantasmales,
esas luces tensas, doloridas.


miércoles, 7 de noviembre de 2012

La navaja de Pitágoras


El día que en que todo pase por medir primero la distancia numérica entre palabras, de poco valdrá entenderlas y menos aún la tradición literaria que las avala. Lo importante a efectos de eficiencia comunicativa será calibrar el peso de las relaciones que un texto propone. Hablaremos entonces de riqueza del discurso ante la imposibilidad de medir la profundidad de su significado. Con este déficit buena parte de los textos clásicos (ya se sabe filosofía, narrativa, desde luego poesía, y de paso todo lo demás) serán declarados, en virtud de sus cifras, altamente ineficientes en cuanto a su capacidad comunicadora y como tales públicamente desautorizados, o al menos desaconsejados.

lunes, 5 de noviembre de 2012

Memoria del olmo


El 15 de enero de 1985 el diario El País informaba de los devastadores efectos de la plaga de grafiosis que afectaba a los olmos. Cepas más agresivas del hongo Ceratocystis ulmi, el causante de la epidemia, ya se habían detectado en 1980 en San Sebastián. La noticia daba ahora cuenta de la tala de 4.000 ejemplares en Segovia, pero señalaba también que con anterioridad había provocado la práctica extinción de la especie en los parques de Pamplona y Vitoria y en muchos bosques del norte peninsular. La misma suerte corrieron por estas fechas gran parte de los restantes olmos europeos y norteamericanos. Las nuevas cepas causantes de la grafiosis, provenientes de Asia y a las que los olmos de allí eran resistentes, resultaron ser mucho más agresivas que las conocidas en Europa, por donde, como cuentan las noticias, se extendieron con gran rapidez. A diferencia de la cepa común, éstas segregan una proporción mucho mayor de toxinas y hacen que la grafiosis acabe colapsando en unos 20 días los vasos conductores de savia del árbol y provoque su muerte. La propagación del hongo de los ejemplares enfermos a los sanos se atribuye a los escarabajos del género Scolytus que transportan de unos olmos a otros sus esporas.

El paseo central del parque de la Taconera en Pamplona, por el que tantas veces he jugado y paseado con bici, estuvo bordeado, hasta la aparición de esta plaga, por dos largas hileras de enormes y frondosos olmos. No eran frecuentes las olmedas, lo que si se veían era algunos caminos custodiados y cubiertos por el follaje de los olmos. Tras secarse, la tala dejó esos caminos al desnudo, inhóspitos, como si en su nuevo estado se perdieran sin ir a ninguna parte. Los bosques apenas tenían ejemplares y en las riberas de los ríos los que quedaban poco a poco fueron cayendo. Hubo un tiempo en que trepábamos a ellos y veíamos discurrir las aguas del ancho Ebro mientras pasábamos la tarde contando historias sentados en sus tremendas ramas. Ahora ya no es fácil encontrarlos, salvo en los memoriales de la infancia. Ahí y en los paisajes de algunos pintores, como Constable en su Estudio de un olmo. Creo de verdad que no deberíamos dar al olmo por perdido mientras contemos con este cuadro. Porque estamos además ante una obra notable, verdaderamente singular. Dicen que es fruto probable de un cambio de enfoque en sus paisajes hacia un estilo más marcadamente naturalista. Así será, no pretendo discutirlo, sólo comentar lo que el cuadro me dice.

J. Constable, Study of the trunk of an elm tree (c. 1821)
Victoria & Albert Museum, London

Lo primero que en él llama la atención es la minuciosa pincelada, el delicado dibujo de las rugosidades. El tronco del olmo además de copar el primer plano parece venir directamente a nuestro encuentro como centro y eje del cuadro. Cuando a partir de ahí derivamos nuestra mirada hacia los lados, empezamos a ver que esa entrada del olmo en escena, que ese efecto dinámico sólo es posible gracias al conjunto de planos laterales y de fondo que lo rodean. Algunos detalles son significativos. Más que el bosque que lo circunda destaca el profundo arraigo del árbol, que crece sólidamente asentado en la tierra. Como suele suceder con los árboles, el olmo viene a reflejar en cierto modo un carácter, un carácter firme y también generoso. Son sus ramas las que buscan y también las que abarcan y protegen. Con ellas se apunta al espacio que se abre detrás, donde la luz y la claridad regulan la intensidad de los tonos de los objetos circundantes. Como a través de una columna invisible el claro parece ascender hasta ese cielo del que se nutre, abierto a duras penas entre las ramas. El contraste principal no afecta propiamente a los tonos, sino a las dos columnas que emergen paralelas. Una nace como un objeto inmediato, aprensible, afirmado en la profundidad del suelo. La otra, más etérea, parece curiosamente obra nueva, claridad construida para alcanzar ese esquivo cielo. No se adivina dramatismo alguno, tampoco desolación ni silencio. No podría hablarse de claroscuro, sino de un modo de determinar espacialmente algún tipo de presencia. El lugar que se vislumbra no es propiamente un punto de observación, porque no existe centro al que dirigirse; tampoco es un canal de ascensión trascendente o una vía de comunicación con lo desconocido. El juego de las dos columnas habla más bien de un entorno artificial que se ofrece para acompasar, hacer concurrir y equilibrar todos los pulsos y ritmos del bosque y así conseguir que lo invisible se haga presente.

Decidir que esa presencia que se intuye es humana parece un poco osado, sería como ir a ganarle terreno al cuadro. Sin embargo es muy cierto, pese a que el trasfondo boscoso parece sombrío y confuso, que hay una morada que se insinúa tímidamente al fondo y sobre ella el cielo alcanzándola con su luz, que hay un vago camino discurriendo cercano con el que el claro sería un espacio de trabajo. Puede que estemos ante un nuevo naturalismo, ante una estampa que habla del hombre y la naturaleza, sin impostaciones dramáticas, incluso sin el hombre, y desde luego sin más arte que aquel que nos lanza a imaginar a través de lo que vemos para de ese modo creer que lo tenemos. Si volvemos a la actualidad, constatamos que en nuestro entorno esos olmos han desaparecido, ya prácticamente no los tenemos. Pero al estudiar el caso, a la manera en que Constable lo hace, vemos que el olmo del cuadro genera un impulso formidable que nos enseña a imaginar otros objetos como él desaparecidos y cuyo sentido nos empieza a resultar evasivo. En estos tiempos en que tanto se tiende a confundir presencia con visibilidad, pocos captan el sentido de las cosas desaparecidas, que dejan en la práctica de ser asumidas. Si ni con paisajes como el del cuadro se aprende a reconocer esas sutiles presencias, quizá sea mejor que los objetos permanezcan invisibles, forzar la intriga y la búsqueda para que puedan ser intuidos y lleguen a ser de ese modo asumidos. Evidentemente para todo esto necesitaremos a un hábil narrador o guionista, pero no a Constable.