martes, 14 de agosto de 2012

El sabio libericundo


Con estudiada parsimonia y a la vista de su público el sabio se destoca, birrete en mano levanta la cara y con gesto altivo gira lentamente en redondo al tiempo que saluda. Nada más entrar en la biblioteca se allega hasta las mesas para citar desde allí a los libros que desesperados aguardan su turno. Toma al azar al primero que le entra, lo revisa a voleo y casi sin mirarlo le pega una estampilla amarilla. Pronto lo pasea como un trofeo e intenta rematar la citada suerte en anónimo folio, con desprecio del respetable, que vigila y parece reclamarle autoría. Se revuelve entonces irritado, esconde en su cartera el secreto pasaje y como un vulgar furtivo hace mutis y se pira.

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