jueves, 31 de enero de 2013

Por lógica nada cae, se sostiene


Nadie puede esperar que la lógica, por fulminante que sea el discurso, por poderoso que sea el tribunal, acabe con las redes de connivencia tejidas en torno a quien más manda, redes destinadas a mantener a flote todo el tinglado legal que le sostiene. La intuición de que esa red está en el aire para recoger en su provecho, de que no hay fundamento sólido que ampare lo que es de todos, servirá como corazonada no como argumento, por lo que sólo queda zarandearla para comprobar qué queda ahí de lo nuestro. Cuesta creer que haya en los códigos legales recovecos suficientes como para acoger a ejércitos enteros de intérpretes del jurismo y aún más que estos dediquen noches y noches a buscar en los extensos articulados razones jurídicas que vistan con rigor lógico lo insoportable. Nadie se extraña ya de oírlos revolotear a su alrededor, pero atacados de buena fe nos resistimos a suponer que somos simple carnaza democrática, presta a satisfacer el apetito insaciable de estas alimañas. Pese a todo, creemos en el peso de la ley, en la coherencia del sistema, en su lógica institucional, porque se nos ha declarado sus valedores, siempre con nuestro voto en la mano. Pero la ingenuidad parece haber tocado techo, y a nadie se le ocurre ya salir a la calle para gritar «¡que alguien nos defienda!». Seguro que ese «alguien» contaría con nuestro apoyo, que la razón justiciera le asistiría, sí claro, pero ¿dónde está? ¿dónde se ha metido? Cuando contemplo el panorama, copado por esa estúpida y teatral batalla entre quienes apuñalan en público la verdad y quienes se escandalizan mientras la entierran, me pregunto qué papel puede jugar en esa trifulca de tahúres el interés público, qué queda en sus discursos de la sutil lógica, de las palabras precisas que la avalan, de su ilación implacable, de sus exigentes definiciones. Y concluyo: De poco vale esa lógica ante el devenir de los hechos, la lógica nunca desencadena finales. Cuando el final sobreviene, la lógica se limita a lo sumo a ponerle correcto y cabal colofón al discurso declarándolo contradictorio. Al poco tiempo y aupado por esa conclusión funeraria, el poder reaparece y teje con ella, que tanto entiende de sensateces, un nuevo amparo, una nueva red que reemplaza lo que la fuerza desatada ha sacudido y desmontado. En público el cambio se da por justo y bueno, pero en privado no tarda la lógica en aconsejar orden y también en declarar absurdas las razones que se han esgrimido para actuar en justicia.

miércoles, 30 de enero de 2013

Arqueología personal


Ojo de Horus y cuantiemas egipcios
Hay un tipo de distancia, no sé si llamarla intelectual, que se nos impone repentinamente como si mediara un abismo entre nosotros y lo que vemos a nuestro alcance en el escritorio, y no precisamente por el tiempo que lleva ahí, sino por la lejanía en que aparecen envueltos papeles que apenas si reconocemos, sobre materias que nos resultan completamente extrañas, difíciles de volver a asimilar. Casualmente me aparece hoy una carpeta y de su interior extraigo uno de esos papeles: es la página 35 de una inédita Historia de la Aritmética y la Algorítmica. A continuación leo el titular del apartado 2.3 donde me propongo muy seriamente tratar sobre el empleo algorítmico de cuantiemas, una suerte de fracciones unitarias usadas por los egipcios. El tema es como se ve antiguo, la parrafada bastante más cercana, quizá cinco años, aunque no quiero revolver demasiado no vaya a averiguar hasta qué punto lo olvidado se me aproxima. Ha surgido como llegan estas cosas, haciendo limpieza entre los papeles amontonados en la mesa, en uno de esos ataques organizativos con los que uno quiere aliviarse de todo el peso muerto, de todo ese material pendiente de revisión, de todas esas tareas aparcadas para ser un buen día retomadas. Y, mira por dónde, aquí están mis borradores, convertidos en curiosidades arqueológicas, rescatados en estratos pensativos de un tiempo pasado, pero lleno de historia, de mi historia en este caso. No puedo asegurar que no siga dando vueltas mi cabeza como una noria y que insospechadamente levante todo eso para ponerlo en circulación como agua de riego. No es desde luego mi objetivo inmediato, tampoco veo los campos sedientos de esos saberes a decir verdad. Me reconozco en esas páginas, cómo no, pero hay otras obsesiones que me insisten urgentes, que reclaman asistencia. Desgraciadamente, si aquel primer abismo me aleja de temas como el de los algoritmos egipcios, no es menor el abismo que me separa del mundo real donde mi única asistencia parece siempre impertinente manía consejera. Lo peor es que, a diferencia del primer abismo, con este tengo la creciente sospecha de que con el paso del tiempo se ahonda y de que mi renuncia a todo aquello quizá haya sido inútil.

martes, 29 de enero de 2013

Me llevo la culpa


El autor decidió rediseñar, que no desteñir, el drama. Empleando la versión anterior como si se tratara de un incidente previo, añadió tres personajes: Uno algo falso, que asumía públicamente como un chivo bendito toda la culpa; otro más real, que fantaseaba con tenerla para expiar sus muchos errores y verse virtualmente renacer; y por último, uno que zanjaba por lo criminal esos devaneos y limpiamente, aunque jugando de mano, los eliminaba como competidores y la conseguía íntegra.

lunes, 28 de enero de 2013

Pesada licencia


Seguramente el castigo que infligimos haciendo memoria no consiste tanto en mostrar a los jóvenes con pelos, señales y ese funesto punto de fantasía benévola cómo éramos a su edad —con lo que ya irían bien servidos y tendrían motivos para encerrarnos— como en hacerles creer que ellos serán a no tardar tan cargantes como nosotros, empujándoles a abandonar toda esperanza evolutiva.

domingo, 27 de enero de 2013

Subir a respirar


El pueblo de Zenborain se alza al final de una alargada loma que parte hacia el sur desde los montes que circundan Aranguren y desciende lentamente hasta los verdes trigales del valle de Unziti. De los dos barrancos que según subimos van quedando a cada lado, nuestra ruta se decanta por el que trae las aguas del río Alondo. Supongo que en otras épocas el caudal que baja del monte en estas regatas escasea, pero hoy desde luego no falta. Para entender esta avenida extraordinaria no hay más que ver cómo la nieve cubre la parte más alta de la cabecera. No tardaremos en pisar esa nieve, si bien antes cruzamos un largo tramo en que los deshielos han inundado el camino creando un ancho torrente. Curiosamente, a su lado el cauce natural se ha acabado convirtiendo en una cadena de pozas donde las aguas han ido quedando estancadas entre las zarzas y el abundante ramaje caído de la hilera de álamos que lo flanquea.

El paisaje es algo áspero. Sobreviven en la ladera derecha chaparros y quejigos de escaso porte. Forman un bosque tupido donde los árboles se confunden con el matorral, bojes sobre todo, creando un muro vegetal prácticamente impenetrable. Por el otro lado crecen los monótonos pinos de repoblación, más bien escuálidos, sin mucho vigor y muy tocados además por la plaga de procesionaria. A sus pies se entrevé un sotobosque sucio y bastante oscuro. De modo que el camino, por muy anegado que esté en toda este área del barranco, parece la única vía realmente expedita hacia el objetivo en la parte más alta. El ambiente invernal, con un día nuboso y amenazante, acentúa aún más los tonos sombríos. Está el marrón por el lado de los chaparros cuyo follaje seco aún sigue en parte pegado a las ramas, y el verde grisáceo, si se mira a esos pinares tristes y alineados que pueblan la ladera contraria. Sólo la nieve, cada vez más abundante conforme subimos, lleva al fondo del barranco cierto resplandor. El contraste entre el blanco níveo y la oscura vegetación que emerge al azar resulta hasta violento. Lejos de aquí, en otros lugares más abiertos, la nieve tiene un efecto calmante y nos devuelve una estampa amable cubriendo ese mundo invisible que duerme su silencioso sueño. Aquí, sin embargo, la sensación que uno tiene es más bien de naufragio, con el medroso bosque haciéndose ver ante nosotros como si aguantara a duras penas a flote rodeado por ese manto helador. Todo contribuye a entenebrecer el cuadro: no se observan grandes signos de vida, si acaso algún pájaro solitario y la estela no muy reciente de un jabalí.

No llega a llover, pero la marcha marcando huella sobre la nieve se llega a hacer penosa. Pronto alcanzamos la divisoria de aguas en el portillo y allí topamos de frente con el camino que sube desde Gongora. A un lado un vetusto mojón marca la muga entre los dos valles. A pesar de que se puede bajar hacia Pamplona, no creo que fuera éste un paso muy frecuentado, teniendo en cuenta que la montaña ofrece un collado mucho más franco un poco más al oeste, a la altura de Andrikain. Por lo que se adivina echando una ojeada por donde llega el camino, esta ladera parece bastante más frondosa. Se ven hayas, algo normal al tratarse de una vertiente que encara al norte. Ahí han estado siempre, dando su nombre, Pagadi (hayedo), al propio monte. Recuperamos el aliento y nuestra intención de partida, y siguiendo próximos a la cresta divisoria por la ladera sur tenemos la fortuna de encontrar huellas de anteriores paseantes que nos llevan cómodamente hacia nuestro objetivo. El arbolado empieza a ser ralo, sólo en las cercanías del punto más alto los robles empiezan a despuntar por su altura entre la maraña del bojedal. La senda, muy pisada, se abre paso por vericuetos sin afrontar grandes desniveles hasta dar con el punto culminante, en el que un montón de piedras sirven de hito para hacer la cima reconocible. Nos encontramos frente a un recoleto rincón abierto entre los arbustos. Más allá de ese túmulo, aquí nada nos distrae, es como encontrar refugio y excusa para sacudirnos pesares y angustias al aire libre, ese aire que mece y hace crujir los robles de la cumbre. No hay vistas pasmosas a los valles, simplemente más arriba ya no queda nada, sólo ese aire soberano. Durante un buen rato lo respiramos honda y libremente, con la sensación de que nos ensancha el ánimo, de que nos vivifica.


sábado, 26 de enero de 2013

La ganga de la temporada


La siguiente generación de jóvenes ya está en venta, hay futuro. Y amplia oferta. De momento su precio no es exagerado, pero aun así siguen teniendo precio. Como todo, como siempre. Su futuro, pudiendo comprarlo, siempre será nuestro.

Turbio episodio


Core-LB1, Peter Bennett, de la exposición Magnitude 7.7,
tomado de www.manifestgallery.org
Dejaba escapar un susurro suave y tan persuasivo además que llamó su atención. Durante un buen rato jugó con el resorte visible para intentar obtener alguna respuesta, pero al verse incapaz de descifrar su mecánica lo dejó. En un principio quedó algo confundido y de ahí pronto pasó a sentirse amargamente decepcionado, casi humillado. Lo único que se le ocurrió entonces fue soltar toda clase de imprecaciones, repetidas con voz cada vez más alta y entrecortada, preso de un enojo terrible y sin parar de dar vueltas como un afligido autómata a su alrededor. Hubo un breve silencio, luego un hondo gemido, tan largo que tardó en extinguirse como un leve silbido, y por último cayó ante ella de rodillas hasta apoyar la frente en su medalla de bronce. Del frío contacto con el amuleto brotaron melancólicos sones metálicos, como tintineos y campanillas que llamaban desde muy lejos. Y no pudo entonces, por más que intentó evitarlo, sino romper a llorar, sin consuelo. El tiempo iba pasando sin encontrar aquel punto de equilibrio donde todo se calmaba y, mientras, él seguía buscando en ella como un niño ansioso el calor de su regazo. Después de mirarlo, la máquina se mostró profundamente extrañada, incluso descorazonada; a su juicio, así dijo, su hombre había enloquecido por completo, quizá de absurdo amor.

viernes, 25 de enero de 2013

Paradojas políticas 1


La idea de raza no se sostiene, menos en Estados Unidos, que es una democracia —racial o multirracial, según se mire.

jueves, 24 de enero de 2013

Tiempo de vivir


Mal se puede hablar del tiempo como vivencia —y menos liberadora del presente— si del modo de vivir poco sabemos decir. Vivir sin método concreto, sin hoja de ruta, sin conocimiento preciso, sin guía ni raíles, sin proyecto definido, sin razón clara, sin plazo fijo, sin preparación alguna, sin manual de uso, es vivir frente a lo que salta, o sea vivir como lo hacemos todos: en temible soledad e íntimo desconcierto. Contemplarnos ahí, en medio del tiempo remansado, entre pasado y futuro, no consigue realmente aliviarnos de semejante zozobra, más bien nos instala en nuestra tragedia.

miércoles, 23 de enero de 2013

Vivir del sueño


Cuando se alaba al soñador por su intuición de un nuevo y brillante universo, este acaba poniendo un comercio de estrellas.

Idea de más


Oyéndole hablar pronto comprendí que reducir su boca no reduciría el problema.

martes, 22 de enero de 2013

Sabedores y sabios


Creo que fue Peter Handke quien dejó el siguiente aviso a alguno que se las daba de maestro: «No me importunes con tu saber, yo no he dicho que quisiera ser tu alumno». Como un maleficiario más de lecciones inoportunas, yo también he soportado sesiones en las que, dándoseme por ignorante, se me anunciaban deslumbrantes despertares. Hacer valer la fe en esas circunstancias, o sea metiendo a la sabiduría de por medio, es un truco torpe y estúpido que a la larga te hace resistente a los aprendizajes. De todos esos intentos, además de la desconfianza, te quedan vagas recetas, compradas a precio de saberes. Saberes frecuentemente malvenidos y adulterados por el protocolo jerárquico que a título de educación suele imponer la casta, casi siempre pertinaz y molesta, de los sabedores. Pero no es eso, afortunadamente, lo único que nos queda. Aunque nada se aprenda, frecuentar la enseñanza aviva una intuición con cuya ayuda pronto distinguimos entre quien es sabedor y quien es sencillamente sabio, una diferencia que acaba por convertirse en el saber más preciado y efectivo.

lunes, 21 de enero de 2013

Inteligencia dominada


Imagínate que te declaran uno de los seres más inteligentes del planeta. Seguramente pronto sentirás que te domina la penosa sensación de que lo arrastras, como el presidiario su bola de hierro.

¿Cómo fue? Como fui


Reconstrucción de la ciudad de Troya en 1500 aNE,
Fuente: ARQUEO, nº 8. RBA Revistas, Barcelona 2.002
Me pregunto cuántas realidades pasadas podemos reconstruir a partir de los restos actualmente visibles de todo lo anterior. Este tipo de ejercicio, no siempre saludable, es bastante habitual, porque lo de mirar hacia atrás, aunque solo sea en busca de causas o de culpables, provoca esa especie de visión astigmática a la que denominamos historia. Discernir cuál es la auténtica de entre el extenso catálogo de posibles realidades precedentes, tratando de cotejarla puntillosamente con los restos examinados, es una tarea prácticamente imposible. Pero formular una síntesis de ellas, multiplicando los puntos de vista surgidos de cada una en torno a ese único conjunto de restos, tampoco parece una solución necesariamente mejor. Para empezar, y hablando de realidades, la primera dificultad radica en señalar con claridad cuándo estamos considerando algo que además de real debamos considerar anterior. Por plantearlo de otro modo, lo que sobrevive entre esos restos, además de estar ahí presente ¿a qué pertenece, al pasado o al futuro? En realidad, creo que solo podemos decir que nos pertenece, poco más. Si acaso añadiré que, al enfrentar nuestra muerte al discurrir del tiempo, todo lo que sobreviva se convertirá en testimonio de un cambio, en el que lo que fue real ha pasado a ser anterior.

domingo, 20 de enero de 2013

Nunca pasó



Nuestra forzada visita al siglo XIX, en pleno siglo XXI, nos hace ir olvidando ese extraño y cercano paréntesis del XX en el que aún relucen los incendios de sus guerras, las imágenes del NODO, el color de los anuncios y una serie de derechos públicos que van camino de su desaparición.

Llega Mega



Si es verdad que este hombre quiere vendernos algo, con semejante puesta en escena, a ver quién sabe qué es. Pero dejando esta cuestión aparte, no hay más que echar una ojeada a la foto para comprobar que se busca un mensaje contundente, fumigando aires de embrujo, como de autoridad imbatible, con el fin de subrayar la presencia de un auténtico líder. Ver nacer una estrella es un momento siempre emocionante, mucho más que ver nacer una simple empresa. Convertir la vida en una empresa es una opción personal, que empieza con un acto de fe, que necesita ser compartida para ser comercialmente visible. No es, pues, de extrañar que ese encuadre, iluminado desde el fondo por la voluntad de poder, evoque las liturgias paganas de culto personal impuestas por los regímenes autoritarios. La vista no consigue hacerlo todo, falta evidentemente algún refrito épico-musical, el cegador juego de luces pirotécnicas y por encima de todo la entrada en escena de los figurantes. Pero, a pesar de todo, con lo que nos llega en el escueto fotograma tenemos más que suficiente.

Yendo de arriba a abajo, destaca la buscada coincidencia entre el MEGA del rótulo y el apantallado y descomunal busto de Kim Dotcom, coincidencia repetida un poco más abajo con el mismo nombre y el mismo hombre, pero a una escala más cercana, humana y natural. Si habla, lo hará por partida doble, como uno más abajo y como lo más arriba, para que el mensaje cale bien hondo. En realidad la propuesta quiere ser tan evidente que la mayoría la tenemos por vista, por escasamente original. Esa insistencia estratégica por aunar héroe y marca como santo y seña del producto en promoción, nos lleva directamente a evaluar, sin demasiadas ironías, la megalomanía del sujeto. Si continuamos el descenso, veremos aún mejor el esfuerzo de aproximación ensayado. A qué viene si no la sobreimpresión originada en esa olímpica y nebulosa pantalla de fondo, donde pasa a asomarse el recio busto del genio recortado sobre un brillante horizonte, imagen que se materializa finalmente en esa mesa unipresidencial, firme pedestal del egregio emprendedor. Desde el cielo se hace llegar al hombre ante nosotros y desde ahí, desde donde pone MEGA, nos ofrece su confianza y sus servicios, por un módico precio. Francamente, habiendo confianza, las palabras en este contrato sobran.

Luego se abre paso con descaro la publicidad, formando cartel con seis rollizas y aguerridas mozas. Su misión no parece otra que afianzar la imagen de marca, sembrando a partes iguales seducción y respeto, avivando hacia el producto un afán posesivo al tiempo que se celebra el afán luchador de su promotor. El no es Hércules, desde luego, pero ellas distan mucho de parecer un colegio de sacerdotisas inabordables. Hay en su ademán un gesto fiero, que a unos parecerá de lealtad y a otros puro oficio. Con todas las reservas que se quieran, tienen la arrogancia propia de una guardia de corps, cabiendo aquí no obstante la duda de si bastarán seis para guardar semejante corps. Para la parte contratante debe ser tranquilizador verse arropada por esa muralla disuasoria de cuerpos bien entrenados y marciales, con el uniforme verde ciruela y la boina color berenjena, con los brazos metidos en jarras, alzadas sobre puntiagudos tacones y mostrando de muslo para abajo una soberbia musculatura. Quizá se equivoquen quienes las vean como torneados balaustres de una monumental balconada a la que el supremo jefe se asoma al acabar la tarde. Equivocados o no, ¿sabemos por fin qué era lo que éste vendía?


Siete espíritus. Serie B


Un espíritu seco es como un palo, el instrumento ideal para sacudir. Un espíritu frío es como un cuchillo, un arma discreta y letal. Un espíritu oscuro es como una tenaza, dispuesta a cerrar su dominio. Un espíritu acechante es como una red, la mano invisible del cazador. Un espíritu dañado es como un resorte, esperando soltar su único disparo. Un espíritu mudo es como un gancho, donde cuelga su cabeza de trofeo. Un espíritu muerto es como una piedra, una vida fósil aprisionada entre recuerdos.

sábado, 19 de enero de 2013

Árboles curiosos


Años he tardado en enterarme de que hasta la ventana de mi despacho llega y por ella se asoma una intrigada parrotia persica. Es lo que tiene la universidad que, a fuerza de plantar y hacer crecer el ramaje, todo en su seno se acaba sabiendo.

viernes, 18 de enero de 2013

Timbales y clarines



Tiene la trompeta dos versiones, la básica sin sordina y la trompeta con sordina. Cuántas veces yo quisiera, metido a explotar mi veta musical, que el toque me saliera espontáneo y a la vez leve y bien templado, con sordina, y sin embargo, resuena estridente como un cornetín de órdenes tocando a botasilla, o parece una de esas fanfarrias retóricas, de las que sonaban en el patíbulo a la llegada del verdugo. Ya se ve que de mi veta arranca más bien ese empeño trastornado, que propende con facilidad al grito, a congregar tropa, a pedir cuentas sin demasiada música. Ser sincero, hablar de corazón, seguir su ritmo pausado, poner cierta melodía en las declaraciones alejándolas de la farsa requiere sordina, pero si en cuanto hablamos nos extraviamos por el bosque de las grandes palabras, cualquier verdad, aunque sea una confidencia íntima, acaba surgiendo distorsionada, teatral, hueca. Tan alto hago sonar la trompeta que las ideas se me alborotan y me retumban dentro como en una caja vacía. Y así es como aparecen los timbales, que aún faltaban, para acompañar a mi clarín en su chirriante tesitura.

miércoles, 16 de enero de 2013

Confuciana


Confucio nunca dijo: A poco que sepa, el sabio sabe que sus consejos van para otros, que quien los procura sólo sirve de destartalado banco de pruebas.

martes, 15 de enero de 2013

Errar


La senda de los errores propios es árida de recorrer, pero puede ser fructífera. La senda de los errores ajenos parece más divertida, ligeramente cómica. Pero, si nos dejamos ir detrás de quien la sigue, pagaremos como propios los errores ajenos. La senda entonces nos resultará, además de costosa, dramática y nuestra apuesta verdaderamente cómica.

lunes, 14 de enero de 2013

Fin de jornada


La calle depara hoy pocas sorpresas, porque al filo de la noche el invierno nos depara pocas sorpresas. Como única novedad tenemos la lluvia, que se cuela mansamente por las estrechas calles del casco viejo. Poco paseante, poca gente, y toda ella camino de su casa. La mayoría ha acabado la faena o corre a hacer el recado pendiente antes de que todo cierre. Unos se meten al arrimo de la pared para librarse del agua, otros bajo su paraguas, por mitad de la calle, como sus dueños. Abundan los solitarios, siguiendo a paso vivo su trayecto de rutina, mientras pequeños grupos copan la calle discutiendo a grandes voces su hazaña cotidiana. De estos últimos nadie podría decir bien si vienen o van, aunque todo se aclara al verlos entrar en uno de los bares de la calle. De vez en cuando suena un rugido seco y cortante, la bajada de persiana de la última tienda que quedaba abierta. A oscuras, por el hueco de la puerta, se asoma agachado un individuo e inmediatamente echa el candado. Recula luego hasta el centro de la calle y desde ahí lanza una última mirada al negocio. A continuación se larga. La calle se ha quedado desierta, sigue lloviendo y la leve luz de los faroles inunda la penumbra y amaga brillos por el pavimento.

sábado, 12 de enero de 2013

Nunca diré lo que vi


Te quedarás ciego si miras lo que no debes. Así mismo, así las gastaban, así sembraron el miedo. Luego abrían el Génesis por donde la mujer de Lot, la misericordiosamente salvada del fuego sodomita para ser estatuada en sal, un escarmiento ejemplar, un final digno de las crónicas bíblicas. Ella ciega en la encrucijada, con los brazos abiertos como un poste orientador, de espaldas al camino de los justos, viendo cómo las sombras angélicas alentaban fuego purificador. Igual que ella hace años que me quedé ciego mirando al sol, ese engañoso protector, el código final fue conmigo despiadado, pero no pudo con lo que yo antes vi. Sólo te diré que los días se me hacían cortos y que el cielo era cada vez más profundo, más brillante. Los ciegos recuerdos sobreviven, el mundo en ellos acaba siendo mejor.

Jugando a muñecos



Esta ricura responde al nombre de Diego y no es un muñeco más en venta, sino otra cosa que han dado en llamar bebé-robot. De él extraña ante todo su voluminosa cabeza, que da a su cara y a sus gestos dimensiones desproporcionadas y cómicas. Sus progenitores del Institute for neural computation de la Universidad de San Diego nos cuentan que el entrañable artefacto anda todavía algo corto de palabras, pero que aun así se le coge cariño. Y es que, además de emocionarse con prontitud, consigue hacerlo, según dicen, en una variada gama de hasta 1000 emociones distintas. Gracias a la incorporación de sonido podemos decir que está dotado de cierta expresión. Al parecer el berreo básico lo tiene asumido como respuesta nativa e inmediata, pero combinando los emofonemas registrados en su memoria interna se puede lograr que el niño ladre y hasta que barrite o croe con absoluta naturalidad. Sin embargo, su más alta performancia la alcanza mediante una amplia flexibilidad del registro facial, que puede ir desde los mimos y mohínes, pasando por muecas despectivas o caras iracundas, hasta un generoso repertorio de miradas, bien sea cínicas, crueles, feroces o simplemente torvas. Su portentoso mecanismo permite también que los toques de ternura, propios de su aspecto infantil, puedan ir engastados, sin reparo funcional alguno, en muecas libidinosas y procaces, ya sean de origen masculino o femenino. Como bien se ve, algunas de las expresiones emocionales logradas en la criatura no parecen obedecer a estados de ánimo normales y, además de resultar extremadamente provocativas, entrañan en el espectador un profundo desasosiego moral. Esto ha hecho que la investigación sobre el bebé-robot haya tomado nuevos derroteros experimentales, alejados esta vez de la técnica. Una de las líneas más prometedoras, por ejemplo, se dirige hacia terapias basadas en la imitación de sus innumerables caras, con las que se pretende fomentar en los rostros más pétreos e inanes cierta capacidad de expresión. Con carácter más teórico, otros investigadores han emprendido la confección de lo que se conoce como el anexo moral. En esta memoria se piensa partir del catálogo de gestos observado en este autómata infantil a fin de fijar para cada uno de ellos la correspondiente calificación canónica y darle una interpretación moral. La intención es regular con buen criterio el afecto o desafecto y crear una respuesta «natural» a esas suertes faciales. Evidentemente para la calificación final de cualquiera de esas caras habrá que valorar la memoria desarrollada por la criatura y el sesgo emocional incorporado al conjugar respuestas y recuerdos. A la larga es más que probable que esta interacción continuada y sesgada vaya depurando las facetas más inquietantes del catálogo y se logre un instrumento corregido y estoico, un compañero emocionalmente equilibrado y sobrio, un ejemplo de control perfecto en el que mirarse, aunque lo que había de niño probablemente se pierda.

jueves, 10 de enero de 2013

Civilizaciones cercanas


Victor Brauner, Prélude à une civilisation (1954)
The Metropolitan Museum of Art, New York
Al mirar este Prélude à une civilisation de Victor Brauner uno reconoce ciertos restos del primitivismo en auge en su época juvenil así como de su posterior paso por el surrealismo, aunque sea ya palpable una apuesta pictórica distinta, más personal. Sus grandes dimensiones y su formato de retablo urgen a encontrarle alguna significación y, si es posible, a vertebrar todo su contenido en una historia, aunque sea mítica. Para ello el título suele ser el hilo conductor, esa es la lección aprendida en cuadros clásicos como los del Bosco. En ellos, afortunadamente, los múltiples coros de figurantes simbólicos no llegan a comprometer y fragmentar el motivo escatológico, algo que aquí no se da, porque ese motivo, del que no tenemos más indicio que el título, propiamente no existe. Ahora bien, aun a falta de unidad temática y hasta de tema, nadie le puede negar a la obra cierta unidad de estilo y de diseño simbólico.

Carentes por sí mismos de significado, los símbolos reunidos en este conjunto consiguen ganar cierto relieve gracias a su parentesco formal. De hecho está cargado de formas reconocibles (hombres, animales y plantas), figuraciones cromáticas y cierto equilibrio compositivo, aunque más que a una presunta civilización, como señala el título, todo apunta a un ensayo sobre variaciones pictográficas de la misma mano. Esto no es mucho decir, teniendo en cuenta que todos los pictogramas van sobre el mismo soporte y aparecen englobados en una enigmática figura equinomorfa. A falta, pues, de un claro punto de partida podríamos empezar por ahí, por ese caballo blanco en cuyo interior está guardado todo ese conjunto de claves menores. A mí, de entrada, con ese vientre tan poblado de imágenes, me viene a la cabeza el caballo de Troya. Sabemos que los grafismos juegan siempre a liberar su proyección simbólica y a través de ella nos invitan a recrear mundos en los que su significación sea evidente. Contando con ello, uno es libre de imaginar estas variaciones gráficas como un lenguaje secreto, emboscado en las entrañas de ese caballo troyano, cuyo triunfo y desarrollo está por venir. Pero, aunque las semillas lingüísticas que transporta quieran anunciar civilizaciones, ateniéndonos al título del cuadro, la propuesta sigue siendo tan inútil y gratuita como cualquier otra, digo de cara a perfilar conocimiento, a inferir algún futuro para ese preludio.

Por otro lado, es obvio que entre los elementos que se exponen no existe ninguna articulación explícita: no hay secuenciación, no existe ligazón, no hay enlace gráfico que explique la ordenación mostrada. No hay más lógica que la del formalismo expresivo, que aquella que ha guiado en definitiva la mano del artista. Por no haber, no hay tampoco ningún espíritu coral, nada que acuerde una sintonía en común, porque cada figura parece tener voz propia. En el caso de las antropomorfas, aun sin hablar de significados, sí podemos hablar de ciertas alusiones a la maternidad o a la milicia. En las zoomorfas, ni eso, todo resulta más gratuito, enigmático y abierto. Seguramente en los animales subsiste cierto tono emblemático, manifiesto en esa preferencia por lobos y caballos. Más complejo aún es el repertorio de peces y aves fantásticas, y más seriadas o decorativas esas arborescencias esquemáticas de relleno. No creo, sin embargo, que podamos despegar ese mundo del medio en que nos movemos. Esa nueva civilización más parece una alusión a la matriz de la que surge, una alusión inspirada en un nuevo modo de hacer figurar lo que conocemos, que algo por conocer y realmente nuevo. A partir de ahí todo, o el cuadro como un todo, puede ser presentado como un ejercicio plástico cargado de malévola ingenuidad o como una opaca hazaña jeroglífica. Las reminiscencias que provoca son bastante libres, pueden ser escogidas entre culturas sofisticadas o primitivas, lo que da una idea del amplísimo ámbito por el que el intérprete peregrina. Alguien comentaba a propósito de este cuadro que sin argumentos para crear significados sólo nos queda el misterio y que para el autor quizá esa ha sido su única pretensión, su mayor apuesta, su inocente juego.


Desgaste evolutivo


De vernos obligados a medirnos con el resto de los animales sin otro instrumento que nuestra cultivada cabeza, toda nuestra atención se concentraría en calcular nuestra fecha de extinción.

miércoles, 9 de enero de 2013

Por una sombra cómplice


—Pongo a mi sombra por testigo— declaró el canciller —de que me atendré a lo que proyecto, haciéndolo visible a plena luz y públicamente, y de que nada falso y oscuro quedará a mis espaldas, nada que me rehúya o que me acuse.

martes, 8 de enero de 2013

A tu encuentro


La esperanza se reconoce siempre como un pálpito algo alicorto, quizá por eso nos la venden como una pomposa mariposa de diseño.

lunes, 7 de enero de 2013

El tejo y las hayas viudas


Tejo de Lartze
La ciudad se desperezaba hoy como en esos días crudos de finales del otoño, intentando ver desvanecerse unas nieblas casi opresivas. No han durado mucho, pues mientras la cruzábamos para salir, se han ido disipando hasta ofrecernos una mañana limpia y resplandeciente. Para cuando hemos llegado al pueblecito de Zilbeti, allá arriba rodeado de sus montañas, el sol iluminaba desde el sureste el pequeño valle y todo su caserío. Después de rebasarlo, tirando decididamente hacia las montañas del fondo, hemos visto cómo a los verdes prados sucedían las primeras y oscuras lomas boscosas. El carretil ha continuado un rato junto a un riachuelo y se ha internado a cobijo de las hayas, en unos ambientes aún fríos y sombríos. Finalmente hemos llegado a un cruce en el que confluían las aguas provenientes de un estrecho barranco, de fondo tan profundo que parecía prolongarse hasta las laderas del Adi. Allí hemos echado pie a tierra y dejado a un lado el camino hacia ese imponente monte, confiando que algún día dispongamos de tiempo y empuje como para subir hasta allí. El nuestro seguía a la vera de la regata, avanzando derecho y con leve desnivel hacia los primeros repechos. En el transcurso íbamos asistiendo a la llegada de aguas que se abrían paso por los barrancos desde sus fuentes en las soleadas vertientes de la montaña. Los variados nombres de todas estas regatas —Mindegi, Leñari, Eluts, Lartze, Ollarmendi, Antzeri— corresponden propiamente a los de los bosques, hondonadas y parajes que avenan. Ese mosaico paisajístico cubre buena parte de la falda Sur de la cresta montañosa que va desde el monte Zotalar hasta el Adi.

El bosque de Antzeri, por el que poco a poco comenzamos a ascender, es un enorme hayedo asentado en una de las solanas de la cabecera del valle. Bajo la solina matinal todo ese mundo carece del misterio que suele envolverlo cuando las brumas prenden en él. Desgraciadamente este bosque, de arbolado todavía nutrido y denso, ha recibido sentencia de desaparición. En él se ha abierto ya una profusa red de pistas y buena parte de los troncos están marcados para la tala con señales de pintura rosa. Todos ellos están condenados, los señalados sólo indican los límites de cada uno de los lotes madereros que se obtendrán. A pesar del radiante sol que luce, el silencio confiere al arbolado un aire fúnebre, como de espera de la ejecución. Nada se oye, más allá del rítmico chasquido de nuestros pasos sobre la hojarasca. La idea es abrir aquí una mina a cielo abierto. Supongo que las dimensiones del boquete y el consiguiente destrozo que se avecina irán ampliándose a medida que la rentabilidad de la inversión caiga y urja la obtención de mineral y la apertura de nuevas canteras. Para lograr los permisos ha bastado la promesa de una docena de puestos de trabajo así como unos kilómetros de carretera para que Zilbeti tenga una salida más cómoda al mundo. No es fácil de entender que el valor de lo intangible, de ese sustrato invisible, pero feraz y casi inagotable, a través del cual la tierra se nos ofrece, no se llegue a ver. Y es que hay aspectos que en el análisis inmediato, en el análisis ramplón del valor financiero atribuible, que nunca deberíamos confundir con su riqueza, no se quieren ver. Hablo de riqueza como fecundidad, esa fecundidad que debe ser cuidada y protegida, porque nunca será ilimitada. Confundimos con frecuencia la estabilidad del medio natural con su facilidad para el cambio y la adaptación, creyendo viable y seguro su retorno al equilibrio de partida, todo ello sin pensar que los equilibrios son estados demasiado frágiles.

En cualquier caso, nada de lo que conocemos como bosque de Antzeri sobrevivirá al afloramiento aquí de una mina de magnesita. Sin la cubierta vegetal y con el terreno entregado a la actividad minera cambiarán irreversiblemente el paisaje, las laderas, las fuentes, los cursos de agua y se esfumará la fauna que alberga hoy el bosque. En ese mapa nuevo, el sector Antzeri no acogerá ya un bosque de valor tan impreciso como incalculable, sino una unidad de producción con diez puestos de trabajo y otros veinte repercutidos que contribuye de forma directa y activa al PIB. En un rellano de la parte superior de la ladera, ha querido dejar manifiesta su protesta un grupo de gente que, irritada por la insensibilidad observada ante este expolio, ha pintado sobre una serie de hayas, a modo de collage, el Gernika de Picasso. Desde ese punto la reciente pista va descarnando el monte y dejando brillar entre el ripio los prometedores cristales del mineral. Bajo el sol mañanero el escenario tiene algo de cegador. El pedregoso camino sigue en penosa pendiente hasta el collado en que descresta la montaña para desde allí precipitarse confiado en busca de otros parajes más halagüeños y acogedores. En vez de escapar y explorar esas otras vertientes, hemos preferido seguir sin perder de vista Zilbeti por la cresta, donde al menos nos mantenemos al calorcillo de este sol invernal. Hemos almorzado en la pequeña cima de Lizartxipi, una arboleda medio despejada, entre rocas dispersas, almohadilladas con musgos y esfagnos, y aliviados de vez en cuando por el canto de los pájaros, pero sin francas vistas.

Comenzamos después a bajar atajando por sendas a media ladera, mientras advertimos que el bosque comienza a clarear y abrirse. Cruzamos la ladera hasta llegar a la vertiente de otro barranco contiguo, una zona que parece haber sido intensamente explotada hace unos años. El camino que encontramos, y que alguna vez fue vía de saca maderera, está siendo invadido por helechos, retamas y brezos. A su lado crecen en corros espesos regimientos de plantones, aunque se observan también claros donde los árboles escasean. Como emblemáticos supervivientes de las talas han ido quedando entre los rebrotes fallidos algunas hayas que se yerguen majestuosas y bien tiesas, buscando la luz, como cuando competían y formaban multitud. Viendo el entorno desolado que las rodea, uno tiene la impresión de verlas condenadas a servir de testigo de lo que ese bosque un día fue. A sus pies resisten, sin otra asistencia que sol, agua y viento, unos medrosos retoños, entre los cuales se alzan las desamparadas hayas como solemnes viudas. En las proximidades del regacho que baja por el barranco, los árboles se multiplican y el marrón de la hojarasca desplaza a los verdes escobones de las retamas. Más abajo, en una pequeña explanada, el bosque parece comenzar a reponerse. Como si de un emblema de perdurabilidad y resistencia vegetal se tratara, se presenta ante nosotros un robusto tejo. No es un árbol fácil de encontrar. Con ese porte impone además cierta autoridad, probablemente porque también es el árbol más veterano del bosque. Podemos imaginar que ha visto pasar ante sí a varias generaciones de hayas. Incluso puede que las que aún aguantan hayan recibido su discreto consejo. Mirando entre las ramas del tejo la ladera se va cubriendo de un bosque, que bajo su patriarcal figura parece quedar protegido. Es curiosa la percepción que se puede tener de estas soledades. Las hayas son aquí muy numerosas, pero cuando quedan aisladas de sus semejantes, por altivas que se levanten, se las siente viudas. El tejo, en cambio, se sabe solo, pero casi siempre vive en compañía. En medio de la fragilidad del arbolado que lo rodea, parece tener la misión más modesta, pero también la más vital de todas, puesto que ya sólo le cabe ser para los demás ejemplo de tenacidad en la supervivencia.


domingo, 6 de enero de 2013

Polémicas medio vivas


El crítico R. F. Leavis
No es fácil saber —con él nunca lo es— si Mario Vargas nos trasladaba las tesis de F. R. Leavis o las suyas propias, cuando escribía allá por 1992, hace pues unos 20 años, un artículo para El País acerca de la polémica suscitada por Leavis en su acalorada respuesta a C. P. Snow y su famosa conferencia Las dos culturas, a saber la científica y la literaria. Avanzando hacia el final, y en aparente línea con Leavis, Vargas apuntaba entre los fines de la Universidad los siguientes:
«...la Universidad sería un recinto imperturbable a la solicitación de lo inmediato y lo pragmático, una permanencia espiritual dentro de la contingencia histórica, una institución entregada a la preservación y continuación de cierto saber, inútil desde una perspectiva funcional, pero vivificador y unificador de todos los otros conocimientos en el largo plazo y sustento de una espiritualidad sin la cual, a merced únicamente de la ciencia y la técnica, la sociedad se precipitaría tarde o temprano en actualizadas formas de barbarie».
A merced de esa ola retórica, las palabras de Vargas parecen cabalgar sobre las tesis de Leavis para desde allí arriba formular él su dolida queja por el continuado desaire impuesto al sector literario. Nada sobre la cultura científica, nada sobre disciplinariedad o interdisciplinaridad, nada sobre los del otro lado, los científicos, nada sobre esas actualizadas formas de barbarie. Ni el más mínimo arranque de autocrítica sobre el histórico abuso teológico, sobre el aplauso a las sentencias miríficas o sobre la venta literaria de los hallazgos científicos. Difícil, decía, conocer su opinión, asido con fuerza a la mano del audaz polemista. Y sin embargo, aún sería más difícil, conociendo cuál ha sido después de estos años el caballo ganador y la trayectoria del escritor, saber cuál pueda ser hoy en día la opinión —no necesariamente la verdadera, sino la publicable— del muy ilustre Vargas sobre este crucial asunto. No lo veo de paladín de la técnica, pero es un hombre de oficio, un abogado literario que, no en vano, consigue siempre, y así lo vemos últimamente, dar margen con su verbo a lo impresentable.


sábado, 5 de enero de 2013

Manto de silencio


Un buen día, el olvido,
ese pesado manto de cenizas,
escapa mar adentro,
cubre una isla ya muy fatigada
en busca de soledades anchas,
de aguas benevolentes
de olas de refresco.

Nadie lo persigue
más allá de su entraña
cuajada de profundas huellas,
corazones comidos
por el ansia de los engranajes
en una noche de máquinas
aún ardientes y sonámbulas.

Al acecho los recuerdos,
ante océanos que resisten
su rumbo atormentado,
llegan encuentros ahogados
por furores agrios,
notas amargas, de despecho,
cuentas de libro viejo.

Rascas con las negras uñas
amores que no hubo,
descubres ofendido
una voluntad aviesa,
agudeza para la infamia
bálsamos devorados por sudores
rezumando azufre fiero.

Olvidado mejor te deseas,
en playas de un pasado
que te acaricia y engaña
con ese raso cielo sedante,
cómplice del pulcro silencio,
donde vives refugiado,
embozado en tu manto ceniciento.


viernes, 4 de enero de 2013

Hadas y príncipes


—¿Es provechoso para un país verse gobernado por una reina amante de rígidas doctrinas y por un ministro amante del juego ventajoso?— preguntó Elike a su maestro.
—Lo contrario daría más juego y atemperaría la disciplina— respondió Ogeron, el sabio. Poco después, tras darle una nueva vuelta al asunto, añadió: —Sin duda lo más fructífero sería que fueran amantes, pero de sus semejantes. Y nada sería mejor que acabar con esos gobiernos de hadas madrastras y príncipes conversos, y condenarlos luego a sobrevivir en un infame cuento.


¿Qué hacer con la síntesis?


La gloria del poeta, representada por el mito, viene a ser el fracaso del analista; y viceversa, la gloria del analista, representada por la ciencia, viene a ser el fracaso del poeta. Pero esa oposición deja un amplio campo a la síntesis analógica, al sintetista metafórico, convertido en modelador o fabulador de mundos, que avanzan inspirados por arquetipos, ya sean personajes o ideas, para ser auditados por censores que o bien los liberan como hipótesis vivas, o bien los clasifican, calibran y ordenan.

Lo relativo y su método


Entre las nociones absolutas de verdadero y de falso encontramos siempre verdades incompletas, que convierten la consecución de la verdad en un proceso progresivo y el error en un consecuencia natural pero siempre relativa. Probablemente no haya que considerar la verdad completa o absoluta como un ajuste formal, sino únicamente como un incentivo que guía la explicación, y la explicación como instrumento de predicción y supervivencia. Tras esta rebaja de objetivos, la tarea de la ciencia se limitaría a establecer el grado de ajuste o de relativa verdad que los modelos científicos ofrecen respecto a la realidad. Sobre lo que hayamos de tomar por realidad o por naturaleza mucho habría que hablar, ya en un orden filosófico. Pero, si aceptamos el concepto, podemos concluir que englobar esas verdades temporales, parciales o relativas para asimilarlas al llano error, que por defecto calificador será absoluto, es un error de orden metodológico, no absoluto claro, pero cuyas proporciones deberían ser calculadas en función de la confusión que generan. Asimov, de quién leía un artículo sobre este punto, The Relativity of Wrong (The Skeptical Inquirer, 14 (1989)), ilustraba esta cuestión con el siguiente ejemplo: «...cuando la gente pensaba que la tierra era plana, estaba equivocada. Cuando la gente pensaba que la tierra era esférica, estaba equivocada. Pero si crees que pensar que la tierra es esférica es tan equivocado como pensar que la tierra es plana, entonces tu visión es más equivocada que las dos anteriores juntas.»

jueves, 3 de enero de 2013

Un tic irrefrenable


Si para dirigir —su nueva responsabilidad— se limita a ordenar —su vieja querencia—, la obra acaba final e inevitablemente sin orden ni concierto.

Claroscuro


La noche no crea sombras, una vez al mes enseña su dentadura y las ilumina.

miércoles, 2 de enero de 2013

Mínima 9


En su chiste más osado Platón consiguió que justo y exacto vinieran a significar lo mismo.

Victoria de la novela


Ni la mejor cadena de pensamientos enhebrados irá mucho más allá de un rosario de sapiencias. Fogueará devociones, pero a nadie arrebatará y devolverá con la cabeza revirada hacia otras historias, hacia otro mundo.

martes, 1 de enero de 2013

Tardes como hace un siglo


Más que disposición al ensueño es como un trueque mágico: La pipa libera nuestro interior, que se va en humo, mientras los anteojos, encabalgando nuestra mirada, someten y cautivan el exterior.

Casi descartado


Pienso —por un módico precio—, luego existo —por el momento—.

Retrato del paso


Viejo en un columpio, F. Goya
Me he vuelto a sacar la foto en ese famoso columpio que sobrevuela el abismo del último día. Salgo una vez más despeinado, como descolocado, diría que desfavorecido, algo demudado, un poco despavorido y en conjunto descompuesto, pero risueño frente a las admirables vistas y reanimado por los aires angélicos.