miércoles, 15 de agosto de 2012

Agosto al trote


Mapa isobárico de la semana pasada
La ciudad no es lugar propicio para estos días. Las mañanas atraen con su leve brisa a los más incautos para atraparlos después a la intemperie y someterlos a fuego lento. Metidos en ese cocedero urbano el letargo nos embota los sentidos y buscamos con urgencia las traidoras sombras. Ahí los calores acumulados levantan vapores que alcanzan la mente y pronto animan fantasías lúbricas donde los sentidos nos asisten bien vivos y despiertos. De cabeza para abajo un sudor espeso viene a escurrírsenos sobre la piel como la serpiente, a su paso todo lo pringa y al tacto todo resbala. Cualquier evasiva, cualquier acto de resistencia es un gesto inútil que todo lo agrava. Y el maleficio no remite mientras el sol sigue en su montada. Cuando a media tarde la ciudad empieza a librarse de esa carga, cuando saltamos confiados a las calles, son las aceras y las calzadas las que levantan oleadas tórridas astutamente retenidas en el suelo y confunden nuestros domesticados pasos. Lo que quería ser un último repaso a las tareas pendientes, una modesta faena con la que salvar el día, se convierte en excursión marrada y agobiante. Llega el final de la jornada, con esos ocasos profundos y retintos en el cielo, que sentimos dentro como una brasa irreductible, algo que sólo sabemos aplacar libando con furor en las refrescantes copas. Vienen luego paseos por el alambre nocturno, arrimos y cucamonas de maestre amatorio, ruidosas murgas de púa y viento, alivio de abanicos y suspiros varios, laberintos bien conocidos por su salida final a gateras.

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