miércoles, 2 de mayo de 2012

Estímulos airosos


Al estimulante deberíamos reprocharle sobre todo que ataca de forma demasiado directa el ánimo. A veces el efecto es tan inmediato que más que estímulo provoca una especie de transfiguración. El apático, bien conocido por su persistente mueca de pesadumbre y abandono, repentinamente se transmuta, como quien amanece en un personaje nuevo. Con esa dosis añadida de entusiasmo se muestra tan encendido como extraño. Se asemeja a quien arrastra ufano un traje nuevo, colorido y enorme, como pesada colgadura sobre sus estrechos y raquíticos hombros. Para qué negarlo, mueve a compasión el entusiasta en ese trance ridículo.

Es verdad que, con mayor o menor frecuencia, casi todos pasamos por esa fase apática, como ocasionales durmientes. Pero ni el grado de anonadamiento es igual para todos, ni lo son los remedios usados para ganar en presencia de ánimo. No sé si la música es más saludable que el puntazo químico. Decir que sólo templa los nervios, mientras que el otro los estimula, tampoco es precisamente dar en el clavo. Nadie puede negar que la música es estimulante. Para transformarla en un estimulante sólo hay que programarla. Cosa distinta parece, pero no menos estimulante, cuando no viene programada, cuando te sale al encuentro como un saludo amistoso o una mañana soleada. Entonces la música regenera.

No es cuestión propiamente de género ni de intérpretes. Cada uno guarda su diapasón en espera, hasta que de repente hay algo que suena, que te remueve, que te despierta. Y volvemos al trance de antes, esta vez a un estado de llamativa ausencia, no sé si exactamente ridículo, pero sí impúdicamente excitados, no con licencia industrial sino angélica. Cuando vuelve del viaje, cada cual lo cuenta a su manera: unos recuerdan cuando se pasearon ebrios de frenética emoción y otros que flotaron poseídos de belleza. Quedan por último los que nada dicen, los que se confiesan mudos con una breve nota, una nota sobre el toque cristalino de una voz, que compite vibrante entre óboes y cuerdas.




Spesso tra vaghe rose de Bajazet, ópera de A. Vivaldi,
Elina Garanca, Europa Galante dir. F. Biondi.


No hay comentarios: