viernes, 25 de mayo de 2012

Recibo una postal


Bosque de coihues en la Reserva natural Siete Tazas (Maule, Chile). Foto: I. Marin
Hay imágenes tan tensas que corren peligro de distorsionarse y desgarrarse por fuerzas internas que a simple vista son difíciles de reconocer. En un bosque, cualquiera de las instantáneas que captemos parece estar bajo esa amenaza recurrente. Cuando uno se pasea por él, tanto da con curiosidad como con reserva, lo hace siempre a sabiendas de que ya nada será igual la siguiente vez. Sabemos que el momento que retenemos, siempre está próximo a desfigurarse, eso sí para renacer. Lejos de devaluar el interés de ese instante congelado, esa precariedad lo refuerza como algo singular, que merece ser conservado como una discreta pero memorable posesión.

A veces esas fuerzas internas no son sino un reflejo sumario del ánimo de quien apuntó, y de ese modo subrayó, un detalle natural que en el fondo está muy vivo en él. El bosque de coihues se muestra casi escandaloso en ese colorido otoñal. Representa la belleza persistente, tan lejana y espléndida como cualquier postal de un país remoto. Pero está también ese ambiente frondoso y asilvestrado. Demasiados resabios acechan cuando algo se ofrece simultáneamente exuberante y caduco. No son peligros inminentes, es la ostentosa cercanía de la confusión lo que puede haber atraído al apuntador. Ha hecho un alto en su recorrido, se siente invadido por una calmante armonía y envuelto en ese laberinto cromático casi se olvida de que le toca ahora buscar el camino que lo ha conducido hasta ahí.


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