martes, 29 de mayo de 2012

Como lluvia ácida


Me he venido a refugiar por un rato en Brassens, porque no he encontrado nada mejor hoy para espantar toda esa mugre financiera que amenaza con devorarnos. Le he ido dando aire a su repertorio de canciones, algunas de ellas ya viejas, y al final creo que me he quedado algo recompuesto, hasta con media sonrisa. Es un extraño trueque este al que acudimos con nuestra amargura y de cuyo reflejo sarcástico extraemos con la música algún estímulo. Ha pasado el tiempo, la verdad; no tanto nuestros usos y maneras. Siguen igual los plazos que la vida marca, las edades en que esos usos acaban en rutina. El que parece no pasar, sin embargo, es George Brassens.

No sé con qué entendimiento oí por primera vez, en su tiempo allá por los 70, lo que cuenta el Boulevard du temps qui passe. Quizá cuando la escuché me tuve por uno de los jóvenes que invadían ese boulevard. Hoy lo veo desde la otra punta y sólo puedo imaginarme como uno de esos paseantes que cada vez entiende menos lo que está pasando, o que no aceptan que su tiempo ha pasado. Un regusto parecido me han traído después aquellos versos de ácida ternura que entona en Je me suis fait tout petit. Del espacio público perdido me he venido a un mundo privado, devaluado y forzado, donde el amor aún se cultiva, pero sometido por los años al ajuste, a la búsqueda de nuevas escalas y distancias. Con esa nueva perspectiva, que ya es hoy la nuestra, si entiendo bien a Brassens, el amante en ejercicio sólo puede eludir la resignación dando a su papel un aire entre cómico y heroico. Aunque para heroico y resignado ninguno como el labrador de Pauvre Martin. Una epopeya sufrida y silenciosa para la que ha bastado el canto sencillo. Si raro es rendir homenaje con esa llaneza, más raro aún resulta escuchar entre nosotros semejante reconocimiento. Al fin y al cabo es sólo un labriego, de esos cuya perseverancia y apego a la tierra hemos decidido presentar en las escuelas como manías de paleto y querido aprovechar como material burdo para llenar la escena bufa.

Después de todo ese repaso, de mi refugio casual en la entraña de aquel tiempo de juventud, me sorprendo un poco embarazado de llegar tan tarde a una sensación tan extendida, al haber descubierto algo de intemporal e imperecedero en aquellos viejos sentimientos. Tuvo su magia quien logró expresarlos de modo que nunca perdieran del todo su frescura. Gracias a sus soplos conseguimos reanimarnos al pasar por los sórdidos y asfixiantes rellanos de esta escalera inmunda. Del mago habría que decir que también estuvo, valga la ofensa, tocado por la divina gracia en aquel guiño mordaz, y teológico, con el que abría su testamento musical:

Je serai triste comme un saule           Yo estaré triste como un sauce
Quand le Dieu qui partout me suit      cuando el Dios que me sigue a
                                                                                 [todas partes
Me dira, la main sur l'épaule :            me diga, la mano en el hombro:
"Va-t'en voir là-haut si j'y suis."          "Vete a ver si estoy allá arriba"





Je me suis fait tout petit, G. Brassens, del album del mismo nombre (1956).

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