jueves, 24 de mayo de 2012

Meandros financieros


Frente a la ley de acumulación del capital enunciada por Marx en 1867 debería imponerse, por principio legal en este caso, la obligatoria trazabilidad del capital. Me refiero, quizá ingenuamente, a la posibilidad de saber de forma inmediata cuál es el destino y por qué canales circula en cada momento el dinero. Algo a lo que en otros órdenes no monetarios se aplican los gobiernos sin complejos y con denuedo. En líneas generales se trataría de ver claramente dónde el flujo de capital se retiene, dónde se estanca, dónde se acelera y se producen rápidos y corrientes vivas con manifiesto aprovechamiento, dónde y cuánto riega, y dónde finalmente desagua.

Antes hubiera bastado con marcar ciertos lotes de papel moneda con una huella informática y seguirle el rastro mientras circula. Hoy esta propuesta representaría la parte menos significativa y disuasoria del trazado de capitales. Donde es preciso actuar es en otro tipo de unidades de valor mucho menos transparentes. Si éstas se identificaran debidamente cualquier propietario podría comprobar con sorpresa que son prestadas, por el módico beneficio que fijan los intermediarios, para gastos improcedentes, para pagos opacos, para apuestas ventajistas o incluso para asuntos criminales. Aunque de forma aleatoria, sabríamos que mientras algunas sirven para pagar el mobiliario de una escuela, otras están siendo utilizadas en actividades que a plena luz resultarían socialmente injustificables. Si esa trazabilidad se completa con una garantía jurídica para la reversión del capital, la multa podría ser inmediata e infligida directamente por el prestamista. Nadie podría alegar no reconocerse, haciendo como ahora doble juego tras la pantalla financiera, como causa concurrente de acciones que por otro lado manifiesta no aprobar ni soportar. Hacer públicas mediante la trazabilidad las responsabilidades personales e informar de los beneficios recibidos, con su calificación social tanto moral como solidaria, favorecería la transparencia de las cifras, y también de los comportamientos y actitudes. Y en ese marco visible de responsabilidades, donde nadie podría ocultarse, recobraría su importancia la política.


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