sábado, 5 de mayo de 2012

El creador de problemas


Literatura ignorada, menospreciada y poco tentadora, no del todo humilde y menos aún ligera, curiosamente evasiva y con larga historia, la que se ofrece en esos enunciados imperativos tan habituales en los problemas. Entre su repertorio se cuentan las viejas propuestas geométricas como «dados dos lados de..., construye...», junto a otras hijas de la vida misma como «supongamos tres palancas y un único operario..., ¿cuándo y dónde conseguirán...?» o trampas insidiosas y abstractas como «de tantos salen cuantos y de cuantos tantos, ¿qué dirías, si sabes o puedes, de tantos y cuantos?». Todos los autores que han contribuido a la metódica difusión de este género literario saben, bien a su pesar, que, por brillante que sea su obra, vivirán prácticamente a perpetuidad en el anonimato. Hay sonoras excepciones, generalmente entre las conjeturas, donde alguien, que podría ser Fermat, Poincaré u otro retorcido monstruo, se ha desentendido de su tarea y ha dejado la solución en manos de sus seguidores. Lo cierto es que casi nadie conoce los nombres de Andrew Wiles o Grigori Perelman, pese a haber sido ellos los que acabaron con las conjeturas.

Desde Edipo por lo menos, es bastante más común que el autor de un enigma se desvanezca frente a la solución y que, si se le rescata del anonimato, luzca como segundón y telonero ante el resolutor, investido a los efectos como el fabuloso vencedor del dragón. De un dragón que él ha creado con mimo, porque los dragones, para quien no lo sepa, no nacen solos, hay que crearlos y a veces criarlos, sin que nadie quiera atribuir a esto ningún mérito. Alguien pensó hace mucho, por ejemplo, que su dragón podría tener alas para que el daño fuera pasajero y que debería echar fuego para que su furia arrasara. No basta con lanzar al brillante paladín contra un monigote de trapo o contra un fantasma invisible. Medirse con un auténtico problema no es muy diferente a enfrentarse a un dragón, pero como decía antes, mientras que el colorido va con el paladín, el fuego que ilumina la escena lo pone el dragón.

Hay también excepciones, dragones en verdad fastuosos, mucho más populares que aquellas conjeturas algebraicas. Los más celebrados son los músicos que retan con dificultades y alardes portentosos a los intérpretes de violín, de piano o de pandereta. Todo el mundo aprecia esos retos como obras maestras. Sin embargo, cuando un modesto matemático propone estirar un modelo estructural para ver si sus propiedades se mantienen, no parece plantear un desafío, sino que muchos ven a sus resignados aprendices como si marcharan hacia el potro para ser sometidos a tormento. Para quienes no valoran la estética del reto, el problema en su enunciado carece de literatura, porque nunca podrá haber en él épica y menos aún lírica. Más difícil resulta arrebatar a un enunciado, a pesar de su fría sencillez, su punto de tensión dramática, con los paladines esperando resolver brillantemente la tarea, aunque con argumento no siempre descifrable y una suerte a veces adversa.


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