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Tarzán, por Harold Foster |
Llegaron arcángeles nómadas que sin mejor tino ni oficio se asilvestraron; luego travestidos de humanoides se entregaron a segar cabezas díscolas.
De espinas armaron sus escudos y por detrás colocaron a los augures para que la sangre derramada ahuyentara entre conjuros cualquier signo de gloria menor.
Mientras vivían para el héroe, las aladas sombras hacían eco y se decían amigas, hasta que la tiniebla se extendió, todo se marchitó y el bosque entero calló.
Un grito despertó a la selva de su letargo, luego se oyeron las trompetas arremetiendo tormentosas y al final, bajo el diluvio, vimos desfilar temblorosos a los fieles.
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