jueves, 27 de diciembre de 2012

Día de gloria


Miraba sin salir de su asombro. Miraba una y otra vez para comprobar los detalles. Miraba sosteniendo fijamente su mentón, con su brazo izquierdo cruzado oprimiéndole el pecho. Miraba desasosegado a un lado y a otro, de vez en cuando a su colega con extrañeza, hasta que se dió la vuelta completamente desolado haciendo un gesto de renuncia. Su compañero se aprestó a darle una palmada en el hombro para consolarle: «¿Crees tú que es normal que alguien se ponga así por un triste teorema?». No hubo alivio, no parecía que fuera para él banal y no prosperó demasiado esa llamada al desenfado. Como un sonámbulo dio un par de pasos en la tarima intentando una discreta retirada. Fue entonces cuando en la pizarra pudo verse, bajo el inequívoco título de Contraejemplo, todo un enjambre de enmarañadas fórmulas entre las que resaltaba una más sencilla, metida en un recuadro. A su lado, con aire cínico y tiza en mano, su discípulo aventajado contemplaba la escena junto a la mesa, intentando mantenerse ausente, como quien mira sus notas, pero muy consciente de su victoria.

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