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Ex libris por Frank Ritter |
Con este guion los merodeos por las librerías, antes tan estimulantes, han pasado a convertirse en una auténtica odisea, aunque sólo sea porque nada más entrar en ellas uno se siente arrastrado por ese canto de sirenas. Del eco de un libro, cuando es mudo e indescifrable, sale uno normalmente cariacontecido, pasada la docena de libros aquel agradable murmullo de entrada en el que se confunden sus ecos se convierte en un tremendo griterío que nos hace huir amedrentados y llevados por el diablo de nuestra necedad. Fuera cunde la vergüenza y el desentendimiento, la urgente sensación de que para lo sucesivo hay que evitar esa trampa y nos alivia pensar que nadie puede seguir con la cabeza erguida, mínimamente lúcido, si decide atravesar de punta a cabo esa monstruosa corriente de papel. Con todo, al paso por la siguiente estación librera, las insinuaciones se repiten, los cánticos insistentes nunca cesan hasta que nos dejamos llevar de nuevo al redil. A poco leído que seas, entendiendo por leído lo que tu honra mejor estime, no podrás permanecer del todo insensible a esos autores noveles en los que dicen que se anuncia ya otra cultura, a aquellos clásicos que un día decidiste aparcar y que tantas veces citas, a las obras de referencia imprescindible para darle cuerpo y buen gusto a la salsa de tu propia olla, a lo último en poesía o lo de siempre en prosa, a esa lectura que tan honda y duradera huella dejó en aquel a quien tu más admiras. Luego están las recomendaciones ineludibles, los amigos generalmente sabios, las obras de culto y hasta el alegre color de los anuncios. En fin, todo lo que se te ofrece como un sendero inteligente para llegar a ser culto. Si renuncias, algo dentro te dirá que no ha sido muy inteligente tu decisión, y no solo por lo que haces, sino por lo que lees y escribes, sobre todo si sigues a todo esto sin sentirte verdaderamente culto, o no lo bastante culto. La visita al gremio de libreros debería espabilarte y tienes que aceptar sin excusa que si vas para ilustrado estás haciendo el ridículo. No tienes más que mirarte: atrincherado en tus libros de siempre, escribiendo un poco al galope sin mirar demasiado a tu alrededor, porque temes descubrir que lo tuyo poco vale, que vas en una dirección contraria a la moda, preso de un estilo que nadie más que tu puede seguir. Si te empeñas en lo que ya no se lleva e insistes en beber de fuentes ya muy estancadas, no de un día para otro pero sí con el tiempo, dejarás de expresarte en nombre de este mundo. Y lo peor es que nada de eso se percibe con claridad, llegado el momento sólo el cruel canto de esas sirenas que se sientan en los estantes de las librerías llegará nítido a tus oídos.
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