lunes, 10 de diciembre de 2012

El mundo en el catálogo


Abro un viejo catálogo de libros, son libros de bolsillo de los años 60 y 70, un material definitivamente pasado de moda, como de otros tiempos. Sorprenden algunos de los títulos que se ofrecían, pero sorprende aún más la insistencia con que en ellos aparecen palabras como introducción. Hay ahí introducciones para casi cualquier tema, como si el lector medio partiera en conocimientos de cero. Las hay en gran abundancia de economía, que si capitalista, que si socialista, que si de la España medieval, que si de la Sicilia normanda. Pero tampoco es el único tema, ya digo que hay un amplio abanico de introducciones con las que se puede estudiar desde el sistema de producción asiática a la ecología de los crustáceos pasando por la poesía china y el Africa Occidental francesa, sin olvidar, claro está la filosofía, toda la gama de filosofías.

Indudablemente la palabra introducción tenía su gancho, sonaba a invitación para legos, para curiosos, para entusiastas, para hambrientos en aquel erial. Vivíamos en esa onda, porque dependíamos de ese tipo de fuentes para intentar contemplar el mundo e imaginar uno nuevo con un mínimo de conocimiento. Hoy las introducciones se han convertido en cursos en las universidades, ofrecidos en muchos casos por aquellos lectores de introducciones de entonces. En otros muchos casos se han visto sustituidas por las austeras páginas de la Wikipaedia. Cualquiera puede suponer que, con ese giro hacia las materias normadas o la cultura digital, lo que ahora se ofrece no tiene desde luego el mismo aliciente que aquellas lecturas. Yo hablaba de entusiastas, a diferencia del ambiente previsible y gris que preside normalmente los cursos universitarios. De las enciclopedias y su apoyo anónimo y puntual frente a la fría pantalla digital no creo que haya mucho que decir.

No está claro, viendo por donde van las cosas del mundo, que hayamos sacado mucho provecho de aquellas introducciones. Por lo menos no más allá de los cursos magistrales que impartimos, de los cursos y de nuestro vano intento por alcanzar un mundo mejor. Pero nadie puede negarnos algún conocimiento, y de tenerlo es porque alguna vez fuimos lectores, diría que apasionados, de aquellos libritos. Entrábamos como exploradores en toda clase de temas, normalmente leyendo como de puntillas obras muy por encima de nuestras discretas posibilidades intelectuales, a base de lecturas parciales, sesgadas y a veces fragmentarias, que contrastábamos con nuestros iguales en discusiones a deshoras, siempre animadas e inacabables. De muchas cosas sé poco más de lo que aquellas introducciones me dejaron, en otras creo haber progresado un poco más, pero sólo
por oficio. A algunas obras llegué intentando emular a otros que se había atrevido con ellas, sin mediar demasiado cálculo sobre sus dificultades. En la mayoría de los casos, una curiosidad impulsiva, alimentada por noticias y referencias, nos guiaba en nuestras pesquisas para localizar el libro. La tarea podía llegar a ser laboriosa, hurgando a veces en los rincones de la trastienda de ciertas librerías. De ahí el libro pasaba, una vez leído, a un circuito de lectura formado por un amplio círculo de lectores amigos y abastecido por un catálogo enciclopédico mutuamente compartido.

En aquel ambiente vi cómo algunos entraban en la psicología de la mano de Freud para acabar llegando a Lacan y a otras honduras. A otros les daba por Brecht y Stanislawski, o por gentes de las que ya nadie habla como Antonin Artaud o Peter Weiss. Hizo furor, por ejemplo, El hombre unidimensional de Marcuse, aunque no sé cuantos lo acabaron de leer realmente. Y lo mismo por lo que se refiere a Althusser, por no hablar de Marx y Engels, respetados hasta la veneración pero apenas leídos. Había editoriales imposibles como Ruedo Ibérico, libros míticos como Rayuela de Cortázar, libros obligados como El laberinto español de Brenan, todo podía caber en esa ansia incorregible de lecturas. El catálogo de libros que tengo entre manos viene a ser como uno de los mapas de aquel territorio lejano y, continuando con el símil, podríamos imaginar como puertos de acceso las múltiples introducciones. Fuera por esas o por otras puertas, conseguimos finalmente entrar a aquel mundo, aunque un poco desarrapados, como aventureros, y lo cierto es que acabó siendo más grande de lo que nunca imaginamos. Ahora que lo habitamos, podemos afirmar que es también más laberíntico de lo que nos anunciaban aquellas introducciones que leímos como entrada. He recorrido parte de ese territorio y no puedo decir a estas alturas que me guste. Por eso ha llegado quizá el momento de volver al catálogo de libros y rebuscar entre los títulos para encontrar alguno que vaya en dirección contraria a la introducción, de esos que hablan de despegue, de evacuación, de salida.


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