domingo, 23 de diciembre de 2012

El secreto de Girizu


Avistando amenazas por el Norte
Es difícil de explicar que, después de subir hasta lo más alto de una montaña, nos encontremos en los venteados pastos cimeros con un extraño pozo circular, como de un metro de diámetro, de paredes bien cementadas en las que se incrustan, a modo de escala, unas oxidadas barras de hierro. La profundidad, sin embargo, parece escasa: me introduzco y la hierba del prado me queda justo a la altura del pecho. El fondo está lleno de tierra y hojarasca, pero no parece muy sólido. Si no fuera porque estoy perdido entre cumbres, pensaría que estoy pisando algún escotillón y que alguien ha excavado aquí debajo una galería. Aunque la obra parece hecha con algún propósito, me cuesta creer que, con el cielo casi tocando nuestras cabezas, tenga que ser precisamente aquí donde se abre una pequeña puerta al mundo subterráneo. Como propuesta misteriosa tiene su atractivo, pero si miro al prado que nos rodea veo más cagadas de oveja que ruinas olvidadas u otro tema de cuento. Además los cuentos, que son las guías más fiables en estos casos, suelen situar estas entradas en profundas cavidades de la montaña, cerradas por una vegetación inextricable y guarecidas por alguna bestia furiosa y celosa de su oficio. Con los pobres indicios que observo en superficie, no diría yo que el ambiente tiene algo de mágico, no al menos como para llegar a imaginarme una montaña minada, repleta de amplias salas, con largos pasillos, flanqueados por innumerables portones e iluminados por siniestras antorchas. Aún así, estas calenturas mentales hubieran podido pasar de hipótesis fantásticas y prosperar en un mito como el de Alicia o Barbazul, si no hubiera descubierto cien metros más allá otro pozo similar. Hecho ya a la sorpresa y alejado definitivamente de fantasías, llega el momento de hacer suposiciones más serias. La cima, con el hito que la corona, debe servir de culmen a una bóveda bajo la cual se encuentra una espaciosa sala de amplias dimensiones. Teniendo en cuenta las vistas que desde aquí se nos ofrecen sobre los valles de ambas vertientes, es probable que debajo de nuestros pies tengamos el centro de operaciones que algún estratega imaginó para hacer frente a embestidas bélicas aliadas más o menos fabulosas. Se sabe que la zona está atravesada por una línea de fortificaciones y que el collado de Ibañeta al que conduce la ladera es travesía antigua en el Pirineo desde los tiempos de Antonino y los vascones y paso luego de monjes y peregrinos. Más difícil era suponer que detrás de los pozos, en esta atalaya de Girizu, puede seguir escondida una estancia con su completo despliegue de mesas, teléfonos, mapas y prismáticos, y quizá hasta con su arsenal. Estoy convencido también de que entre las hayas de sus laderas es aún posible encontrar otras entradas, probablemente a recintos menos suntuosos que atraviesan la montaña formando una intrincada red disuasoria. En plena excursión mañanera estas sorpresas telúricas siempre fascinan, más por lo que prometen a la imaginación que por lo que al final sale a la luz. ¿Quién hubiera podido, si no, imaginar una cámara blindada en la cima de un monte y apostada ahí como un permanente y callado vigía? Según dicen los informes, el recinto lleva ya herméticamente cerrado y oculto unos sesenta años, sin misión que cumplir y abandonado. Pero nadie puede asegurar, conociendo la larga historia del lugar, que el día menos pensado no despierte en él de su letargo como un dudoso espectro entre brezos y nieblas, apuntando con su infernal artillería, el genio marcial que presumiblemente lo habita.

No hay comentarios: