jueves, 31 de enero de 2013

Por lógica nada cae, se sostiene


Nadie puede esperar que la lógica, por fulminante que sea el discurso, por poderoso que sea el tribunal, acabe con las redes de connivencia tejidas en torno a quien más manda, redes destinadas a mantener a flote todo el tinglado legal que le sostiene. La intuición de que esa red está en el aire para recoger en su provecho, de que no hay fundamento sólido que ampare lo que es de todos, servirá como corazonada no como argumento, por lo que sólo queda zarandearla para comprobar qué queda ahí de lo nuestro. Cuesta creer que haya en los códigos legales recovecos suficientes como para acoger a ejércitos enteros de intérpretes del jurismo y aún más que estos dediquen noches y noches a buscar en los extensos articulados razones jurídicas que vistan con rigor lógico lo insoportable. Nadie se extraña ya de oírlos revolotear a su alrededor, pero atacados de buena fe nos resistimos a suponer que somos simple carnaza democrática, presta a satisfacer el apetito insaciable de estas alimañas. Pese a todo, creemos en el peso de la ley, en la coherencia del sistema, en su lógica institucional, porque se nos ha declarado sus valedores, siempre con nuestro voto en la mano. Pero la ingenuidad parece haber tocado techo, y a nadie se le ocurre ya salir a la calle para gritar «¡que alguien nos defienda!». Seguro que ese «alguien» contaría con nuestro apoyo, que la razón justiciera le asistiría, sí claro, pero ¿dónde está? ¿dónde se ha metido? Cuando contemplo el panorama, copado por esa estúpida y teatral batalla entre quienes apuñalan en público la verdad y quienes se escandalizan mientras la entierran, me pregunto qué papel puede jugar en esa trifulca de tahúres el interés público, qué queda en sus discursos de la sutil lógica, de las palabras precisas que la avalan, de su ilación implacable, de sus exigentes definiciones. Y concluyo: De poco vale esa lógica ante el devenir de los hechos, la lógica nunca desencadena finales. Cuando el final sobreviene, la lógica se limita a lo sumo a ponerle correcto y cabal colofón al discurso declarándolo contradictorio. Al poco tiempo y aupado por esa conclusión funeraria, el poder reaparece y teje con ella, que tanto entiende de sensateces, un nuevo amparo, una nueva red que reemplaza lo que la fuerza desatada ha sacudido y desmontado. En público el cambio se da por justo y bueno, pero en privado no tarda la lógica en aconsejar orden y también en declarar absurdas las razones que se han esgrimido para actuar en justicia.

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