domingo, 20 de enero de 2013

Llega Mega



Si es verdad que este hombre quiere vendernos algo, con semejante puesta en escena, a ver quién sabe qué es. Pero dejando esta cuestión aparte, no hay más que echar una ojeada a la foto para comprobar que se busca un mensaje contundente, fumigando aires de embrujo, como de autoridad imbatible, con el fin de subrayar la presencia de un auténtico líder. Ver nacer una estrella es un momento siempre emocionante, mucho más que ver nacer una simple empresa. Convertir la vida en una empresa es una opción personal, que empieza con un acto de fe, que necesita ser compartida para ser comercialmente visible. No es, pues, de extrañar que ese encuadre, iluminado desde el fondo por la voluntad de poder, evoque las liturgias paganas de culto personal impuestas por los regímenes autoritarios. La vista no consigue hacerlo todo, falta evidentemente algún refrito épico-musical, el cegador juego de luces pirotécnicas y por encima de todo la entrada en escena de los figurantes. Pero, a pesar de todo, con lo que nos llega en el escueto fotograma tenemos más que suficiente.

Yendo de arriba a abajo, destaca la buscada coincidencia entre el MEGA del rótulo y el apantallado y descomunal busto de Kim Dotcom, coincidencia repetida un poco más abajo con el mismo nombre y el mismo hombre, pero a una escala más cercana, humana y natural. Si habla, lo hará por partida doble, como uno más abajo y como lo más arriba, para que el mensaje cale bien hondo. En realidad la propuesta quiere ser tan evidente que la mayoría la tenemos por vista, por escasamente original. Esa insistencia estratégica por aunar héroe y marca como santo y seña del producto en promoción, nos lleva directamente a evaluar, sin demasiadas ironías, la megalomanía del sujeto. Si continuamos el descenso, veremos aún mejor el esfuerzo de aproximación ensayado. A qué viene si no la sobreimpresión originada en esa olímpica y nebulosa pantalla de fondo, donde pasa a asomarse el recio busto del genio recortado sobre un brillante horizonte, imagen que se materializa finalmente en esa mesa unipresidencial, firme pedestal del egregio emprendedor. Desde el cielo se hace llegar al hombre ante nosotros y desde ahí, desde donde pone MEGA, nos ofrece su confianza y sus servicios, por un módico precio. Francamente, habiendo confianza, las palabras en este contrato sobran.

Luego se abre paso con descaro la publicidad, formando cartel con seis rollizas y aguerridas mozas. Su misión no parece otra que afianzar la imagen de marca, sembrando a partes iguales seducción y respeto, avivando hacia el producto un afán posesivo al tiempo que se celebra el afán luchador de su promotor. El no es Hércules, desde luego, pero ellas distan mucho de parecer un colegio de sacerdotisas inabordables. Hay en su ademán un gesto fiero, que a unos parecerá de lealtad y a otros puro oficio. Con todas las reservas que se quieran, tienen la arrogancia propia de una guardia de corps, cabiendo aquí no obstante la duda de si bastarán seis para guardar semejante corps. Para la parte contratante debe ser tranquilizador verse arropada por esa muralla disuasoria de cuerpos bien entrenados y marciales, con el uniforme verde ciruela y la boina color berenjena, con los brazos metidos en jarras, alzadas sobre puntiagudos tacones y mostrando de muslo para abajo una soberbia musculatura. Quizá se equivoquen quienes las vean como torneados balaustres de una monumental balconada a la que el supremo jefe se asoma al acabar la tarde. Equivocados o no, ¿sabemos por fin qué era lo que éste vendía?


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