martes, 22 de enero de 2013

Sabedores y sabios


Creo que fue Peter Handke quien dejó el siguiente aviso a alguno que se las daba de maestro: «No me importunes con tu saber, yo no he dicho que quisiera ser tu alumno». Como un maleficiario más de lecciones inoportunas, yo también he soportado sesiones en las que, dándoseme por ignorante, se me anunciaban deslumbrantes despertares. Hacer valer la fe en esas circunstancias, o sea metiendo a la sabiduría de por medio, es un truco torpe y estúpido que a la larga te hace resistente a los aprendizajes. De todos esos intentos, además de la desconfianza, te quedan vagas recetas, compradas a precio de saberes. Saberes frecuentemente malvenidos y adulterados por el protocolo jerárquico que a título de educación suele imponer la casta, casi siempre pertinaz y molesta, de los sabedores. Pero no es eso, afortunadamente, lo único que nos queda. Aunque nada se aprenda, frecuentar la enseñanza aviva una intuición con cuya ayuda pronto distinguimos entre quien es sabedor y quien es sencillamente sabio, una diferencia que acaba por convertirse en el saber más preciado y efectivo.

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