jueves, 10 de enero de 2013

Civilizaciones cercanas


Victor Brauner, Prélude à une civilisation (1954)
The Metropolitan Museum of Art, New York
Al mirar este Prélude à une civilisation de Victor Brauner uno reconoce ciertos restos del primitivismo en auge en su época juvenil así como de su posterior paso por el surrealismo, aunque sea ya palpable una apuesta pictórica distinta, más personal. Sus grandes dimensiones y su formato de retablo urgen a encontrarle alguna significación y, si es posible, a vertebrar todo su contenido en una historia, aunque sea mítica. Para ello el título suele ser el hilo conductor, esa es la lección aprendida en cuadros clásicos como los del Bosco. En ellos, afortunadamente, los múltiples coros de figurantes simbólicos no llegan a comprometer y fragmentar el motivo escatológico, algo que aquí no se da, porque ese motivo, del que no tenemos más indicio que el título, propiamente no existe. Ahora bien, aun a falta de unidad temática y hasta de tema, nadie le puede negar a la obra cierta unidad de estilo y de diseño simbólico.

Carentes por sí mismos de significado, los símbolos reunidos en este conjunto consiguen ganar cierto relieve gracias a su parentesco formal. De hecho está cargado de formas reconocibles (hombres, animales y plantas), figuraciones cromáticas y cierto equilibrio compositivo, aunque más que a una presunta civilización, como señala el título, todo apunta a un ensayo sobre variaciones pictográficas de la misma mano. Esto no es mucho decir, teniendo en cuenta que todos los pictogramas van sobre el mismo soporte y aparecen englobados en una enigmática figura equinomorfa. A falta, pues, de un claro punto de partida podríamos empezar por ahí, por ese caballo blanco en cuyo interior está guardado todo ese conjunto de claves menores. A mí, de entrada, con ese vientre tan poblado de imágenes, me viene a la cabeza el caballo de Troya. Sabemos que los grafismos juegan siempre a liberar su proyección simbólica y a través de ella nos invitan a recrear mundos en los que su significación sea evidente. Contando con ello, uno es libre de imaginar estas variaciones gráficas como un lenguaje secreto, emboscado en las entrañas de ese caballo troyano, cuyo triunfo y desarrollo está por venir. Pero, aunque las semillas lingüísticas que transporta quieran anunciar civilizaciones, ateniéndonos al título del cuadro, la propuesta sigue siendo tan inútil y gratuita como cualquier otra, digo de cara a perfilar conocimiento, a inferir algún futuro para ese preludio.

Por otro lado, es obvio que entre los elementos que se exponen no existe ninguna articulación explícita: no hay secuenciación, no existe ligazón, no hay enlace gráfico que explique la ordenación mostrada. No hay más lógica que la del formalismo expresivo, que aquella que ha guiado en definitiva la mano del artista. Por no haber, no hay tampoco ningún espíritu coral, nada que acuerde una sintonía en común, porque cada figura parece tener voz propia. En el caso de las antropomorfas, aun sin hablar de significados, sí podemos hablar de ciertas alusiones a la maternidad o a la milicia. En las zoomorfas, ni eso, todo resulta más gratuito, enigmático y abierto. Seguramente en los animales subsiste cierto tono emblemático, manifiesto en esa preferencia por lobos y caballos. Más complejo aún es el repertorio de peces y aves fantásticas, y más seriadas o decorativas esas arborescencias esquemáticas de relleno. No creo, sin embargo, que podamos despegar ese mundo del medio en que nos movemos. Esa nueva civilización más parece una alusión a la matriz de la que surge, una alusión inspirada en un nuevo modo de hacer figurar lo que conocemos, que algo por conocer y realmente nuevo. A partir de ahí todo, o el cuadro como un todo, puede ser presentado como un ejercicio plástico cargado de malévola ingenuidad o como una opaca hazaña jeroglífica. Las reminiscencias que provoca son bastante libres, pueden ser escogidas entre culturas sofisticadas o primitivas, lo que da una idea del amplísimo ámbito por el que el intérprete peregrina. Alguien comentaba a propósito de este cuadro que sin argumentos para crear significados sólo nos queda el misterio y que para el autor quizá esa ha sido su única pretensión, su mayor apuesta, su inocente juego.


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