viernes, 18 de enero de 2013

Timbales y clarines



Tiene la trompeta dos versiones, la básica sin sordina y la trompeta con sordina. Cuántas veces yo quisiera, metido a explotar mi veta musical, que el toque me saliera espontáneo y a la vez leve y bien templado, con sordina, y sin embargo, resuena estridente como un cornetín de órdenes tocando a botasilla, o parece una de esas fanfarrias retóricas, de las que sonaban en el patíbulo a la llegada del verdugo. Ya se ve que de mi veta arranca más bien ese empeño trastornado, que propende con facilidad al grito, a congregar tropa, a pedir cuentas sin demasiada música. Ser sincero, hablar de corazón, seguir su ritmo pausado, poner cierta melodía en las declaraciones alejándolas de la farsa requiere sordina, pero si en cuanto hablamos nos extraviamos por el bosque de las grandes palabras, cualquier verdad, aunque sea una confidencia íntima, acaba surgiendo distorsionada, teatral, hueca. Tan alto hago sonar la trompeta que las ideas se me alborotan y me retumban dentro como en una caja vacía. Y así es como aparecen los timbales, que aún faltaban, para acompañar a mi clarín en su chirriante tesitura.

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