domingo, 6 de enero de 2013

Polémicas medio vivas


El crítico R. F. Leavis
No es fácil saber —con él nunca lo es— si Mario Vargas nos trasladaba las tesis de F. R. Leavis o las suyas propias, cuando escribía allá por 1992, hace pues unos 20 años, un artículo para El País acerca de la polémica suscitada por Leavis en su acalorada respuesta a C. P. Snow y su famosa conferencia Las dos culturas, a saber la científica y la literaria. Avanzando hacia el final, y en aparente línea con Leavis, Vargas apuntaba entre los fines de la Universidad los siguientes:
«...la Universidad sería un recinto imperturbable a la solicitación de lo inmediato y lo pragmático, una permanencia espiritual dentro de la contingencia histórica, una institución entregada a la preservación y continuación de cierto saber, inútil desde una perspectiva funcional, pero vivificador y unificador de todos los otros conocimientos en el largo plazo y sustento de una espiritualidad sin la cual, a merced únicamente de la ciencia y la técnica, la sociedad se precipitaría tarde o temprano en actualizadas formas de barbarie».
A merced de esa ola retórica, las palabras de Vargas parecen cabalgar sobre las tesis de Leavis para desde allí arriba formular él su dolida queja por el continuado desaire impuesto al sector literario. Nada sobre la cultura científica, nada sobre disciplinariedad o interdisciplinaridad, nada sobre los del otro lado, los científicos, nada sobre esas actualizadas formas de barbarie. Ni el más mínimo arranque de autocrítica sobre el histórico abuso teológico, sobre el aplauso a las sentencias miríficas o sobre la venta literaria de los hallazgos científicos. Difícil, decía, conocer su opinión, asido con fuerza a la mano del audaz polemista. Y sin embargo, aún sería más difícil, conociendo cuál ha sido después de estos años el caballo ganador y la trayectoria del escritor, saber cuál pueda ser hoy en día la opinión —no necesariamente la verdadera, sino la publicable— del muy ilustre Vargas sobre este crucial asunto. No lo veo de paladín de la técnica, pero es un hombre de oficio, un abogado literario que, no en vano, consigue siempre, y así lo vemos últimamente, dar margen con su verbo a lo impresentable.


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