sábado, 12 de enero de 2013

Jugando a muñecos



Esta ricura responde al nombre de Diego y no es un muñeco más en venta, sino otra cosa que han dado en llamar bebé-robot. De él extraña ante todo su voluminosa cabeza, que da a su cara y a sus gestos dimensiones desproporcionadas y cómicas. Sus progenitores del Institute for neural computation de la Universidad de San Diego nos cuentan que el entrañable artefacto anda todavía algo corto de palabras, pero que aun así se le coge cariño. Y es que, además de emocionarse con prontitud, consigue hacerlo, según dicen, en una variada gama de hasta 1000 emociones distintas. Gracias a la incorporación de sonido podemos decir que está dotado de cierta expresión. Al parecer el berreo básico lo tiene asumido como respuesta nativa e inmediata, pero combinando los emofonemas registrados en su memoria interna se puede lograr que el niño ladre y hasta que barrite o croe con absoluta naturalidad. Sin embargo, su más alta performancia la alcanza mediante una amplia flexibilidad del registro facial, que puede ir desde los mimos y mohínes, pasando por muecas despectivas o caras iracundas, hasta un generoso repertorio de miradas, bien sea cínicas, crueles, feroces o simplemente torvas. Su portentoso mecanismo permite también que los toques de ternura, propios de su aspecto infantil, puedan ir engastados, sin reparo funcional alguno, en muecas libidinosas y procaces, ya sean de origen masculino o femenino. Como bien se ve, algunas de las expresiones emocionales logradas en la criatura no parecen obedecer a estados de ánimo normales y, además de resultar extremadamente provocativas, entrañan en el espectador un profundo desasosiego moral. Esto ha hecho que la investigación sobre el bebé-robot haya tomado nuevos derroteros experimentales, alejados esta vez de la técnica. Una de las líneas más prometedoras, por ejemplo, se dirige hacia terapias basadas en la imitación de sus innumerables caras, con las que se pretende fomentar en los rostros más pétreos e inanes cierta capacidad de expresión. Con carácter más teórico, otros investigadores han emprendido la confección de lo que se conoce como el anexo moral. En esta memoria se piensa partir del catálogo de gestos observado en este autómata infantil a fin de fijar para cada uno de ellos la correspondiente calificación canónica y darle una interpretación moral. La intención es regular con buen criterio el afecto o desafecto y crear una respuesta «natural» a esas suertes faciales. Evidentemente para la calificación final de cualquiera de esas caras habrá que valorar la memoria desarrollada por la criatura y el sesgo emocional incorporado al conjugar respuestas y recuerdos. A la larga es más que probable que esta interacción continuada y sesgada vaya depurando las facetas más inquietantes del catálogo y se logre un instrumento corregido y estoico, un compañero emocionalmente equilibrado y sobrio, un ejemplo de control perfecto en el que mirarse, aunque lo que había de niño probablemente se pierda.

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