Mal se puede hablar del tiempo como vivencia —y menos liberadora del presente— si del modo de vivir poco sabemos decir. Vivir sin método concreto, sin hoja de ruta, sin conocimiento preciso, sin guía ni raíles, sin proyecto definido, sin razón clara, sin plazo fijo, sin preparación alguna, sin manual de uso, es vivir frente a lo que salta, o sea vivir como lo hacemos todos: en temible soledad e íntimo desconcierto. Contemplarnos ahí, en medio del tiempo remansado, entre pasado y futuro, no consigue realmente aliviarnos de semejante zozobra, más bien nos instala en nuestra tragedia.
jueves, 24 de enero de 2013
Tiempo de vivir
Mal se puede hablar del tiempo como vivencia —y menos liberadora del presente— si del modo de vivir poco sabemos decir. Vivir sin método concreto, sin hoja de ruta, sin conocimiento preciso, sin guía ni raíles, sin proyecto definido, sin razón clara, sin plazo fijo, sin preparación alguna, sin manual de uso, es vivir frente a lo que salta, o sea vivir como lo hacemos todos: en temible soledad e íntimo desconcierto. Contemplarnos ahí, en medio del tiempo remansado, entre pasado y futuro, no consigue realmente aliviarnos de semejante zozobra, más bien nos instala en nuestra tragedia.
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