martes, 30 de octubre de 2012

El castizo y sus desplantes


En la política capitalina vuelve el casticismo por sus fueros, o mejor por sus desafueros. Es proverbial en el castizo mostrarse poco fecundo en ideas y verse muy facundo en su aburrido ingenio. De este que hablo, cuando lo engancharon para tirar de la carroza, nadie reparó en que era mulo, y ahora bien enjaezado parece sentirse un gallardo jaco. A nadie engaña. Es de esos que busca en seguida con el hocico a cualquiera que le salga al paso. Es jumento tirando a marrullero, no digo indómito sino mal domado y consentido. Muy dado al relincho, todo lo explica con su cerril pentagrama. Con quien lo monta es manso, con quien lo guía a pie cocero. Mal lo tienen si quieren que tire con los demás del carro. Si no lo paran, acabará subiéndose a él. Una representación de los electos, de los que calladamente pagan esos portes, pretende hacerle ver que así va por mal camino, que no se puede ir echando al público a las cunetas, que esa malquerencia ya poco vista es más propia de aquellas acémilas porfiadas de antaño. Ni por esas: «La única aprobación y reprobación que me importa es la de los resultados del sistema». Muy ingenioso lo de mentar el sistema como alfa y omega del nuevo negocio político. Además de intangible, el tinglado al que alude, con sus bienes sistémicos y su consiguiente régimen político, se va haciendo cada día más opaco, más invisible. No sucede lo mismo con sus costosos gravámenes y con sus tristes resultados. En su desplante torero, nadie sabe de qué resultados habla y menos aún qué resultados espera o para qué. Por no saber, no sabemos ni siquiera si formamos parte de su sistema. Algo presentimos, porque algo espera de nosotros sin tenernos en cuenta. Pero sabemos que pagamos, así que debe responder ante contribuyentes y electores de lo que todos vemos. Hay materia ahí como para reprobarle y, mientras no nos lo presente formalmente, mejor será reprobar de paso con él a todo su sistema.

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