viernes, 5 de octubre de 2012

Clarear del día


J. F. Kensett, Lake George (1867)
Metropolitan Museum of Art, New York
Si algo tienes por claro, creerás tenerlo por propio, como si fuera algo tuyo, como una conquista lograda. Es el efecto de la claridad cercana, ese espejismo gracias al cual nos sentimos rodeados de «nuestro» mundo. De esa reconfortante ilusión se sale pronto, en cuanto otro entra en escena y dice ver tan claro como nosotros. Se aprende entonces que para ver claro mejor que acercarse es alejarse y compartir mundo. Es cierto que en esa claridad lejana pierde uno su dominio, pero a cambio, visto en esa luz de fondo, todo adquiere su contorno y se presenta como algo definido. Un gran logro sin duda, porque con una simple referencia a lo que allá ves dejarás claro tu deseo, pese a que nada de lo visto llegará ser tuyo. Ahora bien, si tienes ese deseo por tan claro y propio, sigue el anterior consejo, abre una nueva etapa y vuelve a interponer distancias para verlo en otra claridad más lejana. Buscando en la distancia la claridad definitiva, a ese deseo le irán siguiendo otros, y en la lejanía todos se levantarán como sombras de una realidad cada vez más inasequible y evasiva. Y es ahí, encerrado en ese horizonte de deseo, donde crecerá tu nuevo mundo, un infierno del que seguramente no hubieras querido sentirte dueño.

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