martes, 9 de octubre de 2012

Medirse en años


Los años llegan de uno en uno, tan lentamente que no es fácil saber qué clase de magnitud miden. Entre las más corrientes se manejan las siguientes:

De tiempo: Es la idea más común, solo que al tomar el año, en vez del nanosegundo por ejemplo, acabamos viendo el tiempo de otra manera. Ya sé que elegimos esa medida, dejando a un lado otras, para estimar mejor la duración de nuestra existencia. Pero, si ya abruma un poco cuantificar nuestra existencia, qué decir cuando el orden de magnitud, que retenía al principio días y meses, ve cómo pasan incontables los años. Para colmo, a la cita anual acude un día como el de hoy en que este incómodo hecho se certifica.

De resistencia: Es demasiado fácil concederse los años como mérito en calidad de resistente a envites e inclemencias o como un rango adquirido a base de penas. Estar en lo alto de la escala es prueba indudable de fortaleza, que no es lo mismo que tesón o resistencia. La fortaleza no es fruto de la voluntad, además sigue extraños ciclos a lo largo la vida. Echar mano de los años para ir de duro es ir realmente de memo. Con esos años algunos hasta montan un robusto parapeto de rutinas donde esconder su miedo.

De peso: Todo el mundo tiene la sensación de arrastrar su pasado. Pero ese pasado viaja cómodamente en la memoria. Lo que acumula y arrastra en realidad es desazón por no haber dirigido sus actos a mejor fin. Eso es lo que pesa y, cuando el pasado crece a nuestras espaldas, eso es lo que arrastramos. Más años es más pasado y más pasado parece ser más errores. Pero ver los errores como un peso muerto, como obstáculos plantados ante el «camino correcto», es no entender lo que aprendimos de ellos.

De experiencia: A falta de mejor adorno, se toman los años como un espléndido collar que hace visible el valor de la experiencia. Las cuentas anuales añadidas a esa joya no quieren ser cargas que nos doblen la cerviz sino signos de perpetua riqueza. Una riqueza interior, equiparable al imparable ascenso del número de años. Un lustre exterior que no hace a su portador ni más reconocido ni más consultado. De vez en cuando, como las joyas de la abuela, todo se funde en molde nuevo y ya nadie repara en años ni en conocimiento.

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