lunes, 15 de octubre de 2012

Aprender mucho a decir poco


Escribo a un amigo por su cumpleaños. Nos llevamos unos días. Le comento el empacho que me van produciendo los años, esa sensación de desazón que me reconcome, igual por no verme ya en sazón. Luego paso a hacer el recuento clásico: que si son muchos, que si pocos, suficientes, regular,... en fin, todo ese hilo. Ahí es donde me planto, por no deslizarme cuesta abajo, y trato de levantar el ánimo con «Simplemente seguimos, que no es poco». Ese es el principio de lo que llega cuando te dejas ir. Empieza con un intento de asumir la situación, para no perder suelo: «Es verdad que no llevamos del todo bien los cambios y novedades, que les encontramos el punto patológico y nos da por asustarnos». A continuación, la confesión, donde llamo a aguantar estoica o metódicamente, no sé bien, pero con cierto desapego: «De vez en cuando me digo —y lo hago muy seriamente— que lo importante es aprender a asimilarlos, o sea a hacer carne con ellos». Podría haber dicho igualmente hacer picadillo con esos cambios, o incluso no quedar hecho picadillo, pero no quería ceder al desánimo y salirme por la tangente. Busco entonces hablar un poco más directamente y, en vez de hacerlo, hablo como si hubiera detectado un problema. Y ahí me agarro a lo de aprender y me pongo en plan docto, lo justo, pero con su sintaxis deliberativa y su léxico solvente. Atención: «Claro que lo difícil ahí es eso de aprender. Ya aprendimos, y ¿aprendemos? Igual, en lo de aprender hemos acabado cogiendo en hábitos lo que hemos perdido en destreza». Aún insisto un poco en esto antes de emprender vuelo hacia la metáfora final: «Con las ideas somos todavía curiosos, bastante más que flexibles». Y ahora la metáfora, porque nada hay mejor para bajar del mundo de las ideas sublimes que aterrizar en la naturaleza viva, aunque sea un aterrizaje más bien muelle y entre animales de peluche: «Sí, somos un poco como los gatos viejos, ya sabes, afables, observadores y otro montón de cosas aún peores». En ese cupo incógnito rimaban también registradores o historiadores, pero me vi excesivo en los adjetivos. Comento todo esto no para reprocharme alguna doblez, sino porque al cabo del rato te relees y te ves otro. En traje literato haces normalmente otro personaje de ti. Pero mi intención no era otra que dar un respiro y no atosigar con tópicos. Otra cosa es que uno sepa o no sepa expresarse con llaneza. Visto lo visto, debo aceptarlo: no sé. Donde mejor quedé es en el remate, un instrucción con aires orientalizantes que podría servir de pauta para cualquier edificación personal y que también será útil para acallar esta ya demasiado extensa meditación. A ver, antes del punto final, simplemente le dejé dicho: «Al final es cuestión de irse puliendo».

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