![]() |
El inquisidor Antonio del Corro en mármol |
Lamentablemente, frente a ese espeso muro de silencio no tenemos mucho más que las preguntas, en las que podemos ver reclamos que enviamos como lanzaderas o sondas más allá del lenguaje. Una licencia más, porque ni siquiera deberíamos llamar preguntas a lo que no es probable que tenga respuesta. Y en esa duda, ¿cómo llamar a las solicitudes dirigidas más allá del lenguaje y que por insistentemente fallidas acabamos considerando fundamentales? Si hablo de cuestiones, pronto llegamos a las hipótesis científicas, a las que por muy aceptadas que resulten no podemos tomar necesariamente por fundamentales. Al fin y al cabo, aun sin expresión formal, pertenecen al ámbito de lo más inmediato. En este ámbito las preguntas actúan como percutores en la frontera del lenguaje y desencadenan reacciones expresables, discursos de entendimiento con nuevos conocimientos, en definitiva ciencia, utilidades vitales. Sin embargo, de progresar hacia el interior, a través de ese tramo que se aleja de lo desconocido hacia otras profundidades vagamente sensibles, es difícil adivinar el efecto de lo que aún nos parecen preguntas. Realmente no hay lógica cuando la pregunta no se deja formular sino que se alza como un grito, como no la hay en un gemido ni en un mueca, así que no es previsible un mundo que la comprenda y la responda. No obstante, estas demandas de indefinida lógica pueden levantar ondas de simpatía y convocar sensibilidades. Sería el caso de esa gente que siente algo parecido al aleteo de otros que al unísono con él respiran. Ahora bien, esas mismas demandas pueden levantar en otros ondas de antipatía, rechazo o aversión, así que no deberíamos intentar afinar en el significado de esas mareas emocionales e inefables que se extienden entre las multitudes. Cuesta declarar al amor como una reacción carente de discurso y con escasa respuesta a una interrogación terminante. Al igual que el dolor, la violencia, la compasión y otras instancias, el amor es un ejercicio vital que tiende a ser poco transparente, ya que nadie puede jactarse de conocer realmente los entresijos de ese idioma. Los mismos que tras mucho preguntar fueron reacios a las razones, ven ahora que esas instancias inefables —sólo perceptibles a través de lamentos, enojos, desplantes, miradas y un largo etcétera— concluyen en poco y que apenas les conceden alivio, por lo que deciden continuar hacia lo indescifrable con su interrogatorio. Rebasadas las últimas señas de sensibilidad, lo que querían ser preguntas son ahora exigencias frías y metálicas destinadas a palpar si hay sitio en ese silencio para los cimientos del lenguaje. Nada parece expresarse en esas exigencias, sólo se mantienen vivas y penetrantes a la manera de los cristales, mientras se multiplican. Y así, detrás de las primeras surgen otras nuevas, y después otras y otras, hasta adentrarnos en una realidad estrictamente inmunda, alérgica pues a la expresión mundana. Acumula tantos interrogantes ese territorio asolado por el silencio y propicio al miedo, que quisiera el recurrente inquisidor verlos todos estrellados frente a sí, sobre su horizonte, como si pudiera darle el cielo alguna respuesta. Temerosos de caer en la oscuridad, son muchos los que al igual que él se congregan para seguir intentando abrir el cielo con su ciega inquisición. A estas alturas ya sólo quedan buscando ese más allá junto a él individuos de expresión perdida, escépticos a la ciencia, refractarios a las pasiones, gentes que intentan, más allá de cualquier lengua y avenimiento, ganarse un mundo que les entienda, que les incluya y que les proteja de sí mismos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario