martes, 2 de octubre de 2012

El inquisidor


El inquisidor Antonio del Corro en mármol
Más allá suele significar más allá de la muerte, un más allá que resulta familiar, pero que nunca va más allá del lenguaje, que nunca entra donde las palabras, los gestos, las imágenes se pierden. Nuestro lenguaje no tiene demasiada dificultad para traspasar esa ominosa línea de muerte y levantar mundos más allá, mundos animados por sus espíritus residentes y por los dioses que allí les esperan. De modo que bien puede decirse que más allá de aquel Aqueronte de los clásicos existe un mundo rebosante de palabras, casi un clamor, que esconde una forma de vida singular de la que en nuestras noches más oscuras creemos percibir lejanos ecos. Luego está ese otro más allá, el del lenguaje, el que nos deja mudos y sin expresión alguna. Sin duda este intimida un poco más, no en vano podemos incluso en vida acabar más allá de esa nueva línea, desprovistos de toda expresión y ajenos al mundo. Aparte de silencio, nadie sabe lo que hay en los mundos más allá del lenguaje. Uno sólo llega a imaginar cosas, pero sin demasiadas pretensiones. Puestos a imaginar, pasada esa frontera y ya sin referencias ni expresión, podríamos suponer quizá próximo y esperándonos lo desconocido. Detrás de lo que desconocemos, pero aspiramos a conocer, quedaría lo que por miedo o por respeto hemos declarado inefable, removido por irreferentes como el amor o la locura, cuya sola mención contamina todos los significados hasta sumirnos en la confusión. Vendría por último un mundo indescifrable con todo lo que para nosotros carece de expresión.

Lamentablemente, frente a ese espeso muro de silencio no tenemos mucho más que las preguntas, en las que podemos ver reclamos que enviamos como lanzaderas o sondas más allá del lenguaje. Una licencia más, porque ni siquiera deberíamos llamar preguntas a lo que no es probable que tenga respuesta. Y en esa duda, ¿cómo llamar a las solicitudes dirigidas más allá del lenguaje y que por insistentemente fallidas acabamos considerando fundamentales? Si hablo de cuestiones, pronto llegamos a las hipótesis científicas, a las que por muy aceptadas que resulten no podemos tomar necesariamente por fundamentales. Al fin y al cabo, aun sin expresión formal, pertenecen al ámbito de lo más inmediato. En este ámbito las preguntas actúan como percutores en la frontera del lenguaje y desencadenan reacciones expresables, discursos de entendimiento con nuevos conocimientos, en definitiva ciencia, utilidades vitales. Sin embargo, de progresar hacia el interior, a través de ese tramo que se aleja de lo desconocido hacia otras profundidades vagamente sensibles, es difícil adivinar el efecto de lo que aún nos parecen preguntas. Realmente no hay lógica cuando la pregunta no se deja formular sino que se alza como un grito, como no la hay en un gemido ni en un mueca, así que no es previsible un mundo que la comprenda y la responda. No obstante, estas demandas de indefinida lógica pueden levantar ondas de simpatía y convocar sensibilidades. Sería el caso de esa gente que siente algo parecido al aleteo de otros que al unísono con él respiran. Ahora bien, esas mismas demandas pueden levantar en otros ondas de antipatía, rechazo o aversión, así que no deberíamos intentar afinar en el significado de esas mareas emocionales e inefables que se extienden entre las multitudes. Cuesta declarar al amor como una reacción carente de discurso y con escasa respuesta a una interrogación terminante. Al igual que el dolor, la violencia, la compasión y otras instancias, el amor es un ejercicio vital que tiende a ser poco transparente, ya que nadie puede jactarse de conocer realmente los entresijos de ese idioma. Los mismos que tras mucho preguntar fueron reacios a las razones, ven ahora que esas instancias inefables —sólo perceptibles a través de lamentos, enojos, desplantes, miradas y un largo etcétera— concluyen en poco y que apenas les conceden alivio, por lo que deciden continuar hacia lo indescifrable con su interrogatorio. Rebasadas las últimas señas de sensibilidad, lo que querían ser preguntas son ahora exigencias frías y metálicas destinadas a palpar si hay sitio en ese silencio para los cimientos del lenguaje. Nada parece expresarse en esas exigencias, sólo se mantienen vivas y penetrantes a la manera de los cristales, mientras se multiplican. Y así, detrás de las primeras surgen otras nuevas, y después otras y otras, hasta adentrarnos en una realidad estrictamente inmunda, alérgica pues a la expresión mundana. Acumula tantos interrogantes ese territorio asolado por el silencio y propicio al miedo, que quisiera el recurrente inquisidor verlos todos estrellados frente a sí, sobre su horizonte, como si pudiera darle el cielo alguna respuesta. Temerosos de caer en la oscuridad, son muchos los que al igual que él se congregan para seguir intentando abrir el cielo con su ciega inquisición. A estas alturas ya sólo quedan buscando ese más allá junto a él individuos de expresión perdida, escépticos a la ciencia, refractarios a las pasiones, gentes que intentan, más allá de cualquier lengua y avenimiento, ganarse un mundo que les entienda, que les incluya y que les proteja de sí mismos.

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