jueves, 18 de octubre de 2012

Arce rojo



Han sido sólo tres o cuatro días. El rojo vivo de los arces que veía desde mi ventanal parece haberse extinguido ya. Durante esos días parecía como si ese ardiente colorido los hiciera crepitar, como si fueran pasto de un pavoroso incendio. De su paso queda un lecho de hojarasca sanguina, una promesa que el viento remueve y dispersa a su antojo. Año tras año, el otoño se resume en ese sacrificio asombroso en que el color apresa el arce en un soberbio instante hasta sofocar todas sus hojas, y esa vida deslumbrante se convierte en una imagen fugaz.

No hay comentarios: