jueves, 1 de noviembre de 2012

De miranda


Era frecuente verle paseándose sonriente por la playa, sin más añadido a su bronceado cuerpo que unas gafas de sol. De vez en cuando, si la estampa lo merecía, las deslizaba sobre la nariz para poder captar mejor los detalles. Las chicas decían que era un mirón, pero realmente su oficio era una incógnita. Hasta que un día me hice el encontradizo y le pregunté por dónde quedaban los vestuarios. No se sintió aludido en absoluto y con la mejor disposición entablamos animada conversación. Ahí fue cuando aproveché para preguntarle a qué se dedicaba. Como si hubiera entrado en una suerte de trance solar, todo él se transfiguró y así radiante comenzó su extraño discurso.
—Este negocio tiene dos facetas bien distintas— avanzó, mientras ponía la mano horizontal y a la altura de su ombligo— De cintura para arriba es más aéreo, de altas miras, casi casi espiritual; sin embargo, de cintura para abajo —subrayaba llevando la mano hacia el vientre— es mucho más fluctuante, sujeto siempre a altibajos y en todo momento atento a la coyuntura más oportuna, que mucho depende de la fe con que uno se aplique—. A todo esto, y para dar mayor firmeza al argumento, echó mano con crudeza de su herramienta tras buscarla entre la maleza de su entrepierna.
—Comprendo— acerté a responder, y aún añadí conmovido y con cierta conmiseración —Fatigosa tarea, la suya.


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