martes, 23 de octubre de 2012

Ciencia pura



Si hay ciencias puras, debe haberlas también impuras. Los puristas, como en todas partes, considerarán los métodos de estas últimas impropios, irreverentes con la tradición y apartados de la verdadera ciencia. Aunque resulta algo arriesgado, hablando de ciencia, eso de meter a la verdad de por medio dando a entender que las ciencias impuras, por no corresponder a la verdad, no son ciencia. Así que dejemos la verdad a un lado y hablemos mejor de abstracción. En tal caso serían las eventuales incursiones en lo concreto las que contaminarían la pureza original de la ciencia abstracta. Pero en realidad, si ponemos a repasar ciencias, pocas de las conocidas y aceptadas se librarían de esa contaminación, lo que tampoco las convierte exactamente en ciencias concretas, dado que no hay abstracción sin entronque en lo concreto. A primera vista parece como si no hubiera ciencia en la que no nos salgamos de la abstracción, pero sí existen disciplinas que no requieren nada concreto. Hablo de esas dedicadas a generar formalismos, presentes en la mente de todos, y de las que las demás ciencias se sirven para levantar sus abstracciones. ¿Es entonces esa preferencia por la forma frente a la materia el signo inequívoco de pureza científica? Parece que así se viene considerando. Además, ese estatuto formal parece generar escalafón o jerarquía en cuanto a pureza científica. Primero vendría lo puro y elevado, y de ahí se desciende progresivamente a lo impuro hasta acabar en el fango de la pura realidad. Según eso, habría que hacerse entonces la pregunta: ¿Qué rescataríamos del mundo superior como idea pura, como forma, sin contar con esa realidad que la alimenta y en la que nos pringamos a medida que avanzamos? Probablemente nada. Por lo menos eso es lo que pensaba Aristóteles. La pureza necesita de lo impuro para manifestarse. No es el origen, es una derivación, un producto de la cultura. Y ¿con qué fin se crea?, cabe preguntarse.

Mantengámonos en la pureza entendida como abstracción. Al cambiar de enfoque y desplazarlo de la naturaleza a esa otra realidad, la social, vemos algunos de los efectos que en esta última produce la abstracción y las pretensiones de pureza científica. Aquí la abstracción homogeneiza contingencias, propone generalidades y genera cierta dominación conceptual. ¿Es el carácter dominante de un concepto, entendido por su extensión, versatilidad o influencia, un símbolo de pureza? Quizás no, pero es evidente la sospecha de cierta conexión. Se puede decir que quien se acoge a la pureza conceptual suele dejar caer al emplear el término connotaciones que ayudan a formular un discurso de dominación. Algunas ya las he citado: cercanía a la verdad indiscutible y a la autoridad inapelable, posición preeminente en el escalafón conceptual, y alejamiento de las restricciones y exigencias típicas de lo inmediato. Apelar a la pureza del número —un caso que estaría cercano a la cúspide conceptual en el escalafón— tiene un doble efecto que valdría seguramente para otros conceptos. Por un lado, se nos impone socialmente la medida, desde una visión cuantitativa, como un ejercicio de autoridad neutra, que surge por comparación de todo cuanto está al alcance de nuestra percepción. Por otro lado, se desmonta el argumento cualitativo como fuente de autoridad social y se ofrece una versión útil de esa nueva pureza conceptual. La medida numérica relativiza, desvirtúa y en ocasiones erradica las autoridades avaladas por algún tipo de carisma. Ahora bien, pretender que esa utilidad nos pone a salvo de los excesos de autoridad que irradian de estos, como de todos los signos puros, sería pecar de ingenuidad. Como esa tiranía que vemos derivar de lo numérico hay muchas otras, y todas se amparan en el incontrovertible aprecio que los humanos manifestamos por la regularidad formal, por la sencillez simbólica y por la intuición inmediata. Son rasgos que apuntan a vías preferentes en el avance de la visión a la comprensión del mundo. Queda por analizar si no serán también intentos de interiorizar como una unidad todo ese mundo a través de esos instrumentos puros llamados símbolos. Cuando se habla de ciencia pura, en singular o en plural, lo hacemos como si en ella, en sus formas y símbolos, residiera algún tipo de incontestable autoridad. Lo peor es que aceptamos la autoridad que emana de esa pureza aun a costa de vernos sumidos en la conocida ceguera simbólica, una ceguera que alimenta el más dramático modo de perder el sentido de la realidad.

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