viernes, 12 de octubre de 2012

Él te quiere normal


J.I. Wert en pose de 'capo' sobre un trasfondo cultural
Cada uno siente según sus impulsos y no es sencillo forzarlo a sentir. Que otra voluntad intente imponerse a su modo de sentir y pretenda dirigirlo, sólo puede crear un vivo sentimiento de oposición y rechazo. Cuando alguien te dice «quiero que sientas», no te sientes precisamente invitado sino obligado a sintonizar con su forma de sentir. Tanto da que quiera verte sentir placer como dolor, te imagina a su arbitrio como un juguete sentimental. El abuso adquiere proporciones escandalosas si te prescribe «quiero que te sientas». Porque no es de una sensación concreta de lo que ahora se trata sino de tí mismo, de los sentimientos que forman tu carácter, y de que alguien se arrogue la potestad de orientarlos, seguramente a su imagen y semejanza. Con esa orden de colocar tu sensibilidad en su línea y sintonía, el ordenante está exigiendo la renuncia a cualquier patrón de respuesta emocional distinto. Sugerir razones y beneficios sociales tras emitir semejante orden es incurrir en falsas pedagogías. Lo que se pretende imponer como doctrina general es la estricta afinación del sentimiento personal a una normalidad previamente escogida y patrocinada por quien ordena. Poner a la cabeza de un ministerio de educación a quien sin ruborizarse dicta como inapelable voluntad del Estado «quiero que el ciudadano se sienta», pongamos, uno de sus voluntariosos miembros, es tanto como descabezar el departamento y desvirtuar su función. Es un mecanismo peligroso, propio de gobernantes autoritarios, traducir lo que podría ser su inocente deseo en órdenes terminantes, sobre todo cuando éstas se dirigen directamente a retorcer y reinventar sentimientos. La persuasión se cultiva invitando al beneficio de la obra en común y no llamando educación a los planes propagandísticos. Puede que el Estado sea como aspiración algo demasiado difícil e inestable, pero nunca funcionará como un recinto en el que apacentar al obediente rebaño.

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