domingo, 7 de octubre de 2012

Objeción al sondeo



De las cuatro opciones posibles frente a una encuesta, la única que tiene reflejo fiel en los resultados finales es la de los que «no saben no contestan», que por su escaso relieve queda siempre relegada como un segmento testimonial. Colocar al resto, como habitualmente se hace, en un único grupo formado por «los que contestan» e iniciar a partir de ahí el desglose no es nada acertado. En rigor habría que hacer alguna distinción previa sobre algo que la encuesta normalmente es incapaz de ofrecernos. Si se encuestara a los encuestados sobre su familiaridad con el tema de la encuesta, tendríamos algunas sorpresas. El origen de muchos de los errores que más tarde se venden como verdades está en confundir entre el que «sabe y contesta» y el que «no sabe y contesta». Hablo con cierta aprensión de esa dicotomía sobre el saber, pues bien entiendo que lo común es manejarse en alguna zona intermedia. No obstante, tomo la negación al modo de las encuestas, o sea como se exhibe en el «no sabe no contesta», como una ignorancia declarada y resuelta, y en la afirmación empleo, siempre que exista alguna presunción de saber, el criterio de aceptar sabiduría absoluta. Lo peor es que en este modo de proceder, que es el más común, casi nunca queda declarada, y por ello resulta injustamente ocultada, la opinión de los objetores a las encuestas, que orbitan como mudos alrededor de un sistema de tanteo de opiniones con el que por dirigido y sesgado no colaboran. Como quiera que la cifra, sospecho, va en aumento, llegará el día en que los planificadores de sondeos se verán obligados si no a integrarlos, sí al menos a tenerlos en cuenta. Para ese momento propongo encuadrarlos, indagando en su sapiencia y disposición, en la última opción lógica, la de los que «saben y no contestan».

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