Ante un paisaje real poco hay que entender, basta impregnarse de emociones. O eso dicen, porque eso será siempre y cuando lo que vemos, lo que oímos y lo que olemos les remueva el sensorio y algo nos llegue. Si el paisaje no lo vemos directamente, sino a través de otros ojos, la cosa cambia. A las emociones del mensajero, mientras mira y pinta su cuadro, uniremos las propias, todo frente a un paisaje que por un momento llegamos a sentir como si nos fuera enviado por la naturaleza. Tan notorio es ese rapto que es natural preguntarse qué clase de simpatía nos lleva a emocionarnos con las emociones ajenas o cómo logran estas imponer su arte para llegar a ser sentidas como nuestras. Da la impresión de que cuando quedamos expuestos a emociones más sutiles, poderosas o agresivas que las nuestras, si vienen además bien patrocinadan, nos envuelven y llenan de estímulos, un ropaje anímico que pronto nos resulta extraño y abrumador.
El otoño es un tiempo problemático, pero muchos paisajistas prefieren dorarlo o ofrecerlo al mercado en colores pastel. La pincelada suave y untuosa abunda, acompañada normalmente por una paleta desbordante de mezclas. Más que mirar, esa gente evoca. Evoca primaveras pujantes, evoca veranos frondosos, evoca inviernos misteriosos y para los otoños reserva los colores más cálidos y amables. El paisaje como armonía consoladora. Nadie nos enseña a oler el aire espeso y dulzón de la ciénaga, ni a oír el crispado crujido de los troncos mecidos por el vendaval, ni a ver el despojo del follaje que es siempre violento y amargo. Nadie nos hace mirar al barrizal. Y quien lo hace, se imagina un mullido camastro desde el que mirar el cielo y ver contraluces entre las ramas. Ese recreo de la vista, al menos tal y como llega a los cuadros, suele responder más a un estado de ánimo que al estado de cosas. El otoño se vive como la vuelta a uno mismo, como el apogeo de la madurez, como el confortable reposo al arrullo del hogar. A las puertas del bosque, porque pocos se adentran, los ojos se quedan entretenidos en tonos y matices ahora que aquella fogosidad veraniega que tanto deslumbraba parece haber desaparecido.
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Kurt Jackson, In the hide. Oprey nest |
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