lunes, 23 de julio de 2012

De vuelta


De allí volvió como si la cabeza le hubiera quedado encallada en algún aprieto, quién sabe si perdida en una nube o aturdida de tanto arrastrarla por aquellos mundos. Nos contemplaba desde una distancia vaga y lejana, para el resto infranqueable, con una mirada entregada únicamente a sí mismo. En su mesa anotaba silenciosamente, completaba viñetas y apuntes, rescataba de los estantes libros descuidados y hurgaba con interés entre sus páginas somnolientas. Rumiaba a las noches imágenes que en la cabeza se trajo, componía pulidas frases en las estampas, luego las recortaba y las pegaba a sus cartones como si fueran postales de obligado recuerdo y al amanecer las enviaba a su nombre y urgentes por correo. No era fácil traerlo a la luz de los días y al mundo que siempre lo rodeó. Salvo aquellas lágrimas que se quedaron en consigna para viajar más ligero, no se adivinaban huellas de tristeza ni nada nuevo aparentaba. Sólo el eco de frondas internas, de penosos devaneos, de recuerdos enquistados. Con él otros fueron y volvieron. Tampoco era cuestión de pedirle explicación como quien pide cuentas. Más bien habría que buscar en qué punto su mente varó, para así removerla un poco y alejarla de las olas que la azotaban. Puso entonces ella una mano sobre su hombro y le miró fijamente, intentando lanzarle un cabo, tan lejos y con tanta fuerza como fuera posible. Su rostro empezó a revelarse a sus ojos distinto, con una expresión fatigada, pero iluminado por un rayo de dulzura. De pronto un velo le ensombreció el gesto y susurró: «Dame un tiempo para saber si sigo siendo el mismo».

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