miércoles, 25 de julio de 2012

Consejos para el sabio fogoso


En el lupanar de los doctos todo parecía afectado de discreta y sabia intención. En el dintel que daba entrada a su luminosa biblioteca las viejas lobas habían dejado escrito: «Si los cursos que arrastran la semilla son sinuosos, las tierras que esas aguas separan nunca serán del todo estériles». Un poco más allá, a las puertas del diminuto gimnasio donde se practicaban las reglas sintéticas, un sencillo rótulo de parecido tono aconsejaba al sabio: «Nunca te mantengas en posturas insoportables y pretendas seguir en liza; no olvides que no hay diálogo posible si no consienten al menos dos». A la salida del lance, tras despedir a sus segundos, un estanque frío y profundo, de obligado paso, ponía a prueba el acabado temple del fogoso experimentador. Tan frecuentes eran los desfallecimientos, ahogos y renuncias que, por sabios que se tuvieran, pocos recibían de aquellas aguas empíricas decisiva confirmación. De los que fracasaban la mayoría prefería subterfugios o escapes laterales a una salida deshonrosa y cubierto de oprobio por las cloacas. Pero todas esas vías evasivas daban a un mismo y oscuro callejón, donde un neón luminoso les advertía en la despedida: «Lo que creías un plácido balneario ha sido para tí escenario de una triste confusión cuando animado por tu necio impulso perdiste cualquier rigor».

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