viernes, 2 de noviembre de 2012

Hermana rata



A la mayoría de la gente la imagen de ocho millones de ratas escapando del naufragio de Nueva York e invadiendo tierra firme nos resulta sorprendente, por no decir alarmante. El hundimiento del buque insignia del sistema —bien es cierto que temporalmente— es una metáfora visual que contará a buen seguro con numerosos intérpretes. Seguro que habrá quien se remonte a las plagas de Egipto para hablar de soberbia, castigo y humillación en términos bíblicos. Los habrá con un espíritu un poco más analítico que verán lo sucedido como un punto de inflexión, como un cambio en la hegemonía geopolítica, como un signo de la vulnerabilidad occidental o como un preludio de nuevos tiempos. Podríamos continuar con estas interpretaciones sin más que recordar otras catástrofes y recuperar esa repetitiva literatura que han dejado tras de sí. Pero creo que este caso aporta novedades dignas de considerar, porque aquí los protagonistas de verdad, más allá de las heroicas excepciones humanas, son las ratas. Y con ellas el triunfo del instinto de supervivencia. La ciudad se ha visto repentinamente sin luz, con sus vías bloqueadas, con sus rascacielos vacíos e instalada sobre una inquietante red de ríos subterráneos. Con todas esas corrientes fluyendo bajo sus calles, el dinamismo por el que se hizo famosa, aquel impulso hacia nuevas metas, ha pasado a ser un fenómeno solo físico, y profundamente inestable. En vista de ello sus ciudadanos, sumidos en un continuo estado de conmoción y alerta, han sucumbido a la parálisis. No así otros de sus inquilinos que mucho más versátiles no han tardado en buscarse sitio en los territorios anegados. Paradójico sin duda que al miedo a perecer en la tormenta oceánica le suceda el terror provocado por la llegada en oleadas de las ratas que inundan como colonizadores oportunistas y adelantados todos los rincones de este irreconocible mundo. Quizá esto haga que los ciudadanos neoyorkinos empiecen a ver a estos convecinos con más indulgencia o al menos con más respeto por sus cualidades. Está en primer lugar su capacidad de adaptación, pero convendría también que no subestimaran su inteligencia, ahora que van a tener que compartir con ellos durante algún tiempo el pequeño espacio común. Todo esto siempre y cuando la ciudadanía, los humanos quiero decir, no decidan renunciar a un aire libre en compañía de ratas y opten por buscarse, a medida que bajen las aguas, un nuevo mundo mucho más seguro recluyéndose como timoratos brutos en sótanos, galerías y bodegas.

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