sábado, 15 de septiembre de 2012

Me alegro que me haga esa pregunta



Estamos muy hechos a preguntas en que el reportero de turno maniobra para arrancar una confesión más o menos elocuente en materia de sentimientos, a fin de dar colorido a un paciente gélido en una de esas entrevistas insustanciales y agotadas de salida. Hay casos aún más absurdos en que simplemente se busca sumar el dato para confeccionar una estadística de preferencias a base de preguntas tópicas a personajes que parecen trasuntos, productos todos en serie de un mismo cuño. Pero, por encima de quienquiera y para lo que quiera que pregunte, están las preguntas. Pasada cierta edad, evidentemente ya no se estila lo de «¿a quién quieres más, a tu papá o a tu mamá?» o «¿qué quieres ser de mayor, bombero o futbolista?», y las demandas tienden a ser un poco más incisivas, lo que no impide que casi siempre sean igualmente repetitivas.

Una versión para gente recién instalada y con miras todavía a su cercana juventud nos la ofrece la bien conocida fórmula de «¿con qué libro te irías a una isla desierta?». La pregunta combina elementos dispares, mientras que la fortuna final depende de cómo los combine quien responde a ella. A notar de entrada el punto de picardía con que en la cuestión se sustituye el tácito ritual de pareja por una ocasional fuga y lo que eso supone de ruptura e inversión del rito. Combinar un marco atractivo con una acción resolutiva parece el requisito adecuado cuando se trata de atraer a un segmento de público generalmente absorto en sus deseos y decidido a concretarlos. ¿Qué podría ser mejor que partir de un acto de posesión, aunque se quedara simplemente en la placentera contemplación de un paraíso? Una vez en posesión del escenario, cualquiera se siente en libertad de hacerse a la fuga y montarse en ese marco una historia de la que sentirse a su vez poseído. El libro en cuestión tiene un papel menor, de él sólo vale que se ha escogido como estímulo. Porque esa es su misión, estimular con discreción a quien anda corto de imaginación en su vuelo por el paraíso y crearle en su defecto un ambiente ajustado, vagamente satisfactorio y un tanto onanista.

Evidentemente concretar los sectores capaces de ofrecer respuesta es importante si queremos que la pregunta tenga sentido. Formarlos por edades es probablemente el método más seguro de acertar. Sin embargo, existe otro aspecto a considerar. Me refiero al motivo temático que alimenta la cuestión. Antes ha sido un libro, un tema bastante afín a quien vive en el aprendizaje o ha salido recientemente de él. Con gente más talluda la perspectiva es otra y los intereses también. Cuando se trata de invocar la nostalgia, puede que sean la música o el cine, a efectos de reportaje, asuntos de mayor interés que un libro. En música se me ocurre una cuestión que frecuentemente surge de manera espontánea y que el interrogado rara vez rehúye si se le formula explícitamente. Puede parecer crudo y abusivo hacerle pensar «¿qué pieza musical (canción, concierto, aria o lo que sea) te gustaría que fuera interpretada en tu funeral?». Sin embargo, es bastante curioso seguirle en su reacción. Más que avanzar a ese instante de despedida, el interrogado retrocede de buen grado a un pasado plácido. Con ese pasado imagina y solicita para el momento de su ausencia un futuro. En realidad, en su respuesta viene a reclamar como propio un trocito de futuros ajenos. Por eso pide que su vacío se vea gratamente acompañado y por eso dispone que el aire que ocupe ese hueco vibre en él maravillosamente musicado, confiando que el recuerdo pueda aguantar vivo en su diapasón favorito.


No hay comentarios: