Cuando alguien nos sorprende proclamando a los cuatro vientos su decidida voluntad de no convertirse en un halagador melifluo, no hace falta preguntarse a qué cortejo renuncia, es más práctico revisarle inmediatamente el curriculum. Seguramente sea inútil instruirle en zalamerías y animarle a dar ese nuevo paso, porque lo probable es que ya sea de alguna cofradía zalamera. Más que un rechazo a engrosar las filas melifluas como halagador oficial, lo suyo traduce un afán de ocultar al público su rastrera afición a la lisonja. A esta gente la retórica jabonera le gasta mucho el traje de gala y hay quien de tanto frecuentar a la realeza le pasa lo que al rey del cuento, que al final con su florido discurso se exhibe desnudo sin saberlo.
miércoles, 26 de septiembre de 2012
El halagador melifluo
Cuando alguien nos sorprende proclamando a los cuatro vientos su decidida voluntad de no convertirse en un halagador melifluo, no hace falta preguntarse a qué cortejo renuncia, es más práctico revisarle inmediatamente el curriculum. Seguramente sea inútil instruirle en zalamerías y animarle a dar ese nuevo paso, porque lo probable es que ya sea de alguna cofradía zalamera. Más que un rechazo a engrosar las filas melifluas como halagador oficial, lo suyo traduce un afán de ocultar al público su rastrera afición a la lisonja. A esta gente la retórica jabonera le gasta mucho el traje de gala y hay quien de tanto frecuentar a la realeza le pasa lo que al rey del cuento, que al final con su florido discurso se exhibe desnudo sin saberlo.
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