jueves, 6 de septiembre de 2012

En un mundo de ranas


Sloan's Crossing Pond, Mammoth Cave N.P., Kentucky
Situarse en el centro del mundo es una actitud hasta natural en el humano. Dar medida de su grandeza, alabando de paso la perspicacia de la propia mirada, es un gesto de asimilación que lleva a confundir el mundo con la escala en que se mide. Por ahí van los tiros cuando Protágoras, el sofista, dice aquello de «el hombre es la medida de todas las cosas». El humanismo ha obtenido merecido crédito y largas rentas morales gracias a este principio, pero hemos vivido suficiente como para mostrar el siguiente capítulo. Cumplidos esos dos requisitos, que presentan al hombre en el centro del mundo sentado y con su vara de medir en ristre, pasa éste a dotarse de una cosmovisión dominante sin más esfuerzo que imaginar bajo sus pies y sometido lo que ha empezado a sentir como suyo, aquello que le alcanzan sus sentidos. No es fácil descolgarse de ese dominio tan grato y aprender a situarse en un mundo que otros ven y sienten también como suyo. Pero todo empieza a cambiar cuando vemos medida y mundo desde una nueva perspectiva. Una medida adquiere relieve ante todos cuando todos la ven como relativa a cada uno y de forma parecida el mundo adquiere nuevo significado cuando deja de ser tenido por único.

Hay un punto poco estudiado en Platón, que debería ser quizá recalcado como un avance en este sentido. En general, sus cosmologías se alejan claramente de las teogonías formuladas con anterioridad. Podrían considerarse emparentadas con esas cosmovisiones de patrón dominante, pero no hasta el punto de ver a ambas confundidas. Si volvemos a Protágoras, para tomarlo como precedente, encontraremos en el mundo razones tanto para el relativismo como para el absolutismo, todo depende de qué hombre, si un individuo o el concepto, tomemos como referencia y principio. En Platón vemos cómo esa razón se desborda hacia lo absoluto en el mundo de las ideas, pero eso no debería impedirnos ver tímidas señales de distanciamiento relativo, particularmente en su obra tardía. Es significativo lo de su diálogo Fedón, donde le escuchamos decir por boca de Sócrates: «Estoy convencido de que la tierra es muy grande, y que nosotros sólo habitamos la parte que se extiende desde Fáside hasta las columnas de Heracles, derramados a orillas de la mar como hormigas o como ranas alrededor de una charca». El pasaje, más bien trivial y sobradamente conocido, da pie a una larga disquisición cosmológica. Aun aisladas de su contexto, esas líneas siguen teniendo valor, ya que han sido elegidas como punto de partida, y en ese sentido pueden llegar a ser entendidas como una amarga, crítica e inicial aceptación de la relatividad del hombre en la naturaleza, cuando empiezan a hacérsele patentes los límites del mundo conocido.


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