sábado, 29 de septiembre de 2012

La soledad vive próxima


Todas las soledades son distintas, tan distintas como sus propietarios. Y digo propietarios, porque las soledades son posesiones personales y porque probablemente sean de cada persona su más íntima posesión, ese perdido desván de la casa a donde nadie llega.  Lo que no son las soledades es mudas, la mayoría consiguen tener expresión. Esa expresión de la soledad es la radiografía casi exacta del estado anímico en que se vive. Difiere en cada persona, difiere en cada edad, difiere en cada género, puede que difiera hasta en cada país. Sólo tienen en común las soledades la urgencia de la llamada, cuando en medio del desamparo se busca a quien pueda compartir esa desoladora sensación, a quien pueda aliviar nuestro extravío. Todo solitario la vive como si todos los solitarios fuéramos los últimos y como si entre los últimos sólo tuviera ya voz el último, y todo solitario sabe que esa última voz es la suya, la de quien se sabe solo, tan solo que ya sólo se atreve a preguntar al vacío: «¿Siente alguien lo que siento yo?».

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