sábado, 22 de septiembre de 2012

De compras



Realmente nuestra realidad cotidiana no va mucho más allá del dominio en que nos movemos, está alejada en principio de filosofías y rebajas escépticas y generalmente caracterizada por una fe bastante ciega que se sostiene de forma permanente a través de lo que vemos, oímos y palpamos. He empezado con ese realmente, porque cada vez son más las realidades ilusorias que compiten con la cotidiana en el mercado de las realidades. Con nuestra realidad, pero también con las ilusorias, fabricamos nuestros días, si bien estas últimas más que ofrecerse a nuestros sentidos los cautivan, alumbrando en nuestra mente mundos más abiertos, gratificantes y casi siempre liberadores. Luego, cuando volvemos a nuestra realidad primera, dejamos el papel de cautivos extasiados para sentirnos unos confiados propietarios dominantes. No obstante, habría que hablar de dominio con reservas, porque más que de control hablamos aquí de una capacidad para hacer frente a los acontecimientos, la cual depende de lo manejable y pródiga que se nos muestre esa realidad. Tan importante como el radio de acción que abarcamos sería nuestro poder de penetración en ella, sin el cual nada puede llegar a darse por poseído y consecuentemente dominado. Eso de medir mediante radios da a entender que hay una ambición positiva gracias a la cual se mantiene conjunta y compacta nuestra realidad más inmediata, como un territorio estable a nuestro servicio. Pero en realidad, incluso en nuestra realidad, esa suposición casi nunca es cierta. Tener por descifrado y accesible lo que nos es más cercano es un error común, tenerlo además por propio hace que ese error sea mayúsculo. Escarmentados por ese error que tanto nos desconcierta en la realidad que nos rodea, surge un creciente escepticismo en aquel pretendido y ahora maltrecho dominio. Puede que esa sea la causa de que algunos describan su realidad bajo otro prisma. El modo que más se lleva ahora es aparentemente cínico y probablemente más certero, porque sólo atiende al efecto dominante de algo tan simple como la tarjeta de crédito. Tomar el crédito como medida es equivalente a afirmar que existen realidades que aun siendo visibles solo son alcanzables hasta donde podemos pisar en firme. Muchos introducen esta afirmación correctora de nuestra realidad como una apelación al realismo, un realismo al que llegamos como invitados de cuota. Con ella se extiende la funesta teoría de que no hay más realidad, bien sea física, virtual u onírica, que la que tiene precio y puede adquirirse, porque una vez hecha nuestra es entre todas la más firme y como terreno en el que encontrar satisfacción el único posible.

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