martes, 24 de abril de 2012

Parapegma


Thermae Traiani parapegma, según copia
del Kunstgeschichtlichen Museum, Universität Würzburg

No creo que pueda convencer a nadie de la importancia de los parapegmas. Así que no pienso intentarlo. No obstante, sería casi delito no contar en estas entradas con una mención a los almanaques griegos, que marcan el camino a los que después de ellos han venido. Lo que arriba se muestra es un grafito romano, aproximadamente del siglo IV, que se encontró en las termas de Trajano y que sigue el patrón de los parapegmata griegos. Estos diseños servían como calendarios, pero también como base para el pronóstico astrológico y meteorológico. En el de arriba, el papel descriptivo de los dibujos se completaba con una serie de orificios que permitían señalar los tres datos básicos del calendario: el día de la semana, el día del mes y el propio mes en el año. Cada uno de los tres se señala introduciendo una clavija en el orificio correspondiente. El conocimiento de estos ciclos astronómicos básicos daba pie a conjeturas sobre cuestiones más prácticas y cotidianas. De este modo en torno a los ciclos fiables y bien registrados se iban creando, con correlaciones aventuradas, ciclos previsibles acerca de otros temas como la evolución meteorológica de las estaciones o las fechas de siembra y recolección.

El diseño cumple con su función de mostrar los términos que definen la fecha. El centro lo ocupa una representación de la órbita zodiacal, con sus 12 signos sobre los correspondientes sectores, cada uno de los cuales se subdivide hasta dar en total 24 orificios. Un icono y la letra inicial los identifican. Como origen del año se tomaría el radio superior, que deja a su izquierda a Aries. Consecuentemente, se entiende que el avance temporal es contra las agujas del reloj. Gracias a estos segmentos, que cumplen un papel similar al de los meses actuales, se puede registrar la posición del día en el ciclo anual. En los dos laterales se numeran los días del 1 al 30, dando tamaño uniforme a los meses del calendario juliano. Por último, en la parte superior se muestran las figuras de los siete dioses bajo cuya advocación se presentan los días de la semana. Cada una de ellas se presenta con el instrumento o rasgo que le caracteriza y que más tarde, en representaciones posteriores, se convertirá en su símbolo. Saturno inicia la lista al representar, como el Cronos griego, el origen del tiempo humano. En su mano empuña la hoz con la que castró a su padre Urano. A continuación el Sol aparece rodeado de rayos, la Luna presenta dos cuernos, Marte blande una lanza y se cubre con casco guerrero, Mercurio luce su caduceo, Júpiter muestra un haz de rayos y Venus no tiene nada aparente.

Aparte de la simbología sorprende un poco la disposición, el orden en que los dioses aparecen: Saturno, el Sol, la Luna, Marte, Mercurio, Júpiter y Venus. Aunque empieza por el sábado, el orden es similar al actual y bien distinto del que «los planetas» tienen en el firmamento. Ni siquiera coincide con el que establecen sus tamaños o distancias, ni ahora ni en la época romana. En el orden planetario grecorromano, regulado por la proximidad a la Tierra fija, el Sol ocupa la posición central. Por encima se sitúa una jerarquía divina en orden genético, con Saturno el primero, su hijo Júpiter después y el hijo de éste, Marte, seguidamente. Por debajo el ámbito se feminiza con Venus y la Luna rodeando a Mercurio. El orden resultante, el orden planetario de los romanos, sería: Saturno, Júpiter, Marte, el Sol, Venus, Mercurio y la Luna. Para pasar de éste al semanal hay que ir asignando a cada una de las 24 horas su propio dios, siempre siguiendo este orden. Si a la primera hora del primer día le asignamos Saturno, a la vigésimo quinta, que es la primera del segundo día, le correspondería el Sol, a la cuadragésimo novena la Luna, y en ese orden irán apareciendo Marte, Mercurio, Júpiter y Venus. O sea, el orden semanal: sábado, domingo, lunes, martes, miércoles, jueves y viernes.


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