lunes, 16 de abril de 2012

La vida en un día


Mi vida me empieza a recordar a aquella otra que en una sola jornada viví. Fue un día breve e intenso. Desperté eufórico y para mediodía ya había visto todo lo que importaba a mi alrededor. Tan maravillosa como la comida resultó la siesta. Incomparables ambas y difíciles de describir. Una tristeza tremenda me acometió después al quedarme a solas. Necesitaba un poco de aire y me fui hacia la ventana. Con ella abierta llegaron risas y trinos del jardín cercano, hasta que todo se hizo ruido. Así que me encerré para ver una película y leer luego algo. No aguanté mucho. Pasado un buen rato incluso dejé caer el libro. Mejor que las imágenes, pensé, el recuerdo de lo visto por la mañana. Comprobé que la mayoría de las cosas ya se me habían olvidado, seguramente las mejores. Si quería revivirlas, no tenía otra que intentar soñarlas, que dormir calmadamente hasta que aparecieran de nuevo. Mientras, en la habitación, la espesa atmósfera ahogaba aquella frescura mañanera, y me fui quedando cada vez más mohíno. Acostado en mi cama, vi cómo la luz menguaba y sentí que me invadía un terco sopor. Volé entonces hasta perder de vista aquel memorable día. Hoy lo rememoro, por si mañana lo olvido. Comparada con aquella jornada, la vida entera se ve más ancha y propensa al desvarío: mucha mañana, alguna comida y poca siesta. Las tardes que se me entregan, pronto se esfuman entre tanto libro. A ratos me animo a contarlo por escrito, más lo que revivo que esos sueños que espero llegar a vivir.

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